Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la yerba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porqué la belleza subsiste siempre en el recuerdo…
Oda a la inmortalidad. William Wordsworth
Al volver a Grecia tengo tareas ineludibles. En el fondo, es gratificante la ausencia, por el reencuentro, los grandes abrazos ocupan el lugar de la monotonía por la costumbre, de lo cotidiano. Es la vida del viajero, añorar lo que dejaste, ansiar lo que vendrá después; no ser de ningún lugar y desear ser ciudadano de todos lados. Pero ser recibidos con atenciones de amigos antiguos bien merecen el frío y la distancia invernal.
Una de mis tareas más impostergables es tomarme un café con las chicas de mi pueblo; mis muchachas. La más joven tiene 89 años. Hablamos de muchas cosas, porque están al día de todo; el barco de los refugiados que acogerá España, el gobierno de las ministras, la casa “del de podemos”. Pero fundamentalmente hablamos de piernas, esas que duelen y se hinchan y que no van donde quiere su dueña, después de muchos años de subidas y bajadas por las cuestas, de encaramarse a los burros o equilibrase en la barca.
Un café griego tiene que ser reposado, para no atragantarse. Y curiosamente acabo de caer en la cuenta que la palabra reposo viene exactamente de ahí, de dejar precipitar el polvo minúsculo molido, en la tacita, para que quede en el fondo como un barro oscuro, al que llegarás sin remedio, pero que debes evitar gracias a tu paciencia. Y una buena rosquilla cubierta de sésamo, para mojar de vez en cuando y hacer lenta la espera. Las Kouluras (rosquillas) que hace mi amiga son dignas de un pausado embelesamiento, aunque como la pobre no ve bien, más parecen pequeños bollos dorados. Es mi panadera predilecta, pero el año pasado, al cumplir los 90, y de la noche a la mañana, concluyó que no haría mas pan. Fue una decisión salomónica, se había hecho mayor y le dolían las piernas; de ahora en adelante, solo haría koulourakia. Una gran pérdida para la humanidad, como un volumen de la biblioteca de Alejandría que se quema en el incendio del tiempo; porque esos panes, queridos lectores, ya nunca se volverán a hornear en su limpísimo horno de leña, ni olerán por todo el valle los sábados por la mañana, ni quedará flotando un aroma sonoro que dice con contundencia: pan, redondo, miga, blanca, corteza, dura. Y algún día alguien destruirá ese sagrado altar encalado, con su tahona de cenizas añejas, para construir un bar, una cafetería o unos apartamentos. Pan.
Un café mirando al mar no tiene tiempos muertos, sobre todo cuando se habla de piernas. Me duelen las piernas. Se me hinchan las piernas. Me fallan las piernas. Pero es que, algunas de ellas tienen casi un siglo. Ellas se estiran las faldas, deslizándolas por la blancura de su carne y se ajustan sus pañuelos negros.
– Todavía me sorprendo cuando cojo las cerillas y se enciende el fuego inmediatamente en el hornillo.
– Sí, hay que ver. Eramos tan pobres. Mi madre a veces no tenía nada que poner en la cazuela.
– Y ¿Qué me dices de la Televisión?
– Y la calefacción, el aire acondicionado.
– Y esos coches relucientes que pasan dando suspiros por el camino de la playa.
– Un día, mi padre, robó unas patatas. Cuando llegó a casa y vio que mi madre había recogido hierbas del campo, se avergonzó y devolvió las patatas a su dueño, pidiéndole mil perdones.
– Eramos tan pobres. Pero tan honrados.
– Y ahora, el supermercado está lleno, ¡Cómo han cambiado las cosas!
– Y los precios. Eso si que es un robo.
– Cada vez que enciendo la cocina me acuerdo de mis padres. Si me vieran con las cerillas…
Sorbemos un traguito y dejamos pasar los minutos, como las volutas del café; que ascienden a los cielos haciendo eses.
