Era el mediodía más tórrido que puedo recordar y las previsiones que se avecinaban no dejaban chispa de esperanza. Una ola de calor asediaba el archipiélago y las calzadas se desleían con su propia calima que emanaba del asfalto licuado; de quedarte inmóvil corrías el peligro de adherirte al pavimento y fundirte lentamente con él, tal que si de arenas movedizas se tratara; sin ninguna posibilidad de ayuda, sin poder pedir auxilio, porque no había ni un alma en la plaza de ese pueblo donde habíamos ido a parar. Las chicharras estaban mudas o moribundas, habían abandonado su estridente salmodia y renunciado a la ilusión inútil que resultaba de batir sus alas para refrescarse con ese aire sofocante. Lo único sensato a esas horas era buscar una sombra trascendente donde amodorrarse y soñar con céfiros frescos y relentes. Nunca antes habíamos pasado por este pueblo; pueblo que te encuentras de esquinazo, cuando crees que ya no puedes encontrar nada más y que de seguir así, por la carretera, el despeñe por un precipicio es inmediato. Pero seguíamos porque se veía Itaca, sumergida en el calor y en un azul marino que se evaporaba hacia el cielo; seguíamos y seguíamos sin pensar en parar, embelesados, como ratones de Hamelín. Fue la primera vez que vi Evgiros. Porque no la había buscado antes; no es una errata, Evgiros es femenino; porque no viene en los mapas, porque está en el άκρη, en una esquina, y porque al turista, que tiene el tiempo justo, no se le ha perdido nada en esta aldea; porque creo en los hados y porque en esta tierra la realidad y la fábula se confunden con cabezonería. Evgiros salió a buscarnos.
En la plaza de la iglesia, o la plaza, había un árbol descomunal con un banco y un grifo atornillado a la corteza de su tronco, que murmuraba aguas gélidas. Pero nos embobó el café de suculenta terraza emparrada, con sillas dispuestas en corro, esperando chácharas y tertulias; y con las mesas repletas de botellas abandonadas, como si los clientes hubieran huido repelidos por una lengua de fuego bíblica. Alguna hormiga mirmidona hacía acopio del ágape desatendido. ¡Qué pueblo tan salado! Y las moscas ¿Dónde están las moscas? Muertas.
En la ventana del cafetín había un rotulo de “Se vende”. Ay, si se vende esto que será de nosotros; sin parras, sin tertulias, sin corrillo para dirimir los acontecimientos históricos; desamparados. Y como tales, corrían los sudores por nuestras nucas; corre, corre que me seco, que se me va el último hálito de humedad. Allí, allí hay una fuente, en el árbol. Ese mastodonte de afectuosas ramas que se inclinaban como única oportunidad del superviviente. ¡Qué pueblo tan salado!
Entre las brumas del calor apareció un hombre, que yo diría irreal, porque hacía un minuto no estaba allí, el banco vacío; porque hacia un buen rato que no se oía un susurro o un pío pío de pájaros; esperaban callados a que dejaran de arderles las plumas; porque con tanto silencio y tanto sigilo no se podía haber plantado allí sin notarlo. Vestía camiseta sport y nos echó la mirada del “qué buscáis”, el ademán universal interrogador; cejas altas y cabeza alta, hombros altos.
– Solo mirábamos el café en venta.
– No es el café lo que se vende, si no la casa de al lado
Nos respondió sorprendido de que habláramos griego. Mucho tiempo después me confesó que éramos los primeros turistas con los que charlaba, porque todos le contestaban en inglés y él solía abandonar por aburrimiento la conversación que derivaba en “por señas”.
– Pues que buenas vistas
– Sí
– Es pequeña
– Sí
– ¿Buscáis casa?
– No
– No exactamente
– ¡Anda! ¿Queee?
– Pues mi primo vende la suya.
– Estupendo
– ¿Dónde?
-¿Qué estás diciendo?
-¿Queréis verla?
-¡No!
-Sííí
-Ahora llamo a mi mujer que traiga las llaves.
Y su mujer se llamaba Sofía y vino con una sonrisa inmensa y con las llaves, claro. Y él se llamaba Giorgos y era el secretario del ayuntamiento; “el secretario” para más señas. Y la casa era de su abuelo; y la casa era muy antigua, y la casa había sobrevivido a no sé cuántos terremotos y no se quintas guerras. Y la casa era fresquita de miedo y se metía en la roca de la montaña. Y se veía el mar y se veía Itaca y se veía a Safo saltar desde los blancos acantilados. Y aunque un gran ciprés tapaba parte de la vista…pues lo cortas… ¿Cómo voy a cortar semejante ciprés? Pues esto es Grecia. Y ves…aunque el acceso es malo pronto van a hacer un δρομος, una calle.¿Cuándo? Pronto
¿Qué puedo más decir? Pues que a los cinco días y tras de hacer todo tipo de papeleos y burocracias ¡nimaginables, de las que salíamos bien parados gracias al ir acompañados y recomendados por el “secretario” nos personábamos ante la notaría para adquirir la casa.
