Igual que es necesario releer los libros buenos para que nos muestren toda su esencia, no podemos apresurarnos por los caminos sin revisitar lugares, para no perdernos la sorpresa que, como una amplia sonrisa, nos devuelve una vez, entre miles, aquel paisaje anónimo que hoy luce con una belleza deslumbrante y desconocida. En este mundo de reels, giffs, tik-tokes, stories y avatares, el tiempo, la inmediatez y la prisa, las armas atómicas que todo lo arrasan, acabaran por adormecer nuestras mentes si no ofrecemos resistencia.
Los campos de la meseta castellana son elegantes y sobrios. Entre la silenciosa estepa, tan solo los pueblos, camuflados entre rojos de ladrillo y torres de reloj altivas y coronadas, orientan los caminos y sirven para detallar un paisaje que, de otro modo, sería tan repetitivo como el mar. Y como él, terco y perseverante. Los pinos se agrupan en borrones aislados, abrazados en un corro; limitados en el pequeño espacio que la tierra les ofrece como un regalo, para luego volver ella a su persistente vacío de terrones y senderos desnudos. Las espigas se inclinan con el viento y ondulan un fresco campo sin sombra. Otra vez como el propio mar y sus olas. Y como a él, nunca te cansas de mirarlas.
Y mis ojos, detenidos en un paisaje que transmite paz y sosiego, se estancan con asombro en las manchas ácidas, destellos de amarillos limón, que dejan las flores de los cultivos de colza, recién nacidas en abril, como un bostezo de azufre salido de los infiernos. Por ellas, Perséfone vuelve a la vida, como cada primavera, desde los siglos de los siglos.
Recordé el famoso poema de Wordsworth:
Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse, porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo.
Dudo mucho que solo el recuerdo sea capaz de curar la aflicción de la perdida de la belleza, del éxtasis por la perfección de la naturaleza. Pero la poesía es así, nos consuela momentáneamente con su sonoridad. Como las estrellas con sus luces y parpadeos. Eso repito yo en las charlas que voy dando por diferentes puntos de España presentando el libro.
Estos viajes nos hacen sentir felices. Como los feriantes, de pueblo en pueblo, librería por librería, charlando con los libreros. Los hay buenos y los hay tontos y soberbios. Me gustan los buenos libreros, tienen una mirada que los delata. Como los viejos joyeros, uno de sus ojos tiende a ser más grande que el otro y mira, casi taladra, a través de la portada del libro, adivinando sus entretelas. Hay otros que levantan la nariz y exclaman algo así como: hay demasiados libros, no tengo espacio para todos. Y se sientan frente al ordenador a dedicarse a menesteres más importantes que un humilde libro y un sonriente escritor.
Me divierte este oficio nuevo de trashumantes y buhoneros de libros. Como los antiguos cómicos de la legua, que hacían sus representaciones con la obligación de acampar a una legua de la población en la que iban a actuar. Es todo un universo desconocido del que estoy descubriendo maravillas. Deambulando por librerías y salones de actos, con los libros a cuestas, presentando a mis estrellas, me genera mucho regocijo.
A menudo nos reímos imaginando que abrimos la escalera de madera y yo trepo por ella hasta el último escalón, con un cencerro al cuello, mientras suena en un organillo la copla de “Campanera”.
–¿Y si regaláramos un crecepelo?
Una vez leí las declaraciones de alguien, de quien no recuerdo el nombre, que decía que un escritor no termina su libro, sino que lo abandona. En realidad, así es: renuncia a su crianza en manos de agentes y editoriales, son otros quienes lo educan y alimentan; el autor pierde su rastro y cuando lo vuelve a reencontrar, la criatura ha crecido y ya casi ni lo reconoce como hijo suyo. Ese fue el caso de Mil viajes a Itaca, mi anterior libro: me perdí su pubertad y cuando lo he releído, me ha parecido pobre y lleno de erratas. Ha habido que corregirlo con esmero e ilustrarlo con cariño; espero que agrade el resultado cuando salga la segunda edición.
En el presente libro, Navegando por el cielo, es todo lo contrario: le estoy acompañando en todo su recorrido. Porque, a la postre, lo que me divierte es justamente esto: el placer de hablar del cosmos, recordar leyendas, encontrar viejas amistades, ponerles cara a lectores sin rostro. Y la gratificación de que alguien anónimo te coja de las manos cuando acaba el espectáculo y las luces se atenúan, y te diga: me has emocionado. Y yo me trago las lágrimas, como un pelicano su pez.
