La primera vez que la vi se llamaba Irini, desde entonces, cada año, tengo en mente volver a su isla, no es una obcecación cualquiera, es que ese islote tiene algo que crece de debajo de sus piedras, se evapora en el aire, se introduce por tu nariz y te hace suspirar; lo debe cultivar ella misma. El año pasado volví, alguien me dijo que había fallecido su marido. Entonces me contaron que se llamaba María. Pero cuando la visité llegaron unos familiares y alguien la llamo Rinió, cariñosamente. La misteriosa Dama de Kynaros es en realidad Irene Katsoturji y vive sola en medio del Egeo.
Los griegos siempre han sido muy proclives a cometer heroicidades excéntricas, como si los tiempos de los dioses no se hubieran ya fundido con el polvo de los siglos y fuera aun totalmente necesario mantenerse con la cabeza erguida desafiando al mundo por lo que se cree justo. La vida no es tan importante como la excelencia. Y aunque son más conocidos los grandes ídolos masculinos, por motivos obvios, hay que fijarse muy bien en las figuras femeninas; las griegas son, como se dice vulgarmente, de armas tomar.
–No sé qué tiene tu isla que me hace llorar.
–Te comprendo.
Cogió mis manos entre las suyas y me recorrió un escalofrío por la columna dorsal; era de esas personas eléctricas que te trasmiten corrientes misteriosas cuando las rozas. Mientras, el ruido atronador de un caza turco rasgó el cielo y lo dejó temblando.
El problema que tienen estos islotes deshabitados, en medio del mar, es que constantemente generan conflictos con el vecino otomano, quienes dicen que están ilegalmente ocupados por Grecia porque sus moradores los abandonaron durante la hambruna de las guerras del siglo pasado y para ellos, los turcos, no está muy claro que se anexionaran a Grecia tras su independencia. Por eso Rinió, Maria, Irene, se considera sucesora directa de Leónidas, pero sin sus Trescientos. Y como buena heroína de tragedia griega, la determinación de su mirada no deja lugar a dudas: solo los pescadores y nosotros amamos estas islas y tenemos el deber de protegerlas, como nuestros antepasados en las Termópilas.
Irene y su marido, volvieron de Australia para cumplir una promesa que ella le había hecho a su padre: retornar a su Kynaros natal e intentar repoblar las casas destruidas por el abandono. Mike, como se llamaba él, no rechistó, le pareció lo más natural del mundo, dejar una vida prospera en Darwin, para desplazarse a un peñasco pelado que los temporales del norte o el sur frecuentemente dejan incomunicado, recogiendo el agua de un pozo y la electricidad de unas placas solares. Con el tiempo consiguieron tener un teléfono y que un barco, dependiente de la Periferia (provincia) del Egeo, les visitase una vez a la semana. Vivian de sus cabras y sus gallinas, en compañía de dos perros blancos como Pegasos alados que ladran al visitante con una fiereza espartana.
Lo que más llamaba la atención era la enorme bandera griega que Mike había pintado sobre el tejado de la casa. Decía que le gustaría que alguno de los 300 diputados del congreso, sobrevolaran la isla en sus aviones lujosos y cayeran en la cuenta de que aquello también era Grecia, pero murió sin verlo.
Ya se quejaba ella, este verano, de que le habían disminuido la pensión de 4000 € anuales. Pero hoy con sorpresa, he leído en la prensa, que quieren, además, pedirle un alquiler por las tierras en las que pastan sus animales. Y un titulo de propiedad sobre la vivienda que habita, apenas una choza frente al pequeño puerto donde amarran los caiques en sus noches de faena. Proseguía el artículo hablando de la cara de decepción de Irene, cuando comentaba que una exministra acababa de recibir, con efectos retroactivos, 23.000 € por dietas de alojamiento a pesar de poseer diversas propiedades inmobiliarias en Grecia y en los Estados Unidos, y tributar por depósitos de unos 250.000€. Así es, los protagonistas de las grandes tragedias viven ahora lejos de los barrios adinerados de Atenas y se les pone la cara de Medea cuando es engañada por Jasón.
