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El hombre del clavel rojo

Entre los carriles de las vías del tren, crecen flores suicidas.
R.G. de la Serna

Las flores encubren, entre sus corolas, mensajes diversos, diseños que la presión evolutiva seleccionó con detalle, para que parezcan hermosas, apetitosas, aromáticas y llamativas, destacando en un jardín contra sus competidoras. Una flor se acicala con colores y perfumes, durante millones de años, para atraer a su insecto, y este la elige, quieta, inmóvil, inválida, para ayudarla a completar su acto reproductivo, objeto único de su existencia. El derroche de medios y ornamentos de la naturaleza sorprende tanto que nunca nos acostumbraremos a ver, sin melancolía, los preciosos pétalos de un rosal deshojado como emblema del despilfarro de la vida.

El clavel, esa flor olorosa que literalmente estalla en colores, hasta llamarse reventón cuando se abre totalmente, mostrando su encarnado interior, ha resaltado en numerosas ocasiones como símbolo de resistencia y revolución. En sí, un clavel rojo, es un corazón abierto que palpita en efluvios florales cuando pasas por su lado, como si se desangrara y perdiera la vida en su floración. Justamente, el clavel, junto con la rosa, son unos perfectos cuentistas y fabuladores que dan lugar a infinidad de leyendas.

Cuentan que Maria Antonieta, estando presa y esperando su cruel sentencia, fue visitada por dos nobles franceses que buscaban una figura fuerte para encabezar la contrarevolución y pretendían su fuga. Nuevos aires recorrían todos los rincones de Francia; aires de libertad, aires de igualdad,  pero también aires de muerte y de venganza. Allí apareció el clavel como fiel invitado de tiempos confusos. Curiosamente, los visitantes llevan dos claveles en la solapa de su casaca. En un momento dado uno de ellos se inclina ante la reclusa y deja caer “accidentalmente” los dos claveles. Entre los pétalos de uno de ellos, un diminuto rollo de papel le muestra a la reina la frase: “Tengo hombres y dinero“. Sin perder  un segundo, la reina encuentra en el segundo clavel otro papel en blanco en el que gracias a un alfiler escribe: “Estoy estrechamente vigilada, no hablo con nadie, confío en vos”. María Antonieta les devuelve los dos claveles, el plan está en marcha. Plan que como todos sabemos, fracasó.

El clavel tiene un hermanastro fonético un tanto raro: el clavo. Una flor emparentada con una especia culinaria de apariencias tan diversas que al principio cuesta caer en la cuenta de que se denominan de igual forma en muchas lenguas. El garífalo griego, el krenfel árabe, el garófano italiano, indistinguibles al habla, pero tan diferentes en usos y apariencia que hay que descender hasta las denominaciones científicas para constatar sus diferencias. El clavel es Dianthus caryophyllus, la flor de Zeus, la flor de dios. Mientras que el clavo es Syzgium aromáticum , dos especies bastante separadas.

El 25 de abril de 1974, la camarera Celeste Caeiro, regresaba a casa cargada de flores retiradas de los adornos de un banquete, un aterido soldado le pidió un pitillo desde un tanque en la plaza del Rossio y ella le ofreció un clavel encogiéndose de hombros. El soldado sonrió y lo enhebró en su cañón; sus compañeros repitieron el gesto colocándolos en sus fusiles, extendiéndose la acción por toda la ciudad y generando el nombre con el que la revuelta pasaría a la posteridad: la revolución de los claveles. Fue una de las revueltas más bellas de la historia, porque no se disparó ni una bala y el pueblo, el que más ordena, consiguió realizar sus anhelos democráticos gracias a la fragancia de unas flores, encarnadas como la sangre, pero sin una gota de esta última, como suele ser habitual.

Tras la guerra civil griega, en 1949, Nikos Belogiannis, volvía a Grecia clandestinamente para recomponer al derrotado partido comunista. No tardó mucho en ser apresado y encarcelado. En octubre de 1951 fue juzgado, junto con otros compañeros, por un tribunal militar, formado, entre otros, por Yiorgos Papadopulos, el funesto cabecilla de la dictadura de los coroneles futura. Belogiannis negó todas las acusaciones e insistió en el carácter patriótico de la lucha armada durante la resistencia contra la ocupación nazi (1941-1944), la intervención británica (1944-1946) y la posterior guerra civil (1946-1949). El 16 de noviembre el consejo de guerra le condenó a muerte a él y a otros 11 comunistas, pero la sentencia no se ejecutó porque el proceso y el veredicto eran netamente políticos. El 15 de febrero de 1952 se repitió la farsa judicial ante el Tribunal Permanente del ejército, las nuevas acusaciones incluían el espionaje e inculpaban a Helli Ioannidu, la compañera de Beloyannis.

Durante el juicio, las fotos muestran al dirigente comunista con una sonrisa en los labios y un clavel rojo en la mano, una imagen que dio la vuelta al mundo y quedó inmortalizada por Picasso en un dibujo. Desde entonces los claveles rojos se convirtieron en otro de los símbolos del movimiento obrero y revolucionario internacional.

En Grecia y en todo el mundo surgió un movimiento en contra de las condenas a muerte. Los abogados pidieron al rey que perdonase a sus clientes. Importantes figuras del mundo de la cultura y la política, como De Gaulle o Jean Paul Sartre, se alzaron pidiendo clemencia y centenares de personas se congregaron a la entrada de la prisión para impedir el traslado de los presos. Hasta el mismísimo arzobispo de Atenas, admiró el tesón y la valentía con las que Belogiannis defendía sus ideales, comparándolas con la lucha de los primeros cristianos.

