Siempre dije que Trizonia era el inicio de todos mis viajes. Esa isla minúscula, imperceptible en el mapa, con nombre de grillo, tiene tan buenas historias escondidas, que me dan la entrada y el tono para empezar a viajar. La Trizonia que quiso comprar Onassis y no pudo, la del heroico club de yates de trágico final, la de la barca de movimiento perpetuo de uno al otro lado del estrecho que la separa del continente, la de las playas rojas y negras, la del letargo invernal, la del frio escupido desde los montes blancos que rodean al “onfalos” de Delfos, la secuencia lenta de una película entumecida, que se mueve fuera de temporada a pequeños saltos, con un crujir de ropa almidonada y de huesos helados.
Trizonia es el inicio de todos los viajes, porque da pie a nuevas peripecias en entornos menos familiares, como los del Jónico, buscando la luz del Egeo, como los caracoles la hierba fresca que deja la lluvia. Una vez queda atrás la importante Messolongui y nos encaminamos por el golfo de Corinto, abandono el reino de Ulises y los monstruos, gorgonas o hechizos pueden surgir en cualquier recodo. El primero, en Trizonia.
De esta pequeña isla, que no figura en las guías ni en los folletos de agencias de viaje que sugieren “Islas griegas” para disfrutar de unas vacaciones de ensueño, donde a nadie se le ha perdido gran cosa, excepto la propia sombra, siempre me ha maravillado la tozudez autogestionaria de sus habitantes. Se resistieron a que Onassis comprara su isla, crearon su particular transporte público con dos barcas que vienen y van constantemente, patroneadas por ellos mismos, permitiendo así que la gente viviera a un lado y otro del pequeño mar de apenas media milla, que separa a Trizonia de su hermana Hania, como dos imágenes especulares que se miran eternamente, surcadas por las valientes naves coloradas, que llevan a los locales y visitantes de una parte a otra del país de las maravillas, repletos de conejos, chisteras y reinas de corazones, con una algarabía jovial en verano y una estela fosca de bruma en invierno. Las barcas representan la esencia misma de la frase “Navegar es necesario, vivir no es necesario”, sin ellas no habría tabernas, turistas, colegios o médicos.
La primera vez que vinimos, a principios de los 90, el puerto natural que tiene la isla, era un abrigo perfecto para los pocos barcos que transitábamos estos golfos. Estábamos en plenas navidades y ya la isla se mostró como el prólogo de todos mis viajes. Realmente fue la segunda isla que visitamos, después de hacer nuestra entrada en Cefalonia, en compañía de unos buenos amigos. Recuerdo que solo había una taberna abierta. Bueno, más que abierta diríamos que vivían allí, nosotros nos metimos en su casa pidiendo pescado y ellos se miraron unos a otros y dijeron que sí. El abuelo tumbado en una cama en medio del comedor, los niños enfrascados frente al televisor, pegando gritos y persiguiendo a un gato, que asomaba por la cocina, para rodearle de espumillón. Los cristales empañados del calor humano de dentro y el frio divino de fuera. Nos sirvieron unos pececillos de colorines, escuálidos de mollas y generosos en espinas. Imagino que el niño protestaría más tarde al ver el acuario vacío. Nos pareció una cena suculenta. El abuelo ni se movió, solo nos miraba desde su cama sin asombrarse lo más mínimo; a él le habían dicho que los turistas eran raros.
Ya se rumoreaba que el estado iba a invertir un buen dinero en la creación de una marina. Los habitantes estaban ilusionados, pensando que ello atraería a muchos navegantes que dejarían buenos ingresos en la isla, mucho trabajo relacionado con el mundo náutico y la dotaría de una población flotante que impediría su casi muerte invernal. Así fue; se construyeron las instalaciones, aparecieron barcos como moscas y después… nada, la marina nunca se explotó y quedó anegada de marinos gorrones que dejaban sus barcos en invierno, por muy poco o nulo dinero, mientras volvían a sus cómodos y ricos países. En poco tiempo, el puerto se llenó de pecios y derrelictos y hasta se hablaba de una familia alemana que llegó un día, amarraron, desembarcaron con sus maletas y nunca más se les volvió a ver; sí al barco, que se quedó para la posteridad criando algas, moho, caracolillo y vergüenza. Algunos sucumbieron al abandono y se transformaron en juguetes rotos y tristes. Los trizonios asistían al desastre inevitable, al destino pertinaz que les hacía sufrir la miseria.
Por diversos y farragosos procesos legales y burocráticos, los isleños, no podían tocar ni una cuaderna de aquellos yates podridos que enturbiaban sus aguas y así veían, a regañadientes, como los años pasaban, los barcos aparecían y desaparecían, pero nadie dejaba un euro en su preciada isla, que seguía siendo pasto de los duros nortes desalmados.