Cuando comentaba, con unos amigos, la impresión que me producía visitar Kynaros y cruzar dos palabras con su peculiar moradora, me explicaron que en Grecia había sido una costumbre, ilegal pero habitual, buscar un islote despoblado, sin propietario, y aposentarte en él viviendo en la más estricta soledad y pobreza, cual si los genes de Diógenes fueran todavía dominantes entre los cromosomas de las nuevas generaciones. Y así se hacía un favor al estado: si la isla tiene población griega, es más fácil reivindicar su nacionalidad.
Hubo una vez una señora, otra; la Señora de Ro. Se llamaba Despina y llegó a Grecia con su marido, procedente de Turquía hace casi un siglo, con las deportaciones de la población griega tras la crisis de Asia Menor. Fueron a vivir A Megisti, también llamada Kastellórizo, la isla más al sureste de Grecia, separada de Turquía por apenas una milla. Un día embarcaron en el caique y se trasladaron a la minúscula isla de enfrente, Ro, de la que nunca más volvieron a salir. Cuando murió su marido, Despina continuó su vida, entre vientos y soledades, viendo pasar varias guerras, mientras la vecina Kastellorizo quedaba destruida por las bombas y desierta por el hambre, porque sus habitantes huían a Australia con lo poco que les quedaba y el azul Egeo prendido en sus pupilas. Despina se debió enterar de que había acabado la contienda cuando pasaron unos meses y no apareció ningún otro alemán ni los barcos grises navegaban ya por el horizonte. Así que, temerosa de que los turcos cruzaran en un descuido y se apropiaran de su querida Ro, cosió una bandera de franjas azules y blancas. Todos los días la izaba al amanecer y la arriaba a la puesta, la plegaba y la guardaba con el mimo que tienen las mujeres; encendía el candil y esperaba a la siguiente madrugada. Día tras día, noche tras noche, toda una vida.
Puede ser fácil imaginar sus vistas al mar, su barquita de colores meciéndose en el muelle, sobre unas aguas cristalinas, sus cabras triscando pacientes y los anocheceres grandiosos del Egeo con lunas blancas sobre piedras blancas que generan sombras claras e iluminan la noche. Pero también deberíamos sospechar de los temporales de mares blancas, de las olas blancas que salpican las piedras que se vuelven blancas por el salitre, del sol injusto que te persigue aunque te escondas, sin más sombra que la pared de tu casa pequeña, de la soledad enfermiza y la enfermedad solitaria, del hambre, de la necesidad y del silencio que tapona los oídos. Es interesante esta entrevista que le hicieron hace años, aunque ya aviso de que es en griego, por supuesto, y difícil de seguir, ya que hablamos de una señora mayor y de una filmación antigua con poca calidad de sonido.
Cuando murió Despina, se la despidió con honores militares y se envolvió su féretro en la bandera, como ella deseaba. El preciado estandarte que no había dejado de izar y arriar en toda su existencia. Y hasta se hizo una obra de teatro con sus monólogos. Eran otros tiempos, a ella no le recortaron la pensión, simplemente no la tenía, ni le reclamaron alquiler, ¿quién iba a ir hasta la roca perdida de Ro a cobrarlo?
Cuando oigo casos heroicos como los de Despina o Irene, no puedo evitar compararlos con los más de un millón de viajeros que en estos momentos, y siempre, sobrevuelan nuestras cabezas, en grandes aviones de pasajeros; sus destinos, sus equipajes, sus fotografías. Buscan imágenes, aventuras, nuevos conocimientos, llenar su existencia de aeropuerto en aeropuerto; Despina vio siempre la misma estampa azul tras la ventana de su casa, cada mañana, y no me parece en absoluto que fuera infeliz; solo pobre.
Mi viaje más largo eres tú
Tú la noche, el sueño del día
mi pequeña patria, cuerpo, principio
mi tierra, mi aliento, mi aire.
No hice lejanos viajes
Viajó mi corazón y eso me basta,
Con sueños, sensaciones liquidas
Para respirar el misterio del mundo.
Mi viaje más largo eres tú
Tú la noche, el sueño del día
mi pequeña patria, cuerpo, principio
mi tierra, mi aliento, mi aire.
