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Desvarios de balcón

Miramos mucho por la ventana pensando cosas diversas. A veces pasan largos ratos sin que se oigan pasos en la calle y nos inquieta el silencio. Hoy llueve, es agua dichosa y viva de la primavera, que a través de la neblina deja entrever los grandes claros; esas lluvias de abril que hacían reverdecer el olmo seco de Machado, resucitándole de su podredumbre invernal, y esperar otro milagro. Últimamente, como Perséfones desorientadas, nos asomamos al balcón del mundo recién salidos de los infiernos, sin poder romper el maleficio y un poco enloquecidos.

El otro día, por ponerle un poco de humor al asunto, me imaginaba saltando por la ventana y abrazando al primero que se cruzara conmigo. Realizar sorpresivamente ese acto de rodear con los brazos a un desconocido para transmitirle regocijo, cariño o felicitación. Supuse que todos huirían de mi como almas que lleva el diablo. Me tomarían por demente y acabaría por detenerme la policía.

El acto de abrazar es utilizar los brazos para inmovilizar al otro momentáneamente y comunicarse físicamente, intercambiando sentimientos entre los dos, normalmente de alegría y gratitud. Rejuntar pechos y corazones, notar un calor dulce que viene de más allá de nuestra piel, como el sol de abril. En griego la palabra abrazar, αγκαλιάζω, tiene la misma raíz que anzuelo, αγκίστρι, yo creo que para recalcar la paralización y el enganche que producen ambos; el abrazo, por cariño; el anzuelo, por engaño. Porque también hay abrazos embusteros, dados por cortesía e incluso con odio. Son distantes, muy breves, con cabezas ladeadas para no encontrar el otro rostro de frente, los ojos profundos, el rictus de los labios, el perfume indeseado. Abrazos que se hacen eternos, por muy veloces que se ejecuten, y que te hacen coletear mentalmente como un pez en la trampa intentando escabullirse.

Me reía yo sola pensando en esconderme en una esquina y salir al paso de cualquier transeúnte, como los exhibicionistas de la gabardina, propinándole un apretón sentido y certero. Mi espíritu necesitaba de los contactos cariñosos, como mi cabeza el café de la mañana. Pero, ¿estaría dispuesta a abrazar a todo quisqui? Era un punto que debería seguir analizando tras la reja del balcón.


Entre tanta meditación desvariada, me acordé de un degenerado que aparecía en el camino del colegio. Llevaba un abrigo largo que abría de par en par cuando te encontrabas a su altura. La cara enrojecida, a punto de la asfixia y la congestión. Y luego te enseñaba esa masa sanguinolenta y amoratada, que solo veías de reojo al torcer la cabeza. Siempre me he preguntado qué placer encuentran esos enfermos morbosos, sino el de asustar. Porque la verdad, a la segunda vez que te topabas con él, ya no le prestabas la mínima atención.
-Me he encontrado con el de la pilila. –decías al oído de tus compañeras.
–Puaj, qué asco.
–¡qué guarro!
Se montó una leyenda alrededor de el “de la pilila”, y alguna hasta lo dibujaba en el pupitre. ¿Qué habrá sido de aquel desgraciado enfermo? Cuando con el paso del tiempo nadie chillaba, ni se cambiaba de acera, ni hacía aspavientos, resumiéndolo todo con un: ¡este pesado otra vez!  debió de cansarse. Supongo que enfundaría la pistola y se iría a molestar a otro lado. Hasta que acabara en un manicomio o en una prisión.

Vale, pero volvamos a la reflexión alucinada tras el cristal. Yo saldría del portal, con la gabardina desabrochada y abrazaría como si fuera el fin del mundo. Pero, me vuelvo a preguntar: ¿a todos? No, a todos no. No abrazaría a todos aquellos que deambulan por las calles pensando que esta crisis no va con ellos porque son jóvenes y se ríen de los viejos; ni a los que se refugian en sus barcos y en sus casas de verano, por creerse seres privilegiados y más inteligentes; ni mucho menos a los que escriben misivas amenazantes a sanitarios y cajeras de supermercados en los portales de los edificios con la misma caligrafía que el más malvado personaje de una historia de Dickens; tampoco a los que insultan a la mujer que tarda en salir de la panadería porque no puede contar las monedas con los guantes; ni a los que intentan pescar en rio revuelto inventando apocalipsis; o los que mienten; los que se aprovechan del mal ajeno; los que ni en los momentos peores saben comportarse como seres pertenecientes a una sola especie. A todos esos no les abrazaría. Total, que una no puede abrazar sin fijarse muy bien y al final el ansia de roce es de aquellos hombros lejanos que no podemos sentir. Para eso no me pongo gabardina.