La notaria hablaba despacito, como concesión a nuestra condición de extranjeros chapurreantes someros del griego; y nosotros tratábamos de comprender cada una de las silabas. Llegó el momento del consabido nombre de pila del padre; al que son muy aficionados los griegos; estado civil y bla bla, domicilio bla bla , nacionalidad, bla bla…
Nos miramos el uno al otro y empezamos a contar con los dedos en vano. No teníamos ni idea. Que desalmados ¿No? Notario, ayudante, secretario, esposa y primo nos miraban absolutamente atónitos. Pero que raros son los guiris, señor. Para salir del trance me la inventé. Y así conseguimos abandonar la notaría como flamantes propietarios de una casa de piedra en Evgiros; eso sí para entrar a vivir.
Πες μου όνειρα γλυκά
Ελευθερία
Αρβανιτάκη
Πες μου όνειρα γλυκά.
Cuéntame dulces sueños
Eleftheria
Arvanitaki
una celda
había sido construido por mi
las ventanas,
de cartón
pequeño balcón
no duermo
dulces cuentos
mi lápiz
que abrieran la puerta,
dejaran fuera
puerta se rompió
del agujero vi
habitación.
Y yo que me acabo de acordar que tenía que haber ido a inaugurarla, o al menos haberme sentado en su terraza a mojarme el gaznate atufándome del maravilloso olor de la higuera que le guarda la puerta. ¡Qué coraje!. Toda la vida haciendo casitas y para una que me apetece, me pesca tan lejos. Si no lo digas, tengo al Viriato loco por partir, vete enfriando el vino que espero no tardar mucho.
Un besito
Viriato
Puedes venir con Viriato o sin él, ya lo sabes. Y nos comeremos otro corderito en la taberna de la panadera ¡Ole! Y mucho vino ¡Opa! Ya tardas Cesitar. Que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma…
¡Jo, me has matao con la historia, qué guapa! Me sumo a las formigas mirmidonas, yo también quisiera unas migajas. Ojalá que la salud nos deje haceros una visita cualquier día cualquier verano cualquier año, stin akri tou yialou! Tora sto keli mou…
Un abrazo.
Pues podría copiarpegar lo que le he dicho a Viriato, pero igual se ofende, por la falta de exclusividad. Asín que te lo digo de otra forma: a ver cuando venís; si no estoy yo le dejo la llave a las mirmidonas que ya han hecho de mi casa la suya. Por cierto, les encanta el chorizo; lo llevan en andas con una gracia, que ríete tu de la virgen del Rocio.
Un besazo
Un abrazo
Apreciada Ana,
Gracias por tus historias. Son una delicia.
Un admirador desde la distancia, pues todavía no he tenido oportunidad de navegar con vosotros, aunque espero poder hacerlo.
Un abrazo
Esteban
Hola Estaban, bienvenido por aquí. Pues yo también espero conocerte un día, a veces es cansino hablar solo con una pantalla azul sin saber si hay alguien al otro lado.
Un abrazo.
Pues si, totalmente de acuerdo: las historias irracionales son las mas enriquecedoras. Y esta vuestra es una pasada. sin querer, sin buscar….encontrar. El guiri realmente raro es ese viajero despistado que se llama destino. Las cosas que se le ocurren¡¡¡
Si no que me lo digan a mi, buscando barco por media Europa y me lo encuentro al lado de mi casa. Ya queda menos¡¡¡
Un saludo virtual hasta que pueda invitarte a un buen vaso de vino en el emparrado de la taberna al lado de tu nuevo hogar.
Hola Quimura. No si no es nuevo el hogar, lo que pasa es que relato historias pasadas, de hecho, con Girospiti, la casa, tengo muchas anécdotas graciosas y pensaba hacer un serial. Ja,ja,ja…como los novelones de la radio que oía mi abuela. Grecia da para mucho y un pueblo así, con sus personajes, no te quiero ni contar.
Un abrazo, Quimura
¡Que ganas de volver!. Ahora estarés ahí, fresquitos y rascándole la panza a la Maga. ¿Quedó bien la pintura del casco?
Un besito muy fuerte a los dos
Viriato
Anoche estuve en tu taberna favorita tomando keftedakias. Un beso
Leerte, cerrar los ojos, y sentir. Tienes la gran virtud de hacernos viajar contigo. Nos pantalla-transportas 😉 Besazos a los dos.
Hola Almu ¿por donde paras muchacha? Una alegría saber de ti. Gracias por tus piropos.
Estas entradas son un poco antiguas, las estoy republicando porque al cambiar el blog de alojamiento se habían quedado perdidas en el limbo y me daba pena.
Un abrazote
Entre dos aguas, el Pisuerga y el Esgueva. Invitados a un vino, o dos. Jajaja. Un abrazo.
Pues tomate un vinillo a mi salud, yo también lo haré a la tuya.