– Yo y mi marido salíamos cada día a pescar. Como no teníamos con quien dejar a los niños, les hacíamos un corral en la playa y él, muy serio, les decía que si se atrevían a salir de allí los castigaría. Nunca ninguno salió. Pero es que éramos tan pobres y si no traíamos pescado…
Lo que mas me gusta del café griego es el vaso de agua, empañado, helado, hablando por sí mismo: si me bebes, sabrás el secreto del universo. En el fondo, un vaso translúcido, repleto de agua clara, es una declaración de principios; solo si sabes saborearlo serás capaz de entender el misterioso placer de la humildad.
– Pues ahora, si deja alguien los niños en la playa sin vigilancia, viene la policía y se los lleva. Y luego vienen a por los padres.
– Eso no puede ser ¿Y si tienen que ir a pescar?
– Pues no pueden.
Yo podría ser alguno de esos niños que, encerrados en su tentadero, veían pasar las moscas y el sol sobre sus cabezas, atemorizados frente al castigo ¿Cuál sería esa penitencia? ¿Encerrarlos más tiempo en esa cárcel luminosa? ¿En un corral frente al mar? Bajo la sombra fresca del árbol insolente junto a la orilla, sintiendo la fuente de agua cercana e inaccesible. Seguro que alguno se escapó y no lo dijo; darían la voz de alarma al aparecer la silueta de la barca al volver el cabo y se apresurarían para entrar todos en el redil antes de ser descubiertos. Lo que no sabían ellos es que su maldad sería perseguida año tras año y que su pecado no prescribiría nunca; malditos para siempre, prendidos con una cadena a ese paisaje, al paraíso de caña y madera, a esa pequeña playa que ansiarían una vez y otra, toda su vida. Esclavos de ese espectacular corral, allí, juntos y apiñados.
Hoy la cala ha sido tomada. Primero fue una cantina que se transformó en bar y por último en cafetería. Luego las mesas, las sillas, las hamacas y las sombrillas. Hasta no dejar un centímetro donde dejar jugar a los niños o abandonarlos. Y los jóvenes que ahora llegan, que podrían ser mis hijos ¿Perseguirán para siempre un panorama lleno de tumbonas y toldos de colores, con el ruido de fondo de la selección musical de un ignorante? ¿Pedirán combinados sofisticados? ¿ Smoothies, pancackes? ¿o ensalada de quinoa?
El vaso de agua, si lo dejas, gotea y comienza a perder su apariencia deliciosa, así que me lo bebo de un trago. Veo, a través del vidrio empañado que deja el frío, cómo ellas, yo, el corral, los niños, la barca, el árbol, nos deslizamos hacia el horizonte, como una retahíla, como un tren de vaporosa locomotora, sumergiéndonos en el mar y desapareciendo, dejando paso a los nuevos recuerdos que nuevas existencias perseguirán en el futuro; así es y así será, porque el presente es casi infinitesimal.
Les digo adiós a mis queridas filósofas, mis amigas “peripatéticas”; aunque ya no pasean, porque les atormentan las piernas. Siempre me hacen recapacitar estos cafés tan espesos y estas aguas tan claras; seguro que los mismos que les ofrecería Aristóteles a sus discípulos.
Hola Anusca, lo del pan si que es una gran pérdida, lo se por que lo he probado, por que he metido la cabeza dentro de ese horno. Realmente la gran “pérdida” es que se deje de hacer ese tipo de pan, inmemorial en su elaboración, donde su mejor ingrediente es el tiempo, ese que cada día se nos escapa mas rápidamente de las manos y desnaturaliza todo. Creo que le llaman “prisa”.
Ayer, caminando junto al mar, Isa y yo estuvimos hablando del mismo tema; “te acuerdas cuando…”
Me debo de estar haciendo mayor ya que siento que esto va muy rápido y lo malo es que no se hacia donde.
Un beso muy gordo camino de Ibiza.
Viriato
Hola , muchacho. Yo no diría tanto la prisa como la vanalidad. Hay gente que prefiere comprar un pan con jengibre o chocolate antes que uno tradicional, otros que no quieren cordero con sabor a cordero, ni sardinas que sepan a pescado. Pero lo mas grave, es el caso de aquellos que no valoran sus propios paisajes. Quizás estoy un poco ceniza, pero ya se me pasará.
