Si tengo que definir mis iconos griegos siempre pienso en dos mujeres; las dos de gran carácter y con una personalidad arrolladora, pero representando cada una la dualidad del mundo griego: María Callas y Melina Mercury. La una es la antítesis de la otra, pero inevitablemente se juntan y se solapan como dos sombras potentes que al final funden en negro. La helena y la romana o, mejor dicho, la romia.
Creo que todo viajero viene a Grecia buscando el mundo heleno, pero acaba enamorándose de los romios sin saberlo. Así me sucedió a mi, como antes a tantos otros, que se sintieron llamados por los destellos de las estatuas de mármol pulido, los héroes de los cuentos y las blancas columnas de los templos que clamaban la belleza por encima de todas las cosas, pero que, al finalizar su viaje, veían como su alma se quedaba sorprendida por la gente, la que poco o nada tenía que ver con el esplendor de ese mundo antiguo, que en el fondo les atenazaba como el corsé en una figura entrada en carnes.
He contado hasta la saciedad el momento en que noté que me estaba enamorando, y no fue en la Acrópolis ni en el oráculo de Delfos, sino en un pobre y simplón autobús. Cuando presientes que volverás sin remedio una y otra vez, es cuando te ensucias con el polvo de la calle, el aroma a especias y suvlakis, el barullo de los cafés, donde los parroquianos odian la soledad y la privacidad y son adictos a la cháchara interminable, en un auténtico canto a la vida y a los sencillos placeres. Cuando saboreas lo entrañable de entrar en este familiar manicomio, donde cada loco expresa espontáneamente sus pasiones, y actúa sin pensar mucho en las consecuencias, con su genuina propensión a la exageración y la tragedia y su capacidad de burlarse de sí mismos hasta en los momentos más duros, en ese momento, la luz al atardecer en el templo de Sunio, pasa a un segundo término y se convierte en la banda sonora que acompaña a los buenos fotogramas de un sabio director. En aquel entonces, a penas lo intuía, pero me estaba volviendo romia. Voy a intentar explicarlo.
Lo Heleno encarna la gloria de la Grecia clásica, la perfección de las formas, Fidias y Praxíteles, la frugalidad y la austeridad, los cantos de Homero y los poémas de Safo, las sobrias tragedias, los sesudos filósofos paseando por el ágora, al decidido Pericles, a los dioses olímpicos y a las interminables e intricadas leyendas mitológicas. Es la misma Atenas.
El romaico, el romio, es el esplendor y la melancolía de Bizancio, la ortodoxia, los oscuros iconos de santos y pantocrátores, la silueta de Santa Sofía, el aroma de las especias y el laberinto de los bazares repletos de sedas y telas preciosas venidas de otras partes del imperio. El mismo Estambul.
Tras la fundación de una nueva Roma por Constantino, Constantinopla, la ciudad creció y se expandió alcanzando un refinamiento y un nivel cultural inimaginable. Mientras la antigua Roma, la primigenia, languidecía y se embrutecía por el constante acoso de los bárbaros, su hermana menor se desenvolvía en la hermosura de sus palacios, la evolución de una cocina esmerada, la sabia astronomía, la música exquisita y el inicio de lo que nos llegaría posteriormente como el estado de derecho. La nueva Roma de oriente sobrevivió durante casi mil años a su, en principio, gemela occidental. El mundo bizantino era griego y ortodoxo, y sus habitantes se calificaban así mismos como “romaoi” pues al fin y al cabo eran depositarios también del legado del imperio Romano. La palabra “heleno” quedo postergada, en tono peyorativo, a los paganos y seguidores de los antiguos dioses; con un breve periodo de resurgimiento gracias al único emperador de gusto heleno: Juliano el apóstata.
Tras la triste caída del imperio bizantino en manos de los otomanos, los griegos siguieron conservando su orgullo y su derecho a autodenominarse romios y a la lengua que conservaron a escondidas se le llamo romaico o demótico, descendiente del griego clásico, pero mucho más accesible y popular. El hecho de vivir bajo una dominación extranjera, cultivó en los griegos una forma de ser imaginativa, para mantenerse como tales a pesar de la inevitable contaminación musulmana; tenían que ser astutos, rápidos, tramposos y a pesar de todas las dificultades, alegres y amantes de sus tradiciones. La más linda personificación del concepto es el teatro de sombras y su héroe-antihéroe Karaghiozis, ignorante a la vez que vividor, malicioso, pobretón y desafortunado, en constante lucha con los taimados y ricos turcos para sobrevivir y dar de comer a su prole; con un telón de fondo salpicado de siluetas de minaretes y mezquitas del cielo de Estambul.
Cuando Grecia recobró la independencia, el viejo nombre “heleno” volvió a coger fuerza, impulsado también por los gustos clasicistas de los aliados que les ayudaron a recuperar su libertad y de los intelectuales griegos, criados y estudiados en el extranjero. Fue entonces cuando el gentilicio romios empezó a tomar tintes negativos, frente a los envarados y cultos helenos, porque toda la picaresca asociada durante siglos a los romios casaba muy mal con la pulcritud, el valor y la areté que emanaba de las columnas del Partenón. Atenas se convirtió en la nueva capital, cuando siempre había sido una segundona sin importancia frente a la bella y tristemente perdida Bizancio.
