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Gerolimenas, el puerto santo

¿Qué tiene Gerolimenas que atrae como una trampa? Es, como todo en el Mani, rocoso, rudo, extravagante y petrificado, solo cuando estás frente a su puerto, distingues las casas ocultas y mimetizadas, gracias a que algún habitante ha pintado su puertas y ventanas de colores, en caso contrario podrías pasar de largo sin inmutarte. Pero hay algo en ese pueblo, no sabría cómo calificarlo, que canta como las sirenas y ríe como las Carites, o abre la boca como Escila, tragándose a los incautos marineros que pasan por sus aguas. Y eso que Gerolimenas, como el resto del Mani no hace el mínimo intento de llamar la atención a base de casas blancas y cúpulas azules, todo lo contrario: torres y roca perforada donde se acumula la sal de los temporales penetrando en la piedra como un ariete, y el viento, que no para en el vecino cabo Ténaros, la limpia de polvo y de colores. Qué magnifica y serena belleza la de esta tierra.

El nombre de Gerolimenas, viene de Ιερός Λιμήν, puerto santo, ellos sabrán el porqué. Es más bien una santa condena para los barcos que llegan subyugados por su singularidad y que acaban mecidos por el mar de fondo que aparece de la nada, incluso cuando fuera hay aguas en calma. Yo creo que esa marejada viene de las bocas del Hades, que dicen que están cercanas; hasta Patrick Leigh Fermor se sumergió en una cala vecina para comprobarlo. En estas tierras tan raras hay que andarse con cuidado de donde hurgas, yo no me atrevería.

El caso es que lo sabíamos, pero aun así nos atrapó de nuevo con sus trucos de ilusionista. Tras doblar el cabo Ténaros, o Matapán para los escolares de los años 60, la ola había bajado y dejaba una superficie plana, así que nos aventuramos a pasar la noche en Gerolimenas. Según nos acercábamos al pueblo, la línea de agua en la costa se ondulaba y comenzó a subir y bajar lamiendo las piedras. Como si Perséfone, irritada, se hubiera puesto a soplar en la entrada, mandando a todos los navegantes al infierno. Tiene Gerolimenas una pared montañosa que protege el puerto, o eso quieren creer sus habitantes, porque el dichoso murallón reverbera las profundas ondas marinas, salidas de los infiernos, más que a las almas penosas; los suspiros de Perséfone rebotan en el macizo y entran como un eco de alborotos en el puerto.

A la entrada nos cruzamos con una barca de pesca y al instante reconocí al patrón, era el pescador mudo que ya hace algunos años habíamos encontrado en este puerto. El hombre, muy amable, me saludó con afabilidad. Movía los manos inclinándolas como una ola y señalando más cerca del muelle; allí se mueve menos; yo dispuse mi pulgar hacia arriba con el puño cerrado; entendido; situé mis palmas una frente a la otra; ¿hay profundidad?; él agitó una mano en remolino; bastante; yo incliné la cabeza; gracias; él se llevó la mano al corazón; de nada. Agitar de palmas; adiós. Es gran cosa esa de comunicarse sin sonidos ni lenguas. Pero el gentil pescador amarraría su barca y se iría a dormir a casa. Nosotros dormiríamos, o más bien lo intentaríamos, a bordo; he ahí la gran diferencia. Perséfone seguía susurrando su luctuosa melodía.

Las aguas de Gerolimenas son tan claras que dan sed, brillan los pedruscos en el fondo entre la arena, con sus cabelleras de algas bailonas. Pero sin embargo la playa es de unos cantos gruesos y tormentosos, así que en las casas han dispuesto escalerillas para que el visitante se sumerja desde las terrazas. Es un acto que requiere valor; la onda relame toda la orilla impulsando a los bañistas a actos heroicos y zambullidas rápidas, subiendo por los escalones entre espumas y empujones, arañazos y prisas. Es lo que tiene Gerolimenas, si quieres degustarla tienes que ser consciente de que hay un fondo masoquista en el deleite.

