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La Fortuna y el mar

Hay una frase griega: «Ο καλός ο καπετάνιος στη φουρτούνα φαίνεται». Algo así como: el buen capitán en el temporal se muestra, aunque la traducción literal sería: el buen capitán en la Fortuna aparece. Haciendo referencia a la valentía de los hombres a quienes no acobardan las dificultades y obstáculos de la vida y gobiernan su existencia y su destino, incluso en los malos momentos. Por lo visto, dicha expresión ha permanecido invariable desde los tiempos clásicos y bizantinos.

Cuando empecé a estudiar griego, me sorprendió que utilizaran el término “Fortuna” para referirse a los temporales y tormentas; pero la sorpresa fue mayor cuando descubrí que también es una acepción en castellano; aunque en desuso; en portugués, en italiano y en la mayoría de las lenguas latinas. La fortuna, variable y caprichosa, siempre había tenido para mí connotaciones positivas, ya que cuando son negativas hay que recalcar: la mala fortuna. Pero de ninguna manera había considerado que el termino tuviera relaciones meteorológicas. Aunque, pensándolo bien, ¿De donde venía la idea de aparejo de fortuna o timón de fortuna? Calificativo que reciben en los barcos  aquellas reparaciones que tienen por objeto subsanar, provisionalmente y con los escasos medios de abordo, las partes dañadas de un velero, y normalmente esto suele suceder cuando hay mala mar.

La diosa fortuna es la versión romana de Tikhe, la deidad griega que velaba por la ciudad y la vida colectiva, pero también departía dones y castigos en las guerras y entre las naves en la mar, como si fuera una ministra con muchas carteras. La caracterización más conocida de la diosa Fortuna es con una rueda que gira repartiendo el azar, o bien con un cuerno de la abundancia, haciendo referencia a las riquezas, que casi quedan como sinónimo de fortuna. Pero Tikhe aparece frecuentemente con un timón entre las manos; el que gobierna la nave; y unas velas desgastadas y maltrechas por los vientos, o a veces, como Afrodita, surgiendo de las espumas y olas encrespadas de las tempestades del mar.

Hay quien dice que dichas representaciones arcaicas, mezclando riquezas, ruedas y timones, pudieran tener su origen en que los mercaderes, los ricos y adinerados comerciantes, solían viajar por mar. A mi esa explicación me parece un poco pobre. Posiblemente la trasmutación marina de la Fortuna, proviene de un eufemismo supersticioso incorporado a la jerga marinera. Es común, para conjurar el destino, darle dulces nombres a las cosas malas y terribles, como suavizándolas, e incluso adulándolas, para que nos eviten y pasen de largo. Si cuando se avecina un temporal, lo invocas a base de insultos, tienes la sensación de que te va a perseguir y hacerte tragar tus palabras; sin embargo, si lo calificas de fortuna, tienes más probabilidades de que se apiade de ti y vaya a buscar a otras naves incautas. Por los mismos motivos agoreros, se considera de mal fario subir un paraguas al barco, ya que es llamar a las inclemencias climatológicas, así como las flores, que se asocian a un funeral. Y cómo no, el hecho de transportar un difunto, o incluso solamente un ataúd. Por ello era común que los fallecidos fuesen arrojados al mar, envueltos en una mortaja con una bola de cañón dentro para que su fantasma no persiguiese al barco. Bueno, digo yo que también sería para evitar que se descompusiera el cadáver durante aquellas travesías infernales que duraban meses.

Pero frente a la superchería siempre hay que anteponer las pruebas y el método científico,  ¿Qué le pasó a la tripulación del Demeteren en su último viaje desde Rumanía a Whitby, en Inglaterra? Transportaba un féretro estibado sobre tierra de Transilvania; donde marca la leyenda que debe descansar un “no muerto”. La tripulación fue poco a poco desapareciendo y en una tormenta final, se hundió frente a las costas inglesas, mientras que Drácula, convertido en perro, abandonaba el barco sin tocar el agua. Estos episodios de la novela de Bram Stoker, han situado a Whitby en el mapa turístico; las ganas de terror y vampiros han traído al pueblo a una de las modernas subculturas underground: los góticos.

Las supersticiones marineras son fruto de las duras condiciones del mar y aportan una cierta sensación de alivio sobre elementos decisivos, pero azarosos, para la supervivencia, por ejemplo, sobre las condiciones atmosféricas, aunque la calma que crean sea ficticia. Si no contravienes ningún tabú y te dotas de los fetiches adecuados, la ira de los dioses se aplacará, la tormenta no estallará, se entablará el viento favorable y el barco llegará sano y salvo a puerto.

Es a partir del Renacimiento, cuando la vertiente meteorológica de la fortuna se hace más patente y sobre todo, en el atormentado barroco la vida es considerada como un viaje por mares procelosos, llenos de peligros y naufragios. Hay una hermosa canción sefardí, cuya música pongo más abajo en la que un padre avisa a su hija de los peligros de una mar en fortuna:

Hija mía, mi querida,
amán, amán,
no te eches a la mar
que la mar está en fortuna
mira que te va a llevar.

Para ilustrar lo que sería la fabricación de un mástil de fortuna, no se me ocurre mejor ejemplo que la historia de Yves Parlier durante la regata de vuelta al mundo en solitario y sin escalas del año 2000, la Vendée Globe.