Hoy, en pleno siglo XXI, con el maremoto del turismo que invade las costas, llenando de desperdicios y camas balinesas las playas desde Algeciras a Estambul y de música que hace pulsar el cielo nocturno y diurno, parece un poco simplón hablar de romios y helenos, cuando una pátina de igualdad acecha a las viejas y hermosas costumbres griegas. Yo siempre lo asimilo a la labor de enmasillar los desperfectos de un antiguo y elegante barco. Un poco de emplaste, lija y pintura, y al final todo luce exactamente igual, desde la proa hasta la popa, e idéntico a sus vecinos de los costados.
Y ahora retomo a mis imágenes de referencia; la Callas y Melina. Maria Callas, la diva, la helena, la diosa casta, la maldita Medea. La perfeccionista hecha voz, que se sometía a sesiones infinitas de ensayos, hasta conocer todos los papeles de sus compañeros, la buscadora de la belleza y del timbre adecuado, el inigualable animal sobre el escenario que transmitía emoción y sentimiento solo con sus ojos y sus silencios; la representante de su propio y real drama clásico.
Melina Mercury, la inolvidable prostituta y generosa amante de todos los chicos del Pireo, la bella dama de los bajos fondos y las tabernas, la cantante de voz rasposa y gutural, excesiva, indomable, alegre y extrovertida, con una sonrisa y una carcajada que resuena todavía en todo el país. La romia por excelencia.
Así que aquí os dejo, para que elijáis la que os guste, a la “Casta Diva” de María o a la “Soy romia” de Melina. O mejor, quedaos con las dos, porque eso es en esencia Grecia.
Como el enlace de la canción de Melina Mercury es una imagen estática, no he podido resistirme a poner un segundo video con la misma canción cantada en francés, aunque la letra cambia bastante con respecto a la versión griega. Pero valía la pena, solo por ver a la romia en acción.
Me encanta lo qué y cómo lo dices.Pones en palabras acertadas lo que pienso y sobre todo siento.Fuí a Grecia hace unos 40 años.No sabía en realidad que viaje estaba haciendo.( Me lo ofreció un amigo).Me fuí de la rocosa Atenas , los lugares abrasados por el sol y sus aguas turquesas , llorando y sabiendo que ya que no me podía quedar, si iría una y otra vez; incluso soñar vivir ahí.Una Epifanía que nunca agradeceré bastante por la satisfacción que aporta a mi vida.
Gracias, Julia. En realidad, todos esos viajes sucesivos, como tu dices, enriquecen, y así, lo qué digo y cómo lo digo, es fruto de estas infinitas visitas a Grecia, que en el fondo te van transformando, no soy igual ahora que cuando llegué por primera vez. El primer viaje deslumbra, los sucesivos te hacen meditar y crecer, por eso me pongo tan rabiosa cuando veo al voraz turismo cobrándose pieza tras pieza. Si total les da igual Bali que la ribera Maya ¿Por qué no se quedan allí y dejan a Grecia en paz?
Un abrazo
Hola Anuska, el trio de canciones, me recuerda a las mejores épocas con Ramiro, cuando le comentaba sus distintas aportaciones de canciones y cantores griegos . Me lo permitía, imagino, consciente de mi mucha ignorancia y de su santa paciencia. Espero que tú no me tires un botijo la cabeza. Qué quieres que te diga, entre María Callas y la Mercury, me quedo con la primera. Y esto le asombraría Ramiro. Entre la canción en griego y francés, mil veces la griega, tiene más garra y más fuerza.
Un beso muy fuerte romia de mis entretelas, y otro más grande para Gloria, allí donde esté, seguro leyendo estas líneas y diciendo que le ganado de nuevo en el tiempo de respuesta.
iVa por ti Gloria!
Hola Cesitar, a mi también me gusta más la versión griega y la letra es mas explicativa y menos tópica. En cuanto a Melina o María, no puedo escoger, ambas me parecen geniales. Lo de Gloria, está demasiado reciente para no sentir un dolor terrible, así que ya hablaremos de ella en otra ocasión.
Un besazo y cuidate
Precioso artículo, Ana. Yo fui la primera vez, hace casi 30 años, cuando estudiaba la carrera de Historia. Descubrí un mundo fascinante de templos, estatuas y otras ruinas que me transformaron. Pero con el tiempo he caído absolutamente enamorado de las tertulias en las tabernas y ouzeries, del rebético y de las panagiri, lo que me ha llevado a estudiar griego moderno y a navegar año tras año por aquellos mares y tierras. Me alegra mucho encontrar otros locos como yo. Entre la Calas y la Mercury, aunque me gustan las dos, si tengo que elegir una, me quedo con Melina, seguro que la podría acompañar con mi bouzouki.
Un saludo.