Este año, cuando llegamos, noté el puerto vacío, los pecios se habían evaporado y había un cierto orden y organización. Al poco rato de amarrar apareció un empleado del ayuntamiento solicitando una tasa portuaria. Él mismo nos explicó que la explotación de la marina había pasado a manos municipales y que por fin habían logrado extraer toda la basura náutica que ocupaba sus amarres.
-Poco a poco la iremos arreglando y pondremos plantas y pondremos jardines y daremos agua a los navegantes.
Realmente me alegró la propuesta. Cualquiera pensará que soy idiota por entusiasmarme por pagar, pero eso, al fin y al cabo, había resultado en la desaparición de barcos que buscan lo gratis por encima de todas las cosas y amarraban perpetuamente aquí, sin dejar sitio libre a los transeúntes. Ahora se lucraría el municipio. Genial. Me dispuse a preguntar a todo bicho viviente.
-Oiga, y ¿La marina? ¿ahora la gestionan ustedes?
Los isleños siempre son reacios a contestar con más de un monosílabo. Tuve que armarme de toda paciencia y perseverancia; se notaba que el tema dolía un poco.
-Sí, ahora, poco a poco, en invierno, plantaremos flores y jardines. Daremos agua a los navegantes.
Tiene Trizonia el secreto de unas “maridas “espectaculares; esos pececillos anónimos, casi desconocidos, que bien fritos te hacen celebrar el mar. Cuando son pequeños les llaman acerinó, ya de adultos, maridas. Son tan simples y bondadosos que su finura reside en el buen aceite y la sabia sartén del cocinero. Los griegos saben freír como los andaluces, sin una gota de más en el pescado. El camarero, al que alabamos la suavidad de sus maridas, era realmente simpático y comunicativo.
-Y ¿Cómo ves tú el tema de la marina?
Sonrió de oreja a oreja y me dijo:
-Poco a poco, en invierno, la arreglaremos. Pondremos plantas y jardines. Daremos agua a los navegantes. – Se quedó pensando un poco y añadió- También hemos puesto atracciones para niños. – Y señaló a dos patos y un cisne que se daban el pico amarrados en las claras aguas del puerto.
Llegó la barca y desde lejos surgió un griterío de chavales señalando a los patos, entusiasmados. Casi se tiraban en marcha, mientras el barquero les reprendía, peleándose por quien se adueñaría del gran cisne y sería el rey del estanque dorado.
Trizonia siempre es el comienzo de algo, incluso de los viajes amargos. Los recuerdos y las fotografías nos dejan desarmados, se aparecen de improviso y son imposibles de esconder. Malos o buenos, al final te entumecen y te producen la misma sensación de orfandad y desperdicio. De cosas que, a diferencia de la barca roja, nunca volverán.
Amiga querida, te veo en todos lados; comiendo pececillos de colores, gritando a las estrellas fugaces, pidiendo tomates rellenos con nuestro griego macarrónico de entonces y riendo a carcajadas de tu ruidosa espontaneidad. Todavía no soy consciente de que debo añorarte, pero hoy he paseado por el puerto. La taberna sigue igual, no vi la cama ni el gato. Tu tampoco estabas.
Να `μαι καλά στα χαμηλά
και δω στη γη να ξημερώνω
να ζω με τούτα τα ψηλά
να χάνομαι στο χρόνο.
Να σέβομαι τη λογική
τα συναισθήματα να πνίγω
κρυφά να γίνομαι παιδί
να ξαναπαίζω λίγο.
Αχ, ζωή κάτι μου κρύβεις
κάτι μαγικό που το ποθώ
πως περνάς και νιώθω να τ’ αγγίζω
όσο το αποθώ.
Να λέω το πικρό γλυκό
να `χω δυο πόδια για να βγαίνω
καφέ να πίνω στο σταθμό
να μην πηδάω στο τρένο.
Να βάζω παρακεί το εγώ
μην αγαπήσω σαν κουρσάρος
κι απ’ του ονείρου να λυγώ
το πουπουλένιο βάρος.
Αχ, ζωή…αποθώ.
Estar bien en lo más bajo
y amanecer en la tierra
vivir con esas alturas
perderme en el tiempo.
Respetar la lógica
las emociones ahogar
a escondidas volverme niña
para volver a jugar un poco.
Ay, vida, algo me escondes
algo mágico, que deseo
Como pasas y siento el rozarlo
tanto como me repele
Hablar de lo agridulce
tener dos pies para salir
beber café en la estación
no saltar al tren.
No sobrepasar los límites
No amar como un corsario
Y doblarme con el ligero peso
del sueño.
