Este ha sido un año de golondrinas. Anidan en los porches sombreados de las casas y hasta en los hoteles y restaurantes, abrigadas por la permisividad de sus dueños. Todos los tejados están repletos de sus nidos de barro donde los pollos berrean con los picos abiertos de par en par mientras sus progenitores se afanan en interminables viajes trayendo sustento. Este ha sido un año de pocos mosquitos. Pero sin embargo las playas están plagadas de avispas. Es el sutil equilibrio de la naturaleza, cualquier ínfima variación da al traste con la armonía pasada hasta que se crea una nueva y estable.
Encontré un cabo entre las rocas. Estaba nuevo y ordenado, adujado por unas manos cuidadosas. Era un primor, trenzado, con vetas amarillas y unos 5 metros de largo ¿Quién lo habría dejado allí? No alguien que debió de salir con prisas en una noche tormentosa, más bien una segunda persona que como yo, lo vio, se enterneció y lo dejo esperando que su dueño volviera a por él.
Solo un armador de barco comprende el fetichismo y la superstición que provocan estas amarras halladas por azar. ¡Justo lo que necesitaba! Yo nunca lo hubiera comprado en una tienda, pero ahora, ante mí, descansando sobre la piedra, sus cordones ambarinos invitaban a confeccionar bozas, andariveles, barriletes, desenganchar fondeos cruzados y hasta amarras de la auxiliar. Era el cabo soñado. Lo cogí prestado y me entretuve en hacer todo tipo de estupideces con él, dispuesta a llevarme al final y para siempre ese talismán de la buena suerte conmigo. Pero cuando ya lo había guardado en el tambucho me acordé de una historia sucedida la semana anterior: un amigo dejó olvidadas sus aletas frente al barco. Eran sus aletas de toda la vida, de las de goma negra con solera, de las que habían pataleado con él por diversos mares y en en diversas épocas; se quedó desconsolado pensando en quien se las encontraría y si serían felices con su maldito nuevo dueño que con un poco de suerte quizás le parta un rayo. Cuál fue su sorpresa cuando al volver, tras una semana de navegación, las aletas seguían en el mismo sitio, cruzadas de brazos y preguntándose porque las habían abandonado. Nos entró un ataque de risa y una inmensa felicidad. Nunca, por muchas veces que me ocurran anécdotas parecidas, acaba de sorprenderme la luminosa existencia de este país, aunque le aceche la oscura miseria. Acto seguido me aterrorizo de que la llegada de un turismo masivo pueda desvirtuar este trozo de arcadia feliz. Pensando en esto, volví a dejar el cabo en su sitio con la esperanza de que su dueño, o cualquier otro, tuvieran la misma revelación.
Unos días después me llamó un amigo desolado; había recogido su motor fueraborda del mecánico y le habían entregado un derrelicto viejo y costroso, en nada parecido a su flamante máquina casi nueva. El mecánico, también sorprendido, nos dijo que se lo había adjudicado por error a otro español que también le había dejado el motor; este sí, dueño del desecho arañado y deslucido que mi amigo sostenía entre las manos. Se había llevado el nuevo sin rechistar. Logramos encontrar su teléfono y lo localizamos en la isla de al lado. ¡Vaya! No se había percatado del cambio del motor.
– Es que estos griegos son una calamidad. La culpa es del mecánico que se equivocó y yo no me di cuenta hasta hoy.
El mecánico esbozó una sonrisa socarrona mientras acariciaba a sus gatos. Tenía unos 20 y se solazaban entre bielas y bujías como en un paraíso felino.
-Si tengo gatos no vienen los ratones.
Me entró mucha rabia porque el sujeto en cuestión era uno de esos que nos habían perseguido hasta el catre con mensajes y ruegos para que le buscara sitio en el varadero donde yo dejo el barco y que al estar lleno necesita de recomendación. Cuando lo consiguió, si te he visto no me acuerdo, como otras tantas veces.
Me entró mucha vergüenza por el posible menoscabo de la simpatía que hacia los españoles tienen en este país hasta el momento y por el temor a que nos pudieran meter en el saco común de navegantes avidos por lo ajeno, como nosotros hicimos en España cuando aparecían los primeros capitanes franceses e italianos, algunos de cuyos representates arramplaban con defensas, mangueras o lo que se terciase y pronto toda su comunidad quedó estigmatizada con el tufo de la inseguridad; supongo que muchos se avergonzaron como yo. Y me apené porque ya hubieran empezado a aparecer por aquí algunos pizarros tontorrones con sus cuentas de colores. Los que no tienen paladar para apreciar sutileza alguna y luego, en privado, hablan y critican soberbios. Los que rompen el equilibrio.