No hice lejanos viajes
Viajó mi corazón y eso me basta,
Con sueños, sensaciones liquidas
Para respirar el misterio del mundo.
Es evocador , me recuerda una viuda , dueña de un bar en la isla de Quios , donde comí como nunca en un pequeño pueblo maravilloso !
Hola, buenos días! Me ha encantado el relato. Cuando te quedas con ganas de que continúe, indica que es excelente como me ha parecido a mi. Muchas gracias por escribirlo y describirlo de una manera tan espléndida y bonita. Un saludo de una navegante, que su océano es su propio corazón.
Hola María, me alegro de tenerte por aquí. Es una pena el que te hayas quedado con ganas de más, pero eso quiere decir que te ha gustado. Los griegos siempre han sido muy amigos de heroicidades y las griegas no iban a ser menos.
Un saludo
Las griegas son tremendas, tienen mucho más caracter que ellos. Y cuando se quedan viudas ya son guerreras sin complejos.
Un besote, Maria Asunción
Madre mía, eso solo pasa en el Egeo… Lo lleváis en los genes, resistir, la historia os ha maltratado continuamente. La mujeres, no solo las griegas, sois más duras de pelar. Una mujer viuda, por lo general, da mil vueltas a un viudo, ya sé que hay de todo, no se me acaloren los solitarios, pero las mujeres saben más de resistir.
Por desgracia, solo cuando tienes cierta edad y estás ya en una atalaya de tu vida desde la que divisas el horizonte muy lejos, te das cuenta de lo efímera que es la vida, de como la desperdiciamos en muchas ocasiones olvidándonos de lo que realmente nos hace felices.
Me dan envidia esas mujeres que nos has presentado.
Cuídate.
Envidiamos sus vidas desde el confort de nuestras casas, pero el día a día tiene que ser duro; hay que tener mucha determinación y las cosas muy claras. Eso si que me da envidia, el tener una idea y defenderla hasta el fin, a mi las ideas, últimamente me decepcionan casi todas. Las vascas también tiene fama de guerreras.
Abrazos
Bravas mujeres griegas, como la Diosa Blanca.
Excelente.
Gracias
Sí, los griegos son un poco dados a seguir manteniendo la areté, la antigua excelencia, por encima de todas las cosas mortales. Así les va, dirán algunos. Pero por ello es un país sorprendente todavía.
Precioso relato que me hace amar todavía más a ese país, a sus gentes, a su historia, a sus peñascos.
Sólo puedo decir que me gustaría pensar que en la soledad de esas mujeres les pudiera llegar el soplo de cariño que uno desde la lejanía siempre querrá hacerles llegar.
Un abrazo, Ana
Seguro que les llega. La Señora de Ro, fue una heroína nacional y la de Kynaros se siente arropada y querida por todos los pescadores que faenen por las aguas.
Hola anuska, no sé qué calificativo utilizar para definir la historia de la señora que nos has contado, bueno de las dos señoras. Increíble, alucinante, sobrecogedora, emocionante… De la pareja de Kynaros ya hablaste en otra entrada, de cómo les conocisteis, y aquella primera vez me impactó tanto como ahora. De la bandera pintada en el techo de la casa tendríamos que aprender muchos en nuestro país, donde solo las utilizamos para darnos con ellas en la cabeza. Lo que no entiendo es para que le piden un título de propiedad… acaso tienen lista de espera para llenar la isla?
Un beso muy gordo
Viriato
Bueno, lo del titulo de propiedad no es mas que intentar recaudar impuestos de debajo de las piedras, nosotros, aquí, también estamos al tanto de esas cosas. Y si no…isla vacía, pues se vende ¿No era eso lo que querían sus socios europeos? Ahora leo con estupor que Grecia va fenomenal y que la crisis ya ha pasado ¿Habrá sido un truco de mágia?Hace dos años era la hecatombe y ahora es ejemplar.
Un besote
Precioso y emotivo artículo. Después de leerlo recuerdas porqué amas tanto Grecia y porqué es tan fácil amarla.
Gracias. Qué conste que no soy una amante incondicional, también le veo sus defectos, pero me sale mas fácilmente hablar de las cosas buenas que de las malas.