Su barco rompió el mástil, una gigantesca pieza giratoria de 25 metros de altura de fibra de carbono. El accidente le ocurrió en mitad de la nada, en el Pacífico Sur, el lugar más alejado de cualquier tierra de todo el planeta. Ingeniero en materiales compuestos, Parlier logró rescatar un par de fragmentos del palo roto, los subió a bordo y se puso a estudiar una reparación. Armó un aparejo de fortuna, izó la vela mayor con cuatro rizos (todo el trapo que podía aguantar en lo que le quedaba de mástil) y un tormentín a proa y puso rumbo hacia las Stewart, en el sur de Nueva Zelanda, donde fondeó. Se construyó un pequeño chinchorro con dos cajas de plástico a las que ató media docena de bidones de gasoil, se vistió con su traje de neopreno, fondeó otra ancla, largó algunas amarras a tierra, siempre en la zona intermareal, para no ser descalificado por haber desembarcado, recogió agua potable en un arroyo e inició los trabajos. Serró y pulió con paciencia de orfebre los fragmentos, dibujó y creó una abrazadera de carbono para unir los dos trozos y preparó la resina de fibra que daría rigidez a la unión. Encerró los fragmentos en una caja de plástico, les aplicó el calor de cinco bombillas y de su cámping gas y logró cocer un nuevo palo de 18 metros de alto que colocó en el casco ayudándose de la botavara, a guisa de palanca, y de sus brazos, un trabajo para el que se usa una grúa hidráulica. Pudo volver a la regata un mes después del accidente, eso sí, sin gas para hervir agua con que hidratar su comida liofilizada. A medida que pasaban los días, a Parlier le quedaban cada vez menos alimentos y redujo su dieta a unas 800 calorías diarias, una miseria para un esfuerzo tan agotador como es navegar en un Open 60 en solitario por altas latitudes. Pidió permiso a la organización para abrir la balsa y comerse las raciones de supervivencia. También sacó una línea de nylon y algunos anzuelos para largar un curricán por la popa; pero los peces raramente muerden un cebo que se mueve a más de 10 nudos. Recogía peces voladores y el krill que se depositaba en cubierta con los rociones. Enterados de sus penurias, sus seguidores empezaron a hacerle llegar recetas para cocinar las algas de mil formas e incluso le sugerían derrotas para alcanzar los enormes bancos de dorados. “¡He conseguido un hermoso ejemplar de cuatro kilos! He hecho filetes y los he puesto a secar de los obenques… Ahora me voy a hacer un calzón con piel de dorado y una peluca de algas», señaló, bromista, en una conexión por radio.

Pues eso, que el autentico capitán, en la «fortuna» se crece. En la buena, pero también en la mala como en el poema “La Balada del Viejo Marinero”, The Rime of the Ancient Mariner, de Samuel Taylor Coleridge, donde se narra la historia de un viejo marino, maldito por tentar a la suerte.

En el inicio del poema, un anciano se acerca a un hombre a punto de contraer matrimonio y le suplica que escuche su triste historia. Él navegaba en un barco que fue sorprendido por los temporales y arrastrado hacia la Antártida. Allí la tripulación vio a un albatros, símbolo de buen presagio. El marinero abatió al ave haciendo oídos sordos a los favorables augurios que simboliza en los barcos ese animal. La tripulación se inquieta, culpa al viejo marinero de un desastre futuro y vuelca su ira supersticiosa contra él, castigándole a llevar al ave en el cuello, en señal de penitencia. El buque tiene un encuentro espectral con la muerte y esta se juega a los dados, con la vida, el alma vencida del viejo marinero. Su castigo será atestiguar la muerte de su tripulación y recorrer el mundo narrando una y otra vez su historia, por los siglos de los siglos. ¡A ver quién se atreve ahora a tocarle una pluma al pájaro!

11 comentarios en «La Fortuna y el mar»

  1. Hola Anuska, Mira que me había preguntado veces de donde vendría lo del aparejo o el timón de fortuna, y tú me has dado la solución. Yo en la vida habría asociado los temporales en la mar con la palabra fortuna, a la que, como tu bien dices, relacionamos con el dinero o la suerte. Pues ya que estamos de “libro gordo de Petete”, a ver si me solucionas otra duda que tengo respecto a la utilización de otra palabra con nuestra nuestra bonita jerga marinera; ahí va la pregunta:
    Por qué cuando duplicamos una herramienta en nuestros barcos, o también referido las piezas de un timón, o algunas del aparejo, le llamamos “de respeto” y no “repuesto”?
    Por cierto, la canción sefardí me ha encantado.
    Un beso gordísimo
    Viriato

    1. Hola Cesar. No tengo ni idea de donde viene lo de pieza de respeto, en vez de repuesto o recambio, como en los automóviles. Cuando me entere te lo diré; seguro que es alguna historieta interesante, como la de muchos términos marineros. Es un lenguaje muy especial, forjado a través de los siglos, con palabras que provienen de muchos idiomas diferentes. Habrá que seguirle la pista.

      Un beso y espero verte pronto

    1. Hola Josep. El poema me parece precioso pero la música de Raimón no me deja concentrarme. Supongo que pertenece a otros tiempos, cuando el contenido era más importante que el continente, pero nunca fui fan de Raimon por ese motivo y eso que es de mi tierra, Valencia. Prefiero leerlo y deleitarme con su mensaje. De todas maneras te agradezco la contribución, porque la poesía siempre es importante para comprender la vida.

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