Αγκαλιές ήρθαν σαν μήνες,
άλλες για να με ζεστάνουν
κι άλλες ήρθαν σαν τον Μάρτη,
άνω – κάτω να με κάνουν.

Άνθρωποι, κορμιά σαν δέντρα,
είχαν μέσα μου ριζώσει,
άλλοι είχανε ανθίσει,
άλλοι είχαν μαραζώσει.

Μα εγώ ζητούσα έναν,
τον Απρίλη μου τον ψεύτη
και τα λόγια που με δέναν,
της καρδούλας μου τον κλέφτη.

Άλλοι μέσα στο Δεκέμβρη
μου ζητούσανε να γιάνω,
τις ψυχές τις παγωμένες
κι έτσι μόνιμα να χάνω.

Τα λουλούδια που μυρίζουν
άλλοι για να με γλυκάνουν,
στου Ιούλη τα νυχτέρια,
τα φεγγάρια μου να φτάνουν.

Μα εγώ ζητούσα έναν
τον Απρίλη μου τον ψεύτη
και τα λόγια που με δέναν,
της καρδούλας μου τον κλέφτη

Llegaban abrazos como meses,
unos venían para calentarme
y otros vinieron como marzo
para ponerme del revés.

Hombres, cuerpos como árboles
que enraizaron en mi interior
otros habían florecido,
otros se habían marchitado.

Pero yo quería uno,
el abril mentiroso
y las palabras que me ataban
al ladrón de mi corazón.

Otros, en diciembre
me pidieron que sanara
los helados corazones
y así, siempre salir perdiendo.

Las flores que son fragantes,
otras son para endulzar,
En julio las nocturnas
Para alcanzar la luna.

Pero yo quería uno,
el abril mentiroso
y las palabras que me ataban
al ladrón de mi corazón

9 comentarios en «Desvarios de balcón»

  1. ¡¡ El de la pililaaaa !!

    Muchos emoticonos destornillándome…

    Divertido post Ana, yo la verdad es que por suerte paso poco tiempo mirando calle desde casa entre semana. Salgo todos los días a trabajar, estoy con mucha gente, hasta cambio de país un par de veces al día, pero me da pena lo que veo, con lo bien que estábamos antes con los atascos, los listos que se saltaban los ceda el paso, los que adelantaban por el arcén en las colas, en fin, que añoro eso de ponernos nerviosos al volante je je je.

    Saludos Ana.

    1. Ay, «el de la pilila » nos dio mucho juego para inventar historias peregrinas; algunas hasta algo gores.
      Los atascos, los madrugones, las declaraciones de IVA ( bueno esas no han desaparecido), la contaminación y los ruidos callejeros. ¡Qué tiempos aquellos! Bienaventurado tu que trabajas, yo , cuando salga de esta no me voy a acordar de mi oficio. El humor y la esperanza no hay que perderlo nunca, aunque las ratas abandonen el barco.

      Otro abrazo. Hoy amortizare la gabardina 🙂

  2. Hola Anuska, tamizando, uno a uno, cada personaje no abrazable, que sin necesidad de coronavirus, anda por ahí sueltos, te iba a costar un rato abrir tu gabardina de abrazos. Ahora hablamos mucho de los cobid-idiotas, los policías de balcón, los vecinos insolidarios, lo políticos y tertulianos “Capitán a posteriori”. Maravilloso es ver la cantidad de gente que sale a aplaudir a los balcones (músicas aparte). Más pronto que tarde llegará la normalidad y veremos cuantos te quedan a los que poder abrazar de corazón. Pero no te preocupes, te tengo guardado unos de mis mejores abrazos para cuando te vea; os vea, y prepárate, que ya sabes que los míos son sin mascarilla.
    Mil millones de abrazos y besos
    Viriato

    1. Cesar, que te quiero mucho, pero tus abrazos son conocidos entre todos lo fisiterapeutas y tarumatólogos . Ya oigo crujir mis costillas, tiemblo de pensarlo; sin mascarillas pero con escayola. Menos mal que ahora son virtuales, salado.

      Un besazo

  3. Hola Ana me encantó el vals de los abrazo como meses…y también que se pueda leer al escuchar la canción, sobre todo para los que sabemos poco griego
    Muy buena actividad para la cuarentena
    un abrazo
    Alicia

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