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Kalymnos. Damas y pescadores de esponjas

Después de recorrer paisajes áridos y yermos, Pothia, el puerto de Kalymnos, desencadena una especie de pasmo. No me refiero a un éxtasis estético, como el que produce Simi, con todas sus casas de piedra, espléndidas, con visillos de encaje y puertas de colores radiantes. Me refiero a un asombro inesperado. Lo hasta ahora visto en la costa no predispone a un puerto tan poblado y bullicioso. Y comparo a las dos islas porque ambas han hecho del comercio con esponjas una tradición. Pero Kalymnos lo ha convertido en leyenda.

Ya comentaba en la anterior entrada que la isla solo ofrece ser habitada en sus dos valles, el de Pothia para los humanos, el de Vathi para los cultivos. El puerto de Kalymnos, casi desproporcionado, se abre en Pothia como una calabaza: la parte noble y suculenta en su centro, que se desborda por el valle como un río caudaloso, y las humildes casas, resecas y descoloridas, que trepan, buscando un resquicio, por las laderas de las montañas, como las pepitas del fruto anaranjado. Pero, cuando encuentras un hueco entre el trasiego de barcas, lanchas, buques engalanados y llenos de reclamos turísticos, ferris y pesqueros, cuando consigues amarrar, sientes que este universo del caos te ha engullido y que debes ser digerido con calma por sus vigorosos jugos gástricos. O más bien asado, debido al aire seco y asfixiante que trae el Meltemi encañonado entre sus cordilleras. Los cafés llenos de contertulios, las plazas repletas, los pescadores descargando sus resplandecientes capturas, los vendedores de esponjas y la llegada de los barcos de Kos, colmados de visitantes, hace de Pothia un sitio desbordante de vida. Y de historia.


Si tuviera que evocar la imagen que se me quedó grabada mientras atracábamos, creo que sería la de una olla de garbanzos. Olla que, cerrada y calentada a fuego lento, acabó por explotar dejando un rio de legumbres desparramándose caliente por el valle, asomando en la orilla, cayendo al mar para quedar flotando en su dársena. Y otros pobres garbancitos, lanzados por la presión del estallido de vapor contra las montañas, deslizándose pringosos por las laderas hasta apelmazarse, arrebujarse, secarse y arrugarse al sol. Pero la belleza no siempre reside en los cánones, en las casas encaladas de ventanas azules que se esperan del Egeo. Un vertido de garbanzos puede tener su hermosura, sin necesidad de pulcritud, orden o armonía; basta, simplemente, con que su singularidad embelese tu espíritu. Tu sabrás el porqué.

En el reloj dieron las dos. Una barahúnda de turistas, que deambulaban por el puerto como pollos sin cabeza buscando una sombra, hacía fotos a todo lo que se moviera. Se oyó una tremenda explosión que quedó vibrando en el aire y la gente se agachó llevándose las manos a la cabeza. Una humareda salía de la cumbre de las montañas, que ofrecían su perfil más limpio y recortado contra un cielo blanquecino por la calima. Pasado unos instantes de desasosiego, los turistas reanudaron la búsqueda de su taberna y nosotros nos adentramos por las callejuelas, apremiados para llegar a tiempo al Museo y ver a la Dama de Kalymnos.

La Dama de Kalymnos es una imponente escultura de mujer, realizada en bronce, de unos dos metros de alto, que data de la época helenística. Fue encontrada en las inmediaciones de la cercana isla Plati, a medio camino entre Psérimos y Kalymnos. No solamente es el porte de la figura lo que impresiona, sino la actitud sobria, melancólica y elegante de una dama que, envuelta en su chitón, levanta la mano en señal de despedida, y mira, sin ojos, hacia un horizonte carente de expectativas. La estatua ha sido restaurada y se exhibe limpia de incrustaciones, por supuesto, pero las cuencas vacías de su rostro retienen un agrio recuerdo. El desasosiego de aquello que ha permanecido tanto tiempo en el fondo del mar, que ha contemplado los siglos, los misterios del agua, las sucesivas claridades y negruras, año tras año. De todas las almas que navegaron sobre ella o incluso decidieron acompañarla en su lecho de algas eternamente. Pero, aunque parezca un contrasentido, el mar protegió a la figura. De no haber estado sumergida y oculta, es posible que su bronce hubiera sido refundido y reconvertido en cualquier otra cosa. En campana de iglesia, por ejemplo. O en cañón.


