El escritor y marino Andreas Karkabitsas decía que “los temporales del cabo Maleas no los causan los vientos, sino los fantasmas”. Los espíritus que pululan aullando por la noche entre las rocas, los sepultados bajo sus aguas, los piratas y forajidos escondidos en sus cuevas, los eremitas cazadores de soledad, los monjes del pequeño monasterio de Santo Tomás, blanco y amable como el pan entre las rocas negras. Y Estrabón, geógrafo e historiador del S I a. C., afirmaba que quien cruzara el cabo Maleas, debía olvidar que tenía familia.
La tierra es una amenaza para un barco, limita su navegar libre en todo el sector que ocupa. Su presencia siempre estremece al navegante: ¿me habré equivocado?, ¿estará correcta la sonda?, ¿son esas sombras, como mosquitas, bajíos o simples motas de suciedad que se arrastran en las cartas de una copia a otra? ¡Tierra a la vista! es siempre una exclamación de alivio y de espanto. Pero de todas las tierras posibles son los cabos los que más quebraderos de cabeza suponen a la navegación. En sus proximidades se aceleran los vientos, se desvían las corrientes, se generan mares sucios de olas que llegan y olas que retroceden, así que cuando hay que pasar un cabo, la tripulación se arma de estoicismo por el enigma de cómo sucederá, qué habrá en la otra parte, qué rolada de viento esperará en su contorno, dificultando el avance o facilitándolo, a veces hasta demasiado y de forma peligrosa. Los cabos han sido siempre la pesadilla del marino y suelen llevar asociadas terribles leyendas de naufragios e incidentes funestos.
En Grecia, el cabo que se lleva el primer premio por malvado es el cabo Maleas, Καβομαλιάς. También llamado el pequeño Monte Athos, por la infinidad de monasterios que logró albergar en los tiempos en los que abundaba la piratería. En el siglo XVIII habitaba en una ermita en la roca, dedicada a los arcángeles, un monje eremita. El buen hombre no tenía otra forma de subsistencia que hacer sonar su campana cuando veía acercarse un barco para que le dieran comida y se aproximaba con su bote si la mar lo permitía. De ahí que durante algún tiempo se le conociera como cabo Santangelo. Pero mucho antes, en sus inmediaciones, se alzaba un imponente templo de Apolo al que iban a rendir sus ofrendas las naves que se había escapado del oscuro tentáculo del rocoso promontorio.
Situado en el extremo sudeste del Peloponeso constituye un paso importante para el tráfico marítimo, es el punto de inflexión para los buques que viran al norte en demanda del Egeo y mar Negro por un lado, y del Mediterráneo occidental y el Atlántico por otro. Una retahíla inagotable de naves cargadas de hombres y mercancías que no descansan un instante frente a su autoridad luminosa, constreñidos por el estrecho paso que deja la isla de Kithira y el propio cabo. Allí, de manera imponente, salvaje y orgullosa acaba la península de Laconia y Grecia se disuelve entre el mar y el cielo.
El cabo ya era terroríficamente célebre para los navegantes arcaicos. Homero lo describe así por boca de Ulises:
Entonces el que reúne las nubes, Zeus, levantó el viento Boreas junto con una inmensa tempestad y con las nubes ocultó la tierra y a la vez el Ponto. Y la noche surgió del cielo. Las naves eran arrastradas transversalmente y la impetuosidad del viento rasgó las velas en tres y cuatro trozos. Las colocamos en la cubierta por temor a la muerte, y haciendo grandes esfuerzos nos dirigimos a remo hacia tierra. Allí estuvimos dos noches y días completos consumiendo nuestro ánimo por el cansancio y el dolor. Pero cuando Eos, la de las lindas trenzas, completó el tercer día, levantamos los mástiles, extendimos las blancas velas y nos sentamos en las naves, y el viento y los pilotos las conducían. En ese momento hubiera llegado ileso a mi tierra patria, pero el oleaje, la corriente y Boreas me apartaron al doblar Maleas y me hicieron vagar lejos de Citera. Desde allí fuimos arrastrados por fuertes vientos durante nueve días sobre el Ponto abundante en peces, y al décimo llegamos a tierra de los Lotófagos. (Odisea IX 67-83)
En Maleas se encuentran las agitadas aguas de los temporales del Norte y del Oeste que, junto con las corrientes, generan mares muy confusas y peligrosas. Como resultado de ello el numero de naufragios acaecidos en la zona es elevado y la costa se encuentra plagada de restos. A unos escasos 10 metros de profundidad descansa el maltrecho casco de un mercante turco que sucumbió al maligno cabo; la claridad de las aguas permite observar su sombra desde la superficie. Era el 30 de enero de 1978, al mercante de 500 toneladas, Ismael Hakki le sorprendió un terrible temporal cuando cruzaba Maleas. Era medianoche y el capitán decidió buscar cierto abrigo en el golfo de Agios Nikolaos, al oeste del cabo, pero el corrimiento de la carga en los balances hizo que el barco se escorara. Unos pocos marineros consiguieron abordar la barca salvavidas y separarse del barco antes de que este se hundiera en el mar. Un pastor que había observado desde tierra el accidente encendió una antorcha y guió a los náufragos hacia un punto seguro de la costa donde desembarcar.