Las gentes del Mani son poco dadas a cordialidades y sonrisas, pero se llevan la mano al pecho con un fervor que conmueve. Tienes que buscar, como entre los cardos campestres, las flores amarillas, los dientes de león y las lavandas que perfuman el campo, entre pedruscos afilados.

– Señor ¿Dónde podríamos tirar la basura?
– Más adelante, por la carretera.
– ¿Está muy lejos?

Se encogió de hombros y nos dejó sin respuesta. El sol hacía rato que se había ocultado tras el macizo y la noche caía deprisa entre los olivos de troncos retorcidos y siniestros. Una señora nos paró y nos preguntó a dónde íbamos.

-A tirar la basura.
-Pero, está muy lejos y cuesta arriba, en la montaña. – Nos encogimos nosotros también de hombros y de alma- Bah, ¿sabéis que es mejor?, que la dejéis aquí. Luego cenáis en la taberna y el dueño se la llevará mañana. Yo trabajo aquí, soy la cocinera- Era un recurso de marketing incontestable.
– ¿Y quién es el dueño? – pregunté. Ella me señaló al mismo hombre que momentos antes nos había dirigido a escalar la montaña.
– Pero, Stavros – le reprendió- ¿Cómo les mandas cuesta arriba y en la noche? – Él se volvió a encoger de hombros y se llevó la mano al pecho. Nosotros, por descontado, dejamos las bolsas y nos sentamos en la taberna.

Había un perro tosco y cejijunto que se sentó a nuestro lado y nos miraba con fijación. Era zafio, no movía el rabo ni nada, gris como la roca. Dicen que los perros se parecen a sus dueños. Se cansó de mirarnos y se fue.

– Tengo asado de cerdo y sopa.
– Ay, sopa no, que será caldo negro. Asado mejor, será la pierna.
– Es panceta. También tengo longaniza casera.

Me encantan estas finuras maniotas. Tanto tiempo funcionando como piratas en estas costas expuestas, que la sal curte la piel y los intestinos. Pero, todo hay que decirlo, la panceta estaba exquisita. El perro reapareció y nos volvió a mirar intensamente, intentando hipnotizarnos. Yo me llevé la mano al corazón y se dio por aludido.

Era una noche preciosa y desde la mesa, veíamos el palo del barco inclinarse a un costado y al otro, mientras las estrellas estaban clavadas en el cielo; nos daba la risa floja. ¡Qué cosas tiene Gerolimena, que todo te acaba importando un comino! La panceta, el vino, el perro, el Hades.

Se oyó un badajo, se vieron unas sombras gigantes doblar la esquina y una terrible peste invadió la playa. Una reata de vacas cruzó entre las mesas, siguió por el borde del agua y atravesó las tabernas de todo el pueblo bamboleando sus cabezas entre los comensales boquiabiertos, con los tenedores en alto.

– Es que tienen el establo al otro lado. – dijo la espabilada señora desde la cocina.

Pues, así como cuento las cosas, cuento los días para volver a Gerolimenas. Debe ser el Hades que está cerca, o la voz de Perséfone, o la panceta del Mani, o el pescador silencioso, pero hay cosas que no tienen ninguna explicación.

Πες μου τι ζητάς στους σταθμούς που αγάπησες
ό,τι κι αν σου πουν οι πυξίδες δείχνουν πάντα το βοριά
αν δεν προδωθείς απ’ τα χνάρια που άφησες
δεν θα λυτρωθείς αν γυρίζεις στα λημέρια της πληγής.

Τα ντουμάνια στου τρένου τις γραμμές
σου δείχνουνε το χθες θες δε θες
στα λιμάνια των φάρων οι ριπές
ανάψανε φωτιές αχ μην κλαις.

Αν χαθείς ξανά στης καρδιάς τον μαχαλά
κάπου εκεί κοντά μεθυσμένη περιμένει μια σκιά
βάλσαμο γλυκό θα ‘μαι δίπλα σου εγώ
χάρτης που διψώ το μελάνι της πορείας σου να πιω.