Volvieron a repetirse los cañonazos y los turistas se pusieron a cubierto. La plaza se vació y el tráfico se esfumó; era la hora de comer de un sábado de agosto. De las puertas de las casas surgieron personas vestidas de negro. El calor derretía los adoquines y las palomas se quedaban pegadas a los aleros. El pueblo se transformó en un sepulcro silencioso. Continuaron surgiendo sombras oscuras de los portales; la mayoría eran chavales vestidos con negras camisetas. Se agrupaban y se alineaban en las calles como una plaga de hormigas; cabizbajos y con los ojos enrojecidos. La marea negra se fue espesando en torno a la iglesia y en los jardines del templo no cabía una mosca. Sonó el último cañonazo. Comenzó el sepelio.


Días antes había fallecido un joven de 17 años practicando submarinismo. La prensa sólo explicaba que unos compañeros dieron la voz de alarma cuando vieron que la boya de señalización hacía tiempo que no cambiaba de lugar. El chico era un estudiante de Kalymnos, miembro del Club Nacional de buceo; cuya sede está en la isla, como es de imaginar. A juzgar por la afluencia de amigos, conocidos y autoridades, el suceso había conmocionado a sus habitantes. El dolor era palpable entre los negros y apenados asistentes. Y un sabor acre recorría sus gargantas encogidas, haciéndolo difícil de tragar. Como si una antigua maldición hubiera resucitado aquel día, cuando ya se la creía olvidada, para traer la desolación y el dolor de nuevo.


La pesca de esponjas de estas islas del Dodecaneso está datada en la época clásica, pero, en Kalymnos, la actividad se mantuvo, llegando a su máximo apogeo en el S. XIX, con una flota de unos trescientos barcos cabeceando en sus muelles. Y aunque durante la Segunda Guerra Mundial las naves fueron destruidas, la hambruna de la posguerra obligó a sus habitantes a reconstruir embarcaciones y reanudar la actividad. Debido a la merma de especies por sobrepesca y a diferentes plagas, los barcos tenían que desplazarse a las aguas de Túnez, Libia, Egipto, Siria o el Líbano.

El trabajo de un pescador de esponjas era muy peligroso y exigía una gran fortaleza física, razón por la cual la mayoría de buzos eran gente joven, a la que, tras sucesivas generaciones, se le había inculcado una combinación de valor, orgullo, locura y resignación, como si no hubiera más camino que el de perder la vida en el mar. Se embarcaban en condiciones infrahumanas, e incluso debían solicitar un crédito para sufragar los gastos de la expedición. A la vuelta, compartían las ganancias en función de sus capturas. Si volvían.

La pesca de esponjas de los primeros tiempos se realizaba a pulmón desde pequeños barcos que llevaban entre cuatro y seis tripulantes. El buzo se sumergía desnudo con una gran piedra de mármol hasta unos treinta metros y. permanecía en el fondo tanto como sus pulmones se lo permitían. Pero en el año de 1869 llegó la revolución: el «skafandro». Un mono de caucho con cuello de bronce al que se acoplaba un pesado casco del mismo material, provisto de mirillas de vidrio y de una válvula que regulaba el suministro de aire. El aire se insuflaba mediante una bomba, instalada en el barco, unida al mono por una manguera de goma. La comunicación con el exterior se hacía gracias a una delgada cuerda atada a la muñeca. Los buzos, con el “skafandro”, podían sumergirse a profundidades de hasta 70 metros, moverse por el fondo y permanecer durante mucho más tiempo; por consiguiente, lograban recolectar muchas más esponjas y hacer más rentable la campaña.

Por causas desconocidas para ellos, muchos buzos perecían o volvían paralíticos, sufriendo terribles dolores. En aquellos años nadie había oído hablar del fundamento de los accidentes por descompresión y de las burbujas de nitrógeno en sangre. Ignorantes, los buceadores subían raudos a la superficie cuando acababan su faena, y solo cabía aguardar el sorteo de sus vidas. Esperar a ver si habían sido víctimas de la «enfermedad de los buzos» o si, por el contrario, se habían convertido en afortunados protagonistas de la historia legendaria de los valientes “pescadores de esponjas”. A bordo solo disponían de un médico de escasos conocimientos, cuya única prescripción consistía en frotarles el cuerpo, si aparecía un sarpullido, y aguardar unos días para ver si el destino era la invalidez o la muerte. Aproximadamente la mitad de los buzos no volvían o lo hacían lisiados de por vida.