Siempre me sobrecogen estas cosas; ya sé que para los buceadores es excitante y divertido encontrar un pecio donde husmear, pero a mí me produce ansiedad, no puedo evitar oír los gritos, la confusión y el tumulto de las tripulaciones intentando salvar el pellejo entre un mar hirviendo, un viento furibundo y el triste quejido de un barco que se resiste a perecer tragando agua a espuertas por sus aberturas y deslizándose silenciosamente hacia el fondo y el olvido, dejando un simple “glup” como recuerdo y herrumbre para la posteridad. En estos casos solo veo a los fantasmas de Karkabitsas y prefiero no mirar, no sea que a la diosa Fortuna (fortuna es temporal en griego) le de por castigar a los fisgones.
En el cabo, antes que barcos y marineros se sumergieron otras cosas. Hay en las cercanías un bosque de palmeras petrificado. La subida del mar debió anegar la costa hace millones de años y los troncos cedieron mansamente su materia orgánica al agua mientras esta rellenaba los vacíos con material calcáreo, siglo tras siglo. La lentitud de la naturaleza produce sus resultados más sorprendentes y cuando se volvió a retirar el mar descubrió un bosque de pétreas chimeneas saliendo de la roca, sobre un decorado de conchas y caparazones de crustáceos milenarios.

Troncos fosilizados
Qué terrible historia la de estos arboles tragados por el agua, observando desde abajo, allá lejos, el cielo puro donde antes respiraban, mientras iban pereciendo a su costado los animales que se incrustarían como acompañantes históricos. Al cabo de algunos miles de siglos también verían pasar los barcos de Ulises y Karabitsas. Y volverían a caer desde la superficie los cascos agujereados de las naves infortunadas que naufragaron. Todos juntos para la eternidad en el fondo del océano. Y cuando pudieron regresar al deseado mundo celeste ya no eran árboles ni nada. El mar descubre muchas cosas con el tiempo, incluso que la posteridad es una mierda.
Το Δάσος
Μάνος Χατζιδάκις
Χρήστος Γεροντίδης
Δεν ξεριζώνονται οι νύχτες από μέσα μας,
βλασταίνουν φύλλα και κλαδιά
κι έρχονται τα πουλιά του έρωτα και κελαηδούνε.
Δεν ξεριζώνονται οι νύχτες από μέσα μας,
οι σπόροι τους φυτρώνουν δάσος σκοτεινό,
στις λόχμες του ο φόβος ενεδρεύει.
Ζώα μικρά και ζώα άγρια το κατοικούν
όχεντρες έρπουν και ρημάζουν τις φωλιές μας,
λιοντάρια ετοιμάζονται να μας ξεσκίσουν.
Δεν ξεριζώνονται οι νύχτες από μέσα μας,
έγιναν δάσος σκοτεινό και μας πλακώνουν.
El bosque
Manos Hatzidakis
Cristos Leontidis
No se erradican las noches de nuestro interior
brotan hojas y ramas
y vienen los pájaros del amor y trinan.
No se erradican las noches de nuestro interior
sus semillas germinan bosques oscuros,
en sus nidos el miedo acecha.
Animales pequeños y salvajes lo habitan
víboras se arrastran e infectan nuestros nidos,
leones se preparan para desgarrarnos.
No se erradican las noches de nuestro interior
se convierten en bosque oscuro y nos aplastan.
Hola anuska. bien comenzamos el año, mandando a la mierda a la posteridad. A quien había que mandar a la mierda son a los cabos, hasta con buen tiempo hacen de las suyas. Yo a pesar de mi corta experiencia y mis muchos años, sigo sin haber aprendido que hay que dejar de ellos un buen resguardo.
La letra con sangre entra. A ver si en el próximo…
Un millón de besos
Viriato
Hola chico. Espero que hayas disfrutado de las calmas de enero este fin de semana, fresquito pero excelente para darse un garbeo por los mares procelosos.
Muchas gracias, fiel amigo, siempre te estrujas la sesera para poner algo agradable.
Besazos
Merci Ana pour cette évocation du cap Maléas que je désire aller voir depuis déjà deux ans, et que je ne désespère pas de croiser un de ces jours… Je comptais y aller cette année mais n’ai pu trouver mes équipiers. Têtu comme je suis j’espère y aller en 2021 , et revoir encore Monemvasia…
Je te souhaite une belle année qui est déjà là, avec beaucoup de douceur. Cette année ce sera pour moi une virée sur un ancien thônier depuis Paimpol jusqu’à Bordeaux.
En 2018 nous étions allés voir Maria à Astipaléa, et quand je lui ai parlé de toi, ses magnifiques yeux se sont remplis d’étoiles, et elle nous a reçus comme des princes.
Pues espero que puedas cruzar el Maleas y visitar Monemvasia, te gustará.
Merci beaucoup pour votre commentaire et je vous souhaite une fantastique 2020