Hembra que entre mis muslos callabas
de todos los favores que pude prometerte
te debo la locura.
L.M.Panero
Hay en este mundo quien se hace el loco. Y hay quien aun siéndolo lo disimula. Yo bendigo a los locos que aceptan con orgullo su disfunción. Gracias a ellos florecen las coloradas amapolas entre los campos de clónicas espigas. Los cuerdos hacen mil veces las mismas cosas esperando diferentes resultados. Y nunca alcanzarán el sueño de su roja adormidera.

Conocí a V. cuando bajaba cada día a la playa. Se recostaba sobre el pretil del pozo, a la sombra del gran árbol que se inclinaba sobre la orilla, dando un remanso de frescura a las piedras blancas. Las turistas se tostaban sobre las toallas como chuletas. V. miraba absorto sus biquinis; esperando que alguno dejara escapar algún oculto secreto.
Con la llegada del turismo, los países mediterráneos experimentamos una oleada de sorpresas y nuevas costumbres. Pero, a su vez, se creó una leyenda de rubias mujeres liberadas, procedentes de fríos países, en busca del tórrido amor latino. Y los españoles, aunque bajitos, morenos y bigotudos, ofrecían sus amantes corazones ardientes como el mejor de los tesoros. Así nació el mito de las afroditas suecas, esas que Alfredo Landa perseguía sin descanso en sus ingenuas películas. En Grecia ocurrió del mismo modo.
V. tuvo muchas novias. No sé como las conseguía, debía tener un oculto lenguaje de signos que las hacía caer en sus redes sin pronunciar palabra, como las enormes arañas que tejían sus telas en las ramas, meciéndose al compás de la brisa, columpiándose en aquellas cándidas mañanas de una Lefkada no descubierta. Una isla a medida de viajeros audaces.
Salió con una amante inglesa que le doblaba la edad. Él, orgulloso de su trofeo, ella vanidosa del suyo. Juntos transitaban los caminos, subidos en una motocicleta no diseñada para llevar paquete. Y la inglesa, despatarrada y exclamando ¡Oh, my God, gorgeous! en cada curva, disfrutaba del placer de los mediterráneos romances sin temor de habladurías. Brindaban en las tabernas su coqueteo al ritmo de los buzuquis, aunque solían pasarse a menudo con el vino. Una noche, ya clareando, las lechuzas les observaron volver veloces a casa. La inglesa debió echar sus cabellos al viento, en plan Isadora Duncan, y resbaló del transportín. V. siguió extasiado, las últimas notas de la guitarra todavía sonaban en sus oídos y el vino en su cabeza; sentía la moto ligera y su petardeo más alegre que de costumbre. Podría ser que el amor la hubiera transformado en una potente Harley y que, al igual que su corazón, se encabritaba de deseo y ansiedad. Pero al no sentir el roce de un cuerpo en la espalda, de unos brazos alrededor de la cintura, frenó en seco. Allá en lo alto vislumbró un amasijo lloroso y ensangrentado. Ese fue el triste final de su historia de amor.
Nadie sabe cómo ligó con la siguiente, solo sabemos que se conocieron por carta. Tras un corto noviazgo epistolar, apareció una mujer por el pueblo, algo entrada en años y mucho más en carnes. Él quiso sacarla a pasear en su barca, ella se negó modosa; la pobre no sabía nadar. V. la colmó de atenciones, salvavidas y manguitos y la bajó a la playa. Según se acercaba a la orilla, las piedrecitas se metían entre sus dedos y le dañaban los pies, haciéndole perder el equilibrio. Acabó tumbada entre dos aguas, pataleando y braceando desesperada, y al trasladarse el metacentro hacia la cabeza, zozobró y quedó quilla al sol. Hicieron falta 3 personas para que recuperara la vertical y la serenidad. Con las mismas cogió el siguiente vuelo a su país.
V. mató un cabrito, 3 gallinas y un cordero, dispuso mesas en la plaza e invitó a todo el pueblo: celebraría sus esponsales con una guapa muchacha mulata con la que le habíamos visto pasear. Incrédulo, el pueblo se endomingó y el pope encendió las velas emocionado. Pero la novia nunca llegó. Vino un fornido moreno en un taxi y comunicó que la chica sufría no sé qué enfermedad mental y que habían tenido que llevarla a un sanatorio.