Pero los EE.UU. exigieron que el gobierno y el rey llevasen a cabo la ejecución de la sentencia. El sábado 29 de marzo de 1952 por la tarde, el rey Pavlos rechazó la petición de clemencia para N. Belogiannis y sus camaradas. Después de la medianoche del domingo 30 de marzo, los verdugos llegaron a la cárcel y seleccionaron a cuatro presos para fusilarles, los llevaron al lugar de la ejecución y les dispararon bajo las luces de los camiones militares, al alba y clandestinamente, de manera apresurada, antes de que se difundieran las noticias en Atenas.

La ejecución de Belogiannis. P. de Francia

 

En 1980 Nikos Tzimas rodó la película “El hombre del clavel” con música de Mikis Theodorakis sobre la vida y la muerte de Beloyannis. En el este de Berlín se levantó una estatua en su memoria y en Hungría se bautizó una ciudad con su nombre que durante décadas albergó a los refugiados políticos griegos que tuvieron que huir de su país por su lucha contra el fascismo.

Beloyannis, “El hombre del clavel”, no sólo fue un ejemplo de la lucha de los comunistas contra el fascismo  sino además, un símbolo de los crímenes del imperialismo durante la Guerra Fría. Giannis Ritsos le dedicó uno de sus poemas más célebre: Ο άνθρωπος με το γαρύφαλλο, el hombre con el clavel.

Hoy el campamento está silencioso.
Hoy el sol tiembla anclado en silencio
Como la chaqueta del asesinado en la alambrada.
Hoy el mundo esta triste.
Colgaron una gran campana y la sonaron en la tierra.
En su cobre palpita la paz.
Silencio. Escucha esta campana.
Silencio. La gente pasa levantando sus hombros
El gran ataúd de Belogianni

Silencio. Silencio. Los mataron.

Nada más por hoy. Os dejo con esta hermosa canción de Giannis Parios, cantada a coro con Haris Alexiou. En ningún sitio he leído que esté dedicada a Belogiannis, pero escuchando la letra, bien podría ser ese mismo clavel rojo.

Για να με γνωρίσεις μες στο πλήθος
φόρεσα γαρύφαλλο στο στήθος
από μια γιορτή που μόλις τέλειωσε
μια γιορτή που δίστασες να πας

Κόκκινο γαρύφαλλο, κόκκινο γαρύφαλλο
πάνω στο πουκάμισο, στο μέρος της καρδιάς
Κόκκινο γαρύφαλλο, κόκκινο γαρύφαλλο
πάρ’ το από το στήθος μου, ελπίδες να κρατάς

Ρώτησα χαμένη μες στο πλήθος
ποιος φοράει γαρύφαλλο στο στήθος
Κι ήρθα να το πάρω με τα χέρια μου
είναι αυτά τα χέρια που αγαπάς

Para que me reconocieras entre la multitud
llevaba un clavel en el pecho
desde una fiesta que apenas acabó,
una fiesta a la que dudabas acudir.

Clavel rojo, clavel rojo
encima de la camisa, en el lado del corazón.
Clavel rojo, clavel rojo
tómalo de mi pecho, agarra las esperanzas.

Pregunté, perdido entre la gente
quien llevaba un clavel rojo en el pecho
y vine a cogerlo con mis manos,
son estas la manos que amas.

10 comentarios en «El hombre del clavel rojo»

  1. Ana.Pura poesía.Una piensa que leyó lo mejor de tí y vas y te superas.Destilas humanidad y belleza en lo que escribes .Tu amor e interés riguroso por lo clásico y el mar que surcas te hace un ser excepcional.En estos tiempos de sequía de esos valores,se agradece y estima.Gracias.

  2. Hola anuska, cuánto tiempo llevabas sin escribir. Ya se te echaba de menos. No conocía la historia de Belogiannis, pero si me suena haber visto la famosa foto con el clavel. Sigue siendo inquietante el poder de Estados Unidos al poder meter mano en todo lo que se le antoja. Parece que la cosa no cambia. De la revolución de los claveles portuguesa tengo perfecto recuerdo, y la canción “Grandola, villa morena” me sigue poniendo la piel de gallina.
    Mil besos escritora de mis entretelas
    Viriato.

  3. Hola, Ana. Gracias por el artículo. No conocía bien la historia, pero la canción sí la conocía. Gracias a tu escrito la vincularé, para siempre con este hecho. Hasta otra. Un saludo

  4. Hola Ana,
    hermoso texto y hermosa canción. Es reconfortante encontrar en este río de la vida estos relatos, relatos para los que siempre encuentras las palabras justas. Y el alma de las mismas. Y también la música.
    Triste historia la del comunista griego, como casi siempre. La historia está plagada de claveles rojos pisoteados. También ahora son malos tiempos para los claveles.
    Un abrazo

    1. Sí, como tu dices, es reconfortante ver historias como estas, donde los ideales estaban por encima de todo, historias de personas elegantes. El materialismo en el que vivimos ahora es todo lo contrario, nos deja pocos resquicios románticos y sueños por los que luchar.
      Un abrazo, Mario. Os deseo buenas aventuras para este año.

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