Un besazo
Entrañable, gracias.
Ellas son entrañables, no pongo su fotografía porque no me parece bien sin su permiso, pero son hermosas.
Muy lindo Ana, gracias desde Argentina.
Gracias, Victor. Un abrazo
Dile si traspasa la panadería con la receta y cuanto.:) .Envidia me das.
Mi abuela y después una tía y sus hijos tenían una panadería frente a
mi casa.( hasta hace relativamente poco). Cuando era pequeña, todavía
iban las mujeres a «cocer» . Amasaban hogazas de pan «sobao» (15 ó 20)
que cocían ahí y dejaban de » muestra» como pago , lo estipulado en cada
caso. También hacían de la misma manera, los dulces de temporada .
El recipiente se llamaba llandas. ( sequillos, mantecados, bollos de mosto,
de viento. Y para las fiestas , asados de pollo, cordero ,patatas con sal, aceite
y pimienta .( se les hacía cortes en la cara de la patata y se mantenía la piel)
El pan se lo llevaban en un saco de papel fuerte cosido o de pleita ( Yute, cáñamo) .Les duraba un mes. Compré un saco de esos hace poco en un mercadillo de Matadero.
Por tu tierra se trabajaba mucho el esparto.( y por la mía)
No te deseo felicidad porque estás en el Paraíso.
Buen fin de semana.
Cada vez que veo la puerta que da al sótano, donde está el horno, con sus paredes encaladas y sus moldes de latón, se me revuelve el espíritu. Yo creo que si hubiera tenido un descendiente que le hubiera seguido, todavía haría pan. Me decía que llevaba 50 años haciendo el mismo trabajo y nunca se había aburrido.
Yo también llevaba la cazuela de macarrones y arroz al horno; mirando el caldo hasta hipnotizarme, para que no se me cayera.
Feliz verano
A menudo suelo pensar cuantas recetas con, y creo no equivocarme, siglos de historia, se van a perder en estos tiempos o en los que van a llegar en unos años… Nuestras madres son auténticas bibliotecas gastronómicas, guisos, postres, técnicas de cocción y asado, verdaderos placeres dignos de dioses que acabarán en su mayoría olvidados. Yo por mi parte, como hijo de cocinera, he procurado y aún lo hago, recopilar y guardar todos esos secretos que poco a poco he ido aprendiendo de mi madre. Y es que soy un claro defensor del «somos lo que comemos»…
Me ha gustado mucho la publicación Ana, deliciosa…
Hola Fernando. La cocina es toda una fuente de sabiduría. Pero el pan…¡madre mía! es el inicio de la civilización. Ulises le ordena a sus hombres adentrarse en la isla, creo recordar que era Trinacia, donde Helios guardaba sus vacas, para averiguar si sus habitantes son comedores de pan. Es decir si sus moradores son seres civilizados que han abandonado la vida nómada de cazadores y se han asentado como recolectores; el inicio de nuestra especie.
Un abrazote tenga usted y que le salgan buenos platos este fin de semana
Hola Ana:
Como siempre una delicia leerte. Al igual que en otras muchas ocasiones transmites unas sensaciones sobre la vida en ese rincón del Jónico (y de otros lugares de Grecia) que cuando estoy por allí las reencuentro (las sensaciones), todo ello, claro está salvando las distancias de tu realidad y la mía: no dominar el idioma, ir pocos días, etc.
Lo que relatas descubre sobre todo la sencillez y una cierta pureza que nos aproxima a la vida verdadera. Mientras ellos y ellas resistan, y los olivos también, y el mar, los calamares, la luz…. en fin… ello da sentido a la vida.
Un abrazo y en un par de semanas aterrizaremos por esa tierra
Gracias, Mario y bienvenido seas a Grecia. Todo sigue igual, la crisis, la pelea por la denominación de la República de Macedonia, el corralito. El otro día vi un chiste en la prensa que me hizo gracia: 25 años de discusiones por el nombre de un país que en español quiere decir «compota». Los nacionalismos siempre son absurdos cuando se ven desde fuera.
Buen viaje y disfrutad al máximo