Fue un consuelo el ir y venir de las golondrinas. Se habían colocado en línea sobre el pasamanos del barco y cotorreaban agudas y complacidas dejando la cubierta perdida de porquerías moradas, originarias de un cerezo cercano. Al final, lo importante es lo que uno vive y si todo se acababa corrompiendo, como es natural en nuestra especie, lo que tiene valor es el recuerdo de las aguas que nos dejaron una hermosa placidez entre los dedos.
Hola Ana, lo del tío con el motor fuera borda, es una jeta como un piano de cola. Lo malo es que el problema se lo endilga al mecanico y él se queda tan fresco. Después fardará ante los amigos de su suerte. » Mira el tonto del griego, le di en la chatarra y me lleve uno nuevo». Pena que después no le pase a él lo mismo, estos tíos encima tienen suerte. A ti te engatusan hasta que consiguen lo que quieren, y después si te visto no me acuerdo. Y si hacen alguna pirula en el varadero, después las malas caras de la llevas tú. Una tristeza.
Imagino que las golondrinas que te cagaron toda la cubierta estaban en «cala velcro» . Tengo yo unas fotos preciosas de mogollón de ellas sobre los guardamancebos. Parece una partitura de música.
Un beso muy gordo, y que te tomes kilos y kilos de vino a mi salud.
VIRIATO
Sí, luego será de esos que dicen que en Grecia son unos vagos y que paguen lo que deben.
Las golondrinas están por todos lados, hasta las he visto en la cafetería del Ionian Blue, un hotel de 5 estrellas de la isla. Era una risa como campaban por sus respetos, en España las hubieran gaseado, pero aquí ya ves, las dejan que se coman los mosquitos.
Por tu salud que va el próximo. Por cierto no adivinas quien ha estado aquí este verano tomando kilos.
Besazoz a los dos
No me dejes con la duda, cuenta, cuenta….
Bueno, te doy una pista: le gustaban los bocadillos de Palermo como a ti.
Es facilon ¿No?
Dale un abrazo muy fuerte de mi parte.
Desgraciadamente amigos de lo ajeno, descuideros y caraduras los hay de todas las nacionalidades y en todos los lugares.
¡Buen post! Gracias Ana.
Tienes toda la razón, esas cosas no tiene bandera. Pero cuando te encuentras en un pais que afortunadamente mantiene una forma de vivir tan feliz hay que ser poco sensible para no enamorarse y redimirse. Bueno, en el fondo, más afortunados somos nosotros, los que valormos esas cosas.
Un abrazo, Roman.
Hola,
en más de una ocasión había oido algo acerca de un objeto que dejas olvidado en un lugar (hablo de Grecia, claro), regresas y allí sigue o lo tiene la taberna de al lado. En el último viaje, en Sifnos, mi compañera dejó olvidado en algún lugar de la playa de Vathi un sombrero bastante majo y que ya la acompañó lo suyo. Recuerdo que comentamos que de volver en un tiempo prudencial por allí andaría el sombrero o algún tabernero nos daría pistas de su ubicación. En cuanto a los españoles por aquel mundo, salvo excepciones, mucho cuidado con ellos. Desconocen que aquellos lugares están tocados de la mano de los dioses y al desconocerlo, así es su comportamiento.
En cuanto a las maravillosas golondrinas, guardo una anecdota no grata respecto a ellas. De pequeño, criado uno en una atmosfera algo salvaje, siendo una de las ocupaciones el cazar pájaros, el primero que sucumbió a mi infantil barbarie fue una golondrina y le dí al azar, casi sin querer. Algún colega me comentó que si matabas una golondrina te moria algún familiar. Días más tarde murió mi abuelo, al que apenas conocía. Por supuesto no me creí la supersticción y con el tiempo me reconcilié con el mundo animal, golondrinas incluidas; incluso me llegaron rumores de que me habían perdonado.
Un abrazo
Vaya historia tremenda esa de las golondrinas, yo tambien pienso que ya debió prescribir, al fin y al cabo es solo un pecado de crio.
El otro día me devolvieron la VISA que me la había dejado en una tienda hacía 2 semanas y ni me había enterado. Bravo por Grecia. Esas cosas dan alegria.
Abrazos a los dos
Hola Ana, ahora ya se a donde se han ido todas las abejas que echamos en falta por aquí… Einstein dijo en su día que sin abejas en el mundo el hombre moriría en 4 años, espero que no se enamoren de Grecia tus abejas, ¿ o dijiste avispas ?…
A mi en alguna ocasión se me ha quedado en cubierta en el pantalán el gps, el walkie y alguna cosa más, curiosamente al día siguiente todo seguía en su sitio.
De vivos está lleno el mundo, y no solo la mar.
Cuidese
Hola Fernando ¿Qué tal el verano?
Lo que haya aqui son avispas, de las de dar por saco muchisimo y no producir na de na; ni las golondrinas las quieren.
Abrazos y dulces proas