El ritmo de vida en Kalymnos giraba alrededor de la partida y el retorno de sus buzos. Poco después de Pascua, la flota se hacía a la mar rodeada de festejos, bendiciones, y cenas de despedida. El temido regreso de los barcos en otoño era anunciado por el metálico tañido del bronce de las campanas. Las mujeres se arremolinaban en la plaza del puerto con el corazón encogido, contando los tripulantes e intentando reconocer algún amado rostro. Envueltas en sus viejos mantones, escrutaban un horizonte sin esperanza, como la triste “Dama de Kalymnos”. Muchas familias, privadas de sustento por un padre muerto o inválido, a partir de aquel día quedaban supeditadas a la caridad y generosidad de sus vecinos, hasta que el hijo mayor pudiera participar en una expedición, hacerse cargo de la familia, e incluso saldar las deudas contraídas por su progenitor en anteriores pesqueras. Una ruleta maldita que nunca dejaba de girar. Un tren de la bruja del que era imposible apearse. Permanecer en la isla significaba morir de hambre, salir a pescar significaba…

Esta suerte de fatalismo de los pobres, que convierten en orgullosa tradición su desgracia, a base de ídolos, leyendas, frases heroicas, danzas y canciones, se ha ido conservando hasta el presente, haciendo de los habitantes de Kalymnos una gente muy especial. Es imposible contemplar la conocida «danza de los pescadores de esponjas» sin que te recorra un frío escozor por la espalda y los músicos se emocionen al interpretar ciertas frases. Un baile que evoca pasión, orgullo, valor, superación y sufrimiento; la ensalada de todos los mitos. La danza es ejecutada por hombres exclusivamente. Unos jóvenes cabriolean cogidos del hombro. Un tembloroso buzo lisiado les pide bailar con ellos para recuperar sus sueños de juventud y los mozos le ayudan a levantarse y a acompañarlos, apoyado en su tambaleante bastón. Momentáneamente, en su imaginación, recupera la agilidad perdida y baila feliz como uno más. El final es la angustiosa vuelta al asiento para seguir temblando y bebiendo.

Sonaron dos cañonazos más anunciando la consumación del funeral. Cerraron el Museo con la triste Dama de Kalymnos dentro, lamentándose en su soledad. El globo terráqueo siguió girando, con nosotros respirando en superficie, con los buzos de Kalymnos componiendo su trágica danza en las profundidades marinas.

Buscando en Google datos sobre Kalymnos y su cultura, me topé con el típico reclamo: “Kalymnos, una bella isla del Egeo de playas paradisiacas y coquetos puertos de amables pescadores…” Sandeces y trolas que se repetían de página en página con el mismo mensaje ramplón y pequeño, con la sola misión de posicionarse en el buscador. Internet está lleno de basura, que como la del ADN de nuestros cromosomas, se va transmitiendo y duplicando sin control. Mensajes que solo atraen a un turismo ecléctico y desinformado que busca playas, sol y pueblos blancos. Y la masa viene blandiendo una escoba para barrer cultura y tradiciones. ¿No sería mejor decir que Kalymnos es una isla única y que cuando salgas de allí, si la has comprendido, el viaje te habrá hecho más sabio? Igual, de esta manera, haríamos que el algoritmo de Google se rascara un poco la cabeza.

14 comentarios en «Kalymnos. Damas y pescadores de esponjas»

  1. Hola Ana, que bonito escribes!
    Veo que habéis cambiado el Jónico por las islas del Dodecaneso…sabía de la tradición de pesca de esponjas de Kalymnos, siempre me han sobrecogido las historias de esos buceadores heroicos con tantas historias trágicas por desconocimiento. Qué muerte tan horrible!
    Disfrutad del fin del verano, nosotros aún en la Costa Brava hasta el domingo.
    Besos

    1. El cambio ha sido momentáneo. Ya estoy de nuevo en el Jónico. Hemos tenido mucha suerte con los vientos en el Ego. Muy poco Meltemi.
      La historia de los buzos es tremenda, pobre gente. Acabo de leer un libro de Charmian Clift sobre la vida en Kalymnos en los años 50. Se llama Cantos de sirena. Me ha gustado mucho.
      Un abrazo y felices vacaciones.