En todo este teatrillo itinerante, han colaborado grandes amigos que se han ofrecido a buscar centros culturales o librerías donde presentar el libro, con la sola gratificación de vernos de nuevo y conversar sobre dioses y estrellas. Como Ana, y sus dos palmeras, que se emperró en visitar múltiples veces la Biblioteca de Babel hasta convencerles para que hiciéramos una presentación en Palma. Como Fernando Schwartz, que tuvo la amabilidad de estar conmigo en la mesa. Como Alejandro Noguera, de la Fundación L’iber de Valencia, que nos acogió en su entrañable museo de soldaditos de plomo, como ya lo hizo con Mil viajes a Itaca. Como Daniel García Cancio, que nos brindó la posibilidad de conocer Ourense y charlar en su Ateneo Cultural, y que, como buen profesor y conocedor de la materia, aporto grandes y valiosas ideas a mi charla. Envidio a sus alumnos por tener un maestro tan apasionado por su ciencia. Y agradezco a muchos otros, que no nombro, por no hacer interminable esta entrada.
Una de mis relatos favoritos es el de Endimión y Selene. El temor del enamorado Endimión ante la vejez, a pesar de que la única solución a su angustia, pasa por perderse el disfrute de la vida. Selene intercede por su amante ante Zeus para que le otorgue la eterna juventud, pero él a cambio debe permanecer eternamente dormido. Nuestro dilema sigue siendo el mismo; incluso tras milenios de investigación en el proceso de envejecimiento, lo más parecido a retrasar el paso del tiempo es aspirar a ser como el gusano C. elegans, que hiberna, más que vive, gracias a su lento metabolismo. Ahora son los filtros, los retoques de Photoshop, el maquillaje y los cirujanos, los que nos dan la ilusión de la atemporal lozanía. Una amiga mía me decía: cuando no te guste una foto tuya, guárdala en el cajón y mírala al cabo de 5 años; te verás estupenda.
Hablando de la Luna, Daniel nombró al humorista greco sirio Luciano de Samósata. El mordaz literato relató un viaje espacial en una novela de evasión a la griega; un Julio Verne adelantado a su tiempo. En toda su obra, Luciano de Samósata se burla de los autores que al comenzar sus escritos insisten en la veracidad de todo lo que cuentan. Por el contrario, él insiste en que son falsos todos los datos de su novela.
[…] me orienté a la ficción, pero mucho más honradamente que mis predecesores, pues al menos diré una verdad al confesar que miento. Y, así, creo librarme de la acusación del público al reconocer yo mismo que no digo ni una verdad… Por ello, mis lectores no deberán prestar fe alguna.
El relato, más bien un delirio de imaginación desbordante, habla de un viaje de la Tierra a la Luna en un barco transformado en una nave voladora a causa de un tifón. La aventura de Luciano y sus compañeros no es un viaje en el tiempo (elemento bastante socorrido en la ciencia ficción), sino que se realiza en el presente, hacia un mundo paralelo recién descubierto. En él inventa hasta la aparición de los primeros extraterrestres:
Existe allí un linaje de hombres, los llamados «arbóreos», que nacen del modo siguiente. Cortan el testículo derecho de un hombre y lo plantan en la tierra; de él brota un corpulento árbol de carne, semejante a un falo: tiene ramas y hojas y su fruto son las bellotas, del tamaño de un codo; cuando están ya maduras, las recolectan y extraen de su interior a los hombres.
Mucho tiempo después, Kepler relató también, en Somnium, el particular viaje a la Luna de un observador de la Tierra y de sus movimientos, aludiendo en ocasiones a la hilarante fábula de Luciano de Samosata.
Como yo desconocía la historia de Luciano, de Kepler y de sendos relatos galácticos, tengo que agradecer a Daniel y a mi viaje a Ourense el haberlos descubierto. Y ahora estoy apasionada.
Durante el regreso de Galicia paramos en Urueña, la Villa del libro, no porque quisiéramos sacar la escalera y hacer sonar el trompetin anunciando a la cabra, sino porque caía de paso. Y como los devotos que llevan a un periquito para que lo bendiga San Antonio, yo llevaba mi libro y lo pasee en procesión por las calles desiertas de del pueblo. La consagración llegó enseguida: esas manchas amarillas de la colza nos abrieron de par en par sus anuales ojos dorados. Y los guiñaban con el sol, diciendo: se equivocaba Endimión, os equivocáis todos. El secreto de prolongar la juventud, sin desperdiciar un minuto de vida, es mantener la necesidad de seguir aprendiendo, de que nos sigan sorprendiendo las cosas sencillas.