Ay, vida, algo me escondes…
Precioso Ana , como lo sientes y cómo lo vives !!!!
Muchas gracias, Maria Asunción. Sí, desafortunadamente, hay cosas que no me gustaría tener que vivir y sentir, pero no queda otro remedio.
Un abrazo
Ana Capsir?eres la.amiga de Maria mercadal.de Ciudadela? Creo que si porque me ha comentado lo maravillosa que eres….y solo una persona extraordinaria puede hacer un relato tan impresionante de la isla griega Trizonia……me llamo julia y soy muy amiga/hermana de Maria.un saludo desde Mallorca.feliz otoño.
Hola Julia. Sí, soy Ana Capsir. Debemos ser familia sin saberlo, ya que si eres hermana de María; yo también lo soy; tienes parentesco conmigo.
Yo estuve en tu casa en Palma, cuando María tenía la tienda; pero ya no me acuerdo de si nos conocimos en persona o no.
Gracias por tus halagos y un abrazo
Ana, siempre es un placer leerte, pero hacerlo en Creta es todavía mejor. Me he descargado La Isla para leerlo antes de ir a la de Sinalonga.
Todavía estoy con Secuestrar a un General. Tengo poco tiempo.
Un abrazo desde Agios Nikolaos.
Pues que usted lo pase bien por Creta. Nosotros también estamos en el Egeo pero justo al otro lado, nos agitan las mismas olas.
Un abrazo
Hola Ana,
Acabo de oír lo del desplome de la roca en Zante y ahora me encuentro con tu nuevo post. Me sirve de consuelo, para cerrar los ojos y dejarme llevar.
Acabamos de llegar de Syros y sí es verdad que es una isla distinta, con vida propia y con muchos rasgos ajenos al turismo (sobre todo al compararla con la cercana Mykonos al ir a coger el vuelo de vuelta; mucho más agradable la ida desde El Pireo). Entre otras cosas la estancia allí nos ha servido para conocer un poco más la música Rebetika y toda la historia que hay detrás. Fascinante.
Un abrazo y disfrutar del resto del verano por esos mares.
Hola Mario. Supongo que en Syros os habréis empapado de la vida de Bambakaris y su música. Fue uno de los mejores. Había un cómic, Rebetiko, en el que salía él. Te lo recomiendo, los dibujos eran muy buenos.
Lo de Zante ha sido tremendo, pero yo me lo esperaba un día u otro. En Itaca y Lefkada hay playas parecidas y siempre caen piedras de los acantilados. En el Navagio el peligro es mayor, porque andan todos haciendo escaladas, cordadas y «malakías».
Un abrazo
Hola Anuska, Se me queda un sabor agridulce en la boca con la noticia de que en Trizonia van a cobrar por amarrar. Desde que la conocí, en mi imaginario, se convirtió en mi isla de Robinson, donde me gustaría pasar el invierno amarrado en sus muelles. Si, sé que ahora seguiré pudiendo lo hacer, si un día me lo propongo, y encima tendré agua y posiblemente hasta electricidad, pero qué quieres que te diga… iEl mal llamado progreso nos ha roto tantos juguetes!
Un beso gordísimo para ti, y otro para Gloria.
Viriato
Bueno, Cesar, también los pobres tienen que vivir y pagar sus deudas. Era ya una vergüenza como estaba el puerto, la gente dejaba el barco allí y se iba a su país en invierno, y luego regresaba tan campante. A muchos les parece correcto pagar las marinas y los náuticos de sus propios países, pero se ofenden porque les cobren en un puerto griego. Yo me alegro, además se liberaran sitios de los apalancados.
Un besito, figura y mas gordo para Isa; para que rabies
Ya te dije antes que tenía sentimientos encontrados, y claro entiendo que lo limpien y lo cuiden y que cobren para mantenerlo, no tiene sentido que aquello se convierta en un vertedero,. Lo que no entiendo es que le mandes a Isa un beso más grande que a mí, ya verás cuando te eche la vista encima ?
Me encanta haberte conocido capitana…..y me encanta leer tu libro y tus relatos….te sigo de cerca ;p
Enky
Gracias Enky, también ha sido un placer para mi tenerte a bordo. Espero que sigáis con vuestras vacaciones, pasándolo genial.
Ana, qué delicioso relato y qué nudo en la garganta! Un besazo para tí y otro para Gloria que siempre estará ahí bromeando, haciendo Taichí e intentando que nos inicíasemos. Cuántas risas! Gracias!
Sí que es verdad, cuantas risas. Con eso es con lo que tenemos que quedarnos, con la risa, sus gritos y sus fantasías. Era genial.
A mi también me ha costado escribirlo, no creas, pero tenía que hacerlo tarde o temprano; no se podía quedar en el tintero.
Besitos