Hola Kiko, ya veo que nos gustan las mismas cosas. Bueno, el panigiri menos, en mi pueblo son muy pesados y exagerados con el volumen. Melina me entusiasma, pero la Callas no se que tiene en la voz como para hacerte llorar, incluso sin verla cantar. Ambas fueron diosas del Olimpo.
Felices navegaciones
Hola Ana:
Como siempre a través de tus escritos uno recibe un destello enorme que ubica el alma alejada del ruido , la confusión y la no vida. Son motivo de un reencuentro con emociones que uno ha ido acumulando en los viajes a Grecia y que, siguiendo el hilo de tus palabras, de repente brillan expresadas de forma inmejorable.
Desde luego ese momento del autobús yo podía trasladarlo a otra situación puntual en la que sentí que tendría que volver una y otra vez, en cierto modo como una especie de enfermedad, y en una serie de cosas sencillas había encontrado ese lugar que no quieres dejar. Y como bien dices es algo más allá de la Grecia clásica, de Pericles y de Safo. Pero también todo eso flota en el aire e intuyes que de alguna manera ejerce su influencia.
Tus escritos había que grabárselos a muchos, esos que te preguntan la razón de tanto ir a Grecia, acaso no sería más no sé qué un viaje a Birmania, Camboya o la Conchinchina, también tienen playas te dicen. Mas uno no habla sólo de playas en Grecia, que por otra parte son una delicia, pero es lo fácil para construir un relato: viajar es consumir aceleradamente imágenes novedosas en forma de países «de moda» que pasan por el alma de uno como fugaces imágenes (a veces bonitas, pero cierra los ojos a lo que pasa en Birmania, no vaya a ser que termines vomitando), donde el papel del turista es de mero receptor pasivo, obligado a una especie de representación espectacular ajena a la vida (que diría Debord).
En fin… parabens e parabens. Probablemente volvamos muy pronto. Bendita locura.
Un abrazo.
Hola , Mario. Tienes razón, es necesario tener una historia en la cabeza para disfrutar del viaje; afortunados nosotros que lo encontramos. Yo no descarto otros viajes a otros países, pero será porque tengo alguna inquietud; si es solamente verlos o decir que ya he estado aquí, no me interesan; en casa, con aire acondicionado, un café y el ordenador, también se visitan y cuando está más implementada la realidad virtual, no sabes la cantidad de dinero que se ahorraran muchos.
Καλό καλοκαίρι να εχετε και καλή υγεία.
¡Qué suerte haber encontrado tu blog, Ana! Para mi cumpleaños, ayer, día 8, me regalaron tu libro Mil Viajes a Ítaca y estoy entusiasmada. No puedo dejar de leerte. Además, maravilla de las maravillas, voy mirando la ubicación de las islas, los pueblos, las playas de las que hablas, en esa cosa fantástica que es Google Maps.
Soy una enamorada de Grecia desde que, para celebrar otro de mis cumpleaños, hace tres, me paseé por la Grecia continental, Santorini y Creta junto a mi familia. Fue casi un mes inolvidable, tanto que voy plasmando aquellas vivencias a golpe de acuarelas y textos en una especie de cuaderno de viaje, para que no sólo sean las fotos que hice las que me acompañen cuando siento la nostalgia del azul del Egeo, la blancura de los pueblos de Santorini, o sus puestas de sol, sino algo más íntimo, más personal.
¡Qué suerte que estés aquí, para mostrarnos más de todo ese mundo que tanto me fascina!
¡Muchas gracias!
Saludos,
Hola Mari Carmen, bienvenida a este pequeño espacio. Eres afortunada de poder plasmar con tus pinceles la belleza del Egeo; supongo que tu paleta de azules será muy extensa. Me encantaría ver tus acuarelas, yo soy una manotas. Siempre quise que el libro saliera con unos apuntes a plumilla de Jesús y algún mapita esquemático, pero lamentablemente la editorial no quiso.
Si alguien tiene que dar las gracias soy yo, por tus emocionantes comentarios sobre el libro y sobre el blog. Espero que sigamos conversando a través de esta bitácora, de vez en cuando, siempre que tu quieras.
Un abrazo
Magnífico artículo, como siempre. Con tu permiso, yo añadiría a estas dos magníficas mujeres una tercera, Irene Papas.
En otro orden de cosas, mi mujer todavía no lo sabe, el 10 de septiembre nos vamos a Creta un par de semanas. Me habría gustado en velero, pero tengo que conformarme con el coche.
Procuraré perderme por los pueblecitos del interior, como un día me aconsejaste.
Un beso y gracias por tu blog.
Hola Emilio. Yo añadiría muchas mujeres, algunas de ellas desconocidas; las griegas suelen tener un gran carácter.
Disfrutarás en las montañas Cretenses. Si me permites una sugerencia, creo que te gustará leer a Patrik Leigh Fermor y su libro «Secuestrar a un general», se desarrolla justamente en esa zona, la historia es verídica, increíble, pero entrañable y te ayudará a comprender muchas cosas, aunque es una anécdota de la segunda guerra mundial.
Felices vacaciones.