V. se sintió despechado, pero no cejó en su empeño. Fue por aquel entonces cuando me pidió que le consiguiera una novia por internet. «Qué sea delgada y joven», me dijo, como gato escaldado. Me parecían demasiadas exigencias para una cita a ciegas, encima era una convocatoria, como mínimo, transmediterránea, pero no rechisté.
Su moral era de piedra. De hecho, volvió a intentar de nuevo el matrimonio. Agapi se llamaba el intento (amor en griego); era divorciada, del este y tenía una hija. Esta vez, la novia huyó con la sortija de compromiso y con sus ahorros.
Pensaréis que se hundió en la tristeza. Nada más lejos de la realidad. Se compró otra moto y cortejó a otra mujer más modesta, poco llamativa y local. Esta vez acertó. Juntos, de la mano, se les ve por el jardín. Ambos comparten esa tierna locura que genera envidia y admiración. Porque a la postre, la felicidad, ¿dónde reside?, ¿en la belleza?, ¿en el dinero?, ¿en el éxito? Ellos creen, y yo con ellos, en la insania sosegada de un amor bien loco y correspondido.
Vivan los novios. Y vivan los personajes sobresalientes que nos alegran la vida con sus extravagancias. Sin ellos se llevaría mal el tedio.
Hola Anuska, que poética y bien te sienta Grecia. Salir de la Troya valenciana (¿o se decía coña?) te libera las musas líricas. Que bonita como has contado la historia de V. Algo ya nos habías adelantado en otros relatos, de tu faceta Celestina, pero quedaba el desenlace. Emociona que en el mundo materialista hacia el que vamos, en algunos casos siga triunfando el amor.
Un mogollón de besos
Viriato
En efecto, es mejor inspirarse en locos que en políticos; si pienso en ellos me entra la crisis existencial. Tú tampoco te puedes quejar, anda el oso sollozando bajo el madroño sin consuelo.
Bueno, riámonos. Es lo mejor que podemos hacer para sobrellevar la espera.
Lo de Madrid no tiene solución…😓
Bueno, a nosotros nos amenazan con poner «Bous al carrer» en el centro histórico de Valencia. Ya sabes que nos ha tocado un torero en el sorteo. No sé si reírme o llorar de la vergüenza.
Preciosa historia
Quizá envidiamos el smor de los locos.
Pero ¿No es siempre loco el amor?
Ay! Bendita locura!
Así es, el amor es locura. Y decían que movía el mundo, pero no sé yo… habrá que revisar el dicho
Un abrazo, Eduardo
Me encanta esta aventura, me sugiere algunas clásicas del neorrealismo italiano. También veo al cartero de Neruda pidiéndole (pidiéndote) mediación para su empresa. V no tiene nada de loco, los locos somos los que no tenemos la audacia de V.
En algún momento todos hemos sido locos, y suelen ser tiempos felices. Las tristezas comienzan cuando aceptamos la cordura como forma de vida: la seguridad, el prestigio, las riquezas. Nos olvidamos de que venimos y nos vamos desnudos y cuanto menos apego le cojamos al traje más alegres iremos por la vida.
Un saludo, Alvaro
Querida Ana,
Además del sentido de la belleza que siempre está presente en tus textos, además de tu sentimiento, sentido y sensibilidad que das a un acontecimiento aparentemente trivial, me parece a mí que es propio de una escritora de calidad.
Te estás convirtiendo en una de mis autoras favoritas, cada vez que recibo un texto tuyo, cada vez me gusta más.
Un abrazo colega Capitana de la Mar Océana.
Santi.
Gracias, Santi. Yo creo que de la bondad de la escritura también es un poco cómplice el lector que la recibe con agrado. Lo mejor de nosotros siempre nace de la pasión. Por eso no me prodigo en artículos, ya que no quiero que sean obligados. Solo escribo si siento placer en hacerlo.
Un saludo, Capitán
Bravo por V. También por la autora: me ha alegrado la tarde.
Me doy por bien pagada si he arrancado alguna sonrisa tuya.
Gracias
¡Ay, Ana, bendita esa locura!
Hola, Leticia. Perdona mi retraso, estaba navegando y no he podido responder en el blog desde el teléfono. Un abrazo desde el Jónico.