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La gloria de una isla

La primera vez que me topé con la letra Psi, Ψ, fue cuando estudiaba la función de ondas de Schrödinger. La letra tenía tanta apariencia de magia e irracionalidad como la propia física cuántica. Era esbelta y elegante, un tenedor capaz de multiplicarse por sí mismo y elevarse al cubo y al cuadrado. El mismo tridente de Poseidón que hacía agitar la tierra con sus sacudidas y a la física newtoniana con sus delirios de probabilidades e indeterminaciones. Fue una pena que los latinos la perdiéramos y tuviéramos que imitarla con la “Ps” de psicología para ir simplificándola después en una simple “s”. Facilitaría mucho el discurso:

–¿Cómo te encuentras?
– Ψ, Ψ.
– Paciencia amigo, se necesita tiempo para recuperarse.

Yo misma me ahorraría trabajo en mi apellido y me inventaría una firma de lo más mitológica: Caψir.

Psará tenía el atractivo de escribirse con Ψ. Pero además es un borrón minúsculo en la carta de navegar, donde a nadie se le ha perdido nada, y encima me recordaba a la sensual sirena de Jose Luis Sampedro, que había iniciado su vida mortal en esa isla, creo recordar, ya que hace tiempo que leí el libro. Pusimos rumbo a Psará por amor de una letra y ella nos devolvió el cariño multiplicado por sí misma.

La isla es desértica como ninguna, llevado el termino hasta los últimos detalles de un meteorito espacial; solo en el pueblo, frente al puerto, donde se cobijan los 400 habitantes censados, tiene un entorno amigo. Me contrarió que no alquilaran ningún vehículo.

–Nada más que tres personas han preguntado en todo el año ¿Cómo quieres que alguien abra un negocio de alquiler?

A pesar de todo, mirando con aprensión la terrible carretera que se retorcía por el monte a pleno sol, roja de pura aridez, le pregunté cuántos kilómetros había a Jilokástro, donde había leído que se hallaban algunos restos micénicos. La isla ya se nombra en la Odisea, cuando los Aqueos regresan de Troya; pero Homero la llama Psyri.

–¿Para qué queréis ir allí? Solo hay alguna ermita y ganado en libertad.

Emprendimos la caminata polvorienta en un escenario de espinos y aliagas calcinadas; ni un solo árbol, ni una lánguida sombra en varias millas a la redonda. Al borde de la carretera el ayuntamiento había tenido un arrebato de humanidad y había plantado encinas protegidas por telas metálicas que algún día darían sombra al caminante, pero ellas, las muy desagradecidas, se encorvaban bajo el sol y languidecían mirando a la verde Quios en el horizonte, estirando sus raicitas hacia allí antes de dar el último estertor y dejar caer sus postreras hojas, mostrando una imagen de estantiguas y reos penados por la vereda. Aquí y allá, montones de chatarra, generadores eólicos y camiones podridos, funcionales allá por los años 60, entretenían el paisaje. Lo bueno de estas islas pequeñas es que siempre tienes a uno y otro lado el azul marino refrescante y algún sendero donde despeñarte sobre una playa inmaculada con ¡Dios mío! alguna sabina guerrera y resistente. Fue una suerte encontrar una gasolinera cerrada para lanzarnos sobre la manguera del agua calentorra y deliciosa. Y así, pudimos constatar que el horario del surtidor se resumía en dos horas por la mañana y dos por la tarde. Si alguien era lo suficientemente tonto para quedarse sin combustible en una isla de 400 habitantes y 10 km de punta a punta, bien merecía la penitencia de permanecer esperando con sus bidones hasta el día siguiente. Abandonamos la excursión cuando creímos ver, entre el fuego solar que emanaba de la tierra, algo parecido a los esqueletos de los últimos turistas que ascendieron a Jilókastro. Pero entre el jadeo de las cigarras moribundas, sentí que algo de estos paisajes erosiona el espíritu y los hace inolvidables, quedándose estampados en la memoria para siempre. Fue como asomarme a un pozo oscuro y ver la luz reflejada en el fondo del agua, la misma que lucía en la realidad sin que me hubiese dado cuenta.

El pueblo tampoco es la belleza blanca esperada del Egeo, sino una comunidad que vivió otros tiempos de esplendor y ahora da rienda suelta a sus delirios de construcción sin orden ni concierto. Pero el enclave es imponente, con una península negra que cierra el puerto y que iluminan por la noche dejando el suspense de una película de terror. Es la “Mavro Raji” donde el 22 de junio de 1824 se atrincheraron sus habitantes hasta ser masacrados y exterminados por la flota turca, durante la guerra de independencia. Y por todos lados ondean las banderas rojiblancas de la isla, que gritan “Libertad o muerte”. Y para que no quepa ninguna duda añaden una cruz erguida sobre la media luna turca puesta del revés, una lanza que se clava en la cabeza de la serpiente del islam, un ancla y una paloma de la paz. Toda una declaración de intenciones en un cuadrado de tela vaporosa.