Dime que buscas en las estaciones que amaste
aunque te dijeron que las brújulas señalan siempre al Norte
Si no te traicionan las huellas que dejaste
no te redimirá el retorno al refugio de tus heridas.

La humareda de las vías de tren
te muestran el ayer quieras o no.
En los puertos, los destellos de los faros
encienden hogueras ¡ Aj, no llores!

Si te perdieses de nuevo en el corazón del barrio
en algún lugar te esperará una sombra emborrachada
Dulce bálsamo estaré a tu lado
un mapa sediento de las tintas de tus viajes.

14 comentarios en «Gerolimenas, el puerto santo»

  1. Hola Anuska. La verdad es que llamarle a Gerolimenas Puerto, demuestra el amor que le tienes. iEs una cala abierta al mar!. La próxima piedra que tienes frente a la playa, te tienes que ir a buscarla a Libia. Entiendo que os diera la risa floja mientras cenabais, sobre todo pensando la manera de pedirle al tabernero, al que le habíais dejado la basura en la puerta, si podéis quedaros a pasar la noche sobre varias de sus sillas.
    Dos mil millones de besos
    Viriato

    1. Gracias, Leticia, me gusta mucho que me lo digas. Soy un poco irregular, no siempre tengo ganas de escribir. Con el tiempo se pierde la frescura, después de 10 años con el blog, pero tengo que recuperarla porque creo que las pequeñas anécdotas son tan importantes como las grandes historias. Tus comentarios me ayudan. Un beso

  2. Hola Ana, que bien que os escapasteis del medicad y os refugiasteis en el Peloponeso. Tengo maravillosos recuerdos de Mani, pero es verdad que es otro mundo, sin concesiones a lo “pretty-pretty”.
    Recuerdo un maravilloso mosaico romano en medio de la nada, o mejor dicho, al lado donde se supone que estaba la entrada al Hades.
    Observando a los maniotas es fácil imaginar a aquellos rudos espartanos que fueron sus antepasados.
    Un abrazo

    1. Sí, este año no teníamos intención de ir a ningún sitio, pero la meteorología ha sido determinante. No importa, cualquier sitio es estupendo para dejarse caer o para visitarlo cien veces. Y del Mani no me canso nunca.
      Un abrzo

  3. Buenas noches, mi amiga. Ya sabes que yo no soy de comentarios ni de palabra fácil cuanto se trata de elogios. Sí que lo soy probando las pitas de Marigula o describiendo al indescriptible Paraskevás de la pinacoteca de Mesologgi. No voy a comentar nada sobre tu post, pues como todos son amenos y para mí especialmente entrañables ya que una vez te proclamé la española más griega de todas las españolas. Digamos que ese comentario es un elogio a todo lo que haces, lo que escribes, lo que amas a mi tierra y sobremanera por cuidar de mi amigo Ιησούς como lo definió Mentor tan bien para que siga elogiando a mi Tsimari. Solo te querría recordar que hay dos vidas. Una cuando te vas a dormir y otra cuando te despiertas. Lo descubrí hace años, ayer y hoy y lo quería compartir contigo. Algunas veces puedes estar más segura en una ensenada sin rompeolas que en un puerto amurallado. Solo basta apreciarlo antes de acostarte o al despertar. Es cuestión de perspectiva como decía Marisé. Que las sardinitas sigan saltando sobre tu proa o tu popa, aunque las encorran -palabra aragonesa-, esos machistas llobarros…

    1. Qué elogios más lindos: la más griega de las españolas, buena descripción de tu tierra; pero sobre todo: mi amiga. Gracias Rodi. Tu también eres un poco como Cervantes, que se dejó su brazo (y su corazón) perdido en las Equinades para luego echarlos de menos desde España.
      Lo de dormir y estar despierto nos lleva a Endimion y su amada luna; tenía que soñar para encontrarla. Muy sabia era esa Marisé, seguro que también le gustaba la Luna.
      Un abrazote, mi amigo, con letras altas y mayúsculas.

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