Cuanto me alegro que disfrutes como escritora de la legua!
Un placer conocerte en persona.
Gracias por tus relatos y por recrudecido que cada uno tenéis vuestra estrella favorita.
Un abrazo
Y por revelarnos que cada uno tenemos nuestra estrella favorita.
Uff!
Yo también muy contenta de haberte conocido por fin. Es lo malo de escribir, que nunca ves la cara del que hay al otro lado, es una sensación un poco onanista. Por eso me gustan las presentaciones, para conocer a los lectores.
Un abrazo
Hola Anuska. No sé como te ganarás la vida como editora, pero como costurera; hilando historias tejes de maravilla.
Revisitar los sitios, es como revisitar los libros.
Paladear de nuevo, o con nuevos ojos, lo que en un momento te alucinó o no fuiste capaz de descubrir. Esa faceta, que nuestro mundo de marinos, nos lleva a aproximarnos sin prisa a los sitios (qué remedio, la vela es así…🤪) paladeando en los libros, también en los de viaje, en las cartas náuticas y derroteros, el plato que llevamos tiempo deseando zamparnos, es uno de los alicientes que me mantienen todavía a pie de escota.
Tengo ganas de releer corregido tu libro de “mil viajes a Itaca” para seguir ampliando mi proyecto de vida y de viajes.
Mogollón de besos
VIRIATO
Hola Anuska. No sé como te ganarás la vida como editora, pero como costurera; hilando historias tejes de maravilla.
Revisitar los sitios, es como revisitar los libros.
Paladear de nuevo, o con nuevos ojos, lo que en un momento te alucinó o no fuiste capaz de descubrir. Esa faceta, que nuestro mundo de marinos, nos lleva a aproximarnos sin prisa a los sitios (qué remedio, la vela es así…🤪) paladeando antes de llegar, en los libros, también en los de viaje, en las cartas náuticas y derroteros, el plato que llevamos tiempo deseando zamparnos, es uno de los alicientes que me mantienen feliz a pie de escota.
Tengo ganas de releer corregido tu libro de “mil viajes a Itaca” para seguir ampliando mi proyecto de vida y de viajes.
Mogollón de besos
VIRIATO
Ya sabes que el ilustrador de Mil viajes a Itaca es un poco meticuloso, por eso está tardando más de lo normal. No hay prisa. Estas cosas se hacen por placer, no por negocio.
Un abrazo
Querida Ana
Fue un placer colaborar con tu teatrillo itinerante y poder volver a veros. Solo sentí que no pudiera dedicar más tiempo a la farándula y a mirar el cielo juntos desde nuestra Roqueta (es el nombre cariñoso que los mallorquines damos a nuestra isla, sobre todo cuando volvemos a ella).
Espero que la vida nos permita volver a cruzar nuestros caminos pronto. Si es en Grecia, mejor.
Un abrazo fuerte y, utilizando el lenguaje de los cómicos, mucha mierda para tu obra.
Y para nosotros también fue un placer veros y pasear de nuevo por Palma. Yo también espero que se crucen nuestros caminos de nuevo bajo unas buenas estrellas. Un abrazo a todos.
¡Qué alegría que vuelvas con tus historias, Ana! Y qué alegría que estés disfrutando tanto esta travesía libresca. Espero que arribes a Málaga. Es buen puerto y me encantaría verte tocar estas orillas. ¿Sigue en pie lo de Áncora? Enrique y Elías son muy buenos anfitriones. Sí, Luciano es un fabuloso descubrimiento. Yo he disfrutado muchísimo trabajando sus textos con mis alumnos. También yo estoy deseando hacerme con esa nueva edición de los «Mil viajes a Ítaca» y releerlo.
Cuídate mucho. Feliz viaje. Besos.
Leticia
Hola Leticia. Como le comentaba el otro día a Aurora Luque, lo de Málaga lo tendré que dejar para después verano. Ya pronto me tengo que ir a Grecia y cambio el trabajo de escritora ambulante por el de capitana de barco. Cambio la cabra y la escalera por la gorra con galones 🙂 Ambas cosas me gusta hacerlas y en la variedad está el disfrute.
Ya informaré de cuando sale la nueva edición de Mil viajes a Itaca. Esta vez irá con mapas, dibujos y algunas viejas fotos; te gustará.
Un abrazo muy fuerte.