  2. Siempre me trajo el tema de los recolectores de esponjas así que el tema y la isla me resultan conocidas aunque no haya estado ahí. El año pasado me leí un pequeño libro en inglés, lo suficientemente pequeño como para atreverme a leerlo con mi nivel: Bitter Sea, de Faith Warn, que trata el tema y la isla en particular. La verdad es que me resultó muy interesante.

    1. La verdad es que la humanidad ha perpetrado siempre estas burradas, como la de sumergirse a grandes profundidades, que un animal no haría. Un animal no se empecina en hacer una y otra vez lo que le causa daño. Pero en eso se basa nuestra historia también y nuestros descubrimientos, ahora que se celebra el 500 aniversario de la gesta de Magallanes.

      Un saludo, Alfredo

  3. Hola Anuska. No me canso de decirte que escribes de narices. Felicidades. Qué bonita tu narración y lo que cuentas de Kalymnos, y que cierta la uniformidad a la que estamos abocados. Recordábamos los hermanos aquí en Galicia nuestra infancia y lo especial de lo que vivimos, y lo que es ahora como bien tú dices, la uniformidad e igualdad invade a todos los sitios de veraneo. Si no fuera por el marisco, parece que estás en cualquier otro sitio…
    Una pena…
    Un beso muy gordo para los dos
    VIRIATO

    1. Los gallegos también tienen buenos ejemplos de vidas perdidas en la mar y de viudas tristes esperando en el puerto, vestidas de negro. Del mar vienen cosas buenas, pero él siempre cobra precio caro. Por no hablar de los percebeiros.
      El turismo es así, lo poco gusta, lo mucho mata. En Kalymnos, el turismo ha caído como un maná para salvarles de la miseria y la despoblación, el problema es cuando se pasa de la raya, porque ya no hay vuelta a atrás.

      Un abrazo también gordo

  4. Ana,καταπληκτά !!
    He pasado unos días en Leros con un amigo,y navegamos a Kalymno. Rodeamos la isla, recalamos en un par de ensenadas y visitamos Pothia.
    Parece mentira como dos islas tan cercanas pueden ser tan diferentes. Leros, a pesar de su mala fama, es una isla amable, de paisajes ondulados ( también tiene viñedos) , se vive dulcemente y la población, repartida por casi todo el territorio, tiene una permanente sonrisa. Cuando te mueves por la isla se palpa una extraña felicidad, se debería estudiar los mmotivos, el turismo ( muy poco) convive armoniosamente con la población.
    Kakymnos desde el mar sobrecoge por su perfil escarpado, rocoso, parece lunar.
    Incluso la gente tiene un semblante y una forma de hablar más dura, mas grave, da la impresión.
    Felicidades por tus relatos, excepcionales como siempre.
    Un saludo

    1. Eso es lo bueno de las islas griegas: pasas de una a otra y cambias de universo. Por eso llevo tanto tiempo recorriéndolas y no me canso de descubrirlas y redescubrirlas. Leros también es fantástica, con el sorprendente pueblo de Lakki y el realismo de Musolini. Aunque la isla tiene oscuras leyendas de fascistas y manicomios, es encantadora.

      Gracias por pasar y comentar tus opiniones, siempre bienvenidas.

  5. Gracias por tan sugerentes artículos, dan ganas de acercarse a las islas griegas. En la península de Yucatán, México, se pesca, en temporada, el pepino de mar mediante buceadores, antiguamente a pulmon, después con buzos y ahora con escafandras, pero hay muchos accidentes y, salvando las diferencias, los pescadores se exponen a accidentes de descompresión al igual que en Kalymnos: https://www.navegar-es-preciso.com/news/costas-puertos-y-barcas-del-estado-mexicano-de-yucatan/
    Sigue asi, publicando bellas entradas para gozo de tus lectores. Buen viento!

    1. Es increíble, que con lo que sabemos ahora acerca del buceo, siga la gente haciendo burradas. He visto tu artículo. Debe ser una zona muy interesante la de Yucatan.
      Muchas gracias por tu constancia, Román. Escribiendo y leyendo.
      Un abrazo

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