La capital está poblada por señores gritones que pegan puñetazos en las mesas a la hora del café, despotricando del gobierno y de las pensiones, riendo a carcajadas; los niños corren desbocados tras algún gato erizado y descompuesto, mientras sonrientes señoras te paran para preguntarte que tal te encuentras o si necesitas algo. Como si hubiéramos vuelto al pasado en un disparo del tiempo y cayéramos en el mismo sitio donde empezamos, la vida es circular y siempre acaba por morderse la cola si tienes paciencia y suficiente sabiduría para verlo; esta última, como diría Kavafis, hay que dejarla llegar poco a poco, sin prisas y tras muchos amaneceres.

El turismo, cual marea, va tragándose los lugares consensuadamente bellos hasta triturarlos y convertirlos en polvo de Instagram, con el acompañamiento de un ruido inacabable, cósmico y perpetuo; el tunda –tunda-bum-bum de todas las playas del mundo. El rumor que viaja por todo el universo produciendo un temblor general y perplejidad entre los posibles seres extraterrestres que busquen vida inteligente más allá de sus planetas. Los gritos y las tumbonas de colores tapizando las hermosas arenas blancas y las riadas humanas haciéndose fotos en la misma catarata y en el mismo monumento para lanzarlas al éter en un original acto de vanidad. Psará, en su autocomplacencia de hermana sosa y anodina, disfruta de la vida como ninguna, porque nadie la pretende y la dejan en su alegre armonía. Era el secreto invisible, pasar desapercibida. Saben sus habitantes que jamás serán más felices que ahora. Y yo con ellos. Por eso no alquilan motos.

Tiene Psará, como todas las islas pequeñas, su propio ferry que va y viene a Quíos, manteniendo la permanente transfusión de sangre que la gente necesita para vivir. Para cualquier cosa la respuesta es: cuando venga el barco. Tiene un nombre muy descriptivo y gráfico: “La gloria de Psará” y es pequeño, rechoncho y de segunda o tercera mano, pero en sus cráteres de chapa desgajada no encontrarás ni un picado de óxido ni un churretón de corrosión; pinta que te pinta, la Gloria de Psará ha engordado sus costados y reluce como la luna al amanecer. Hasta tiene un fantástico mascarón de proa que solo podía pertenecerle a ella.

–Allí va, hacia Quíos, La Gloria y su gallarda Ψ en la proa ¡Buen viaje!

16 comentarios en «La gloria de una isla»

  1. Hola Ana,

    Disfruto mucho con lo que escribes; lo aprecio especialmente porque durante mi estancia allí con mi barco quedé cautivado por Grecia para siempre.
    Un saludo y gracias por tus historias.

    Germán (El Gaviero)

      1. Pues, lamentablemente no. De hecho desde que volvi ni siquiera he navegado. Amarre al Gaviero y me he dedicado a vivir a bordo, añorar Grecia y soñar con volver cuanto antes.
        Un abrazo
        Y sigue escribiendo, por favor…

  2. Hola Anuska, no me canso de felicitarte, qué bien me escribes, tengo la sensación de haber estado paseando por Psará. Ya sabes, que a cada relato isleño, yo lo sigo con la carta náutica y Google Maps. Llama a la atención, de la foto del satélite, la aridez de la isla, y lo bonito que es su puerto. Con cada una de tus entradas, se enriquece mi derrotero personal, y se me complica tantos sitios que tengo que ir a ver. Algún día espero ir tachando uno a uno y poder contártelo. Tomaros unos vinos a mi salud y que tengáis buenas navegaciones.
    Un beso muy gordo a los dos
    Viriato

    1. Vaya, yo creí que me entrarías por lo del mascarón de proa. La verdad es que , así con el tridente, pensé que te recordaría a tus clientas. Gracias por los piropos, amigo.

      Besitos

  3. Hola Ana, como siempre una delicia tu escrito. No deja de ser una maravilla esos sitios donde no hay alquiler de coches; éstos van aparejados a la masificación turística y con ellos la tropa de gentes que se desparrama por las islas llega a todas partes y lo ocupa (y destroza) todo. Trip Advisor ayuda, claro. Todavía podía tener su justificación coger un coche para llegar a un determinado lugar al cual no se puede llegar ni por transporte público ni caminando por una posible distancia larga, lo patético es que esos turistas los alquilan para hacer distancias ridículas o que las cubren los Ktel de turno. El caso es tener el automóvil a mano (como en su vida cotidiana) y con él ocupar-destruir el espacio, no rompen con su esclavitud cotidiana. También se usa mucho, españoles sobre todo, para querer ver una isla en un día a todo correr. Luego comentan todo lo que vieron, transmitir una emoción de la estancia en un lugar, nada de nada.
    Abrazos en medio de un otoño que aquí llegó hace tiempo.

    1. Lo del alquiler de coches no me parece tan dañino como lo de las playas repletas de tumbonas de colores con la música, por llamarla de alguna forma, a todo berrido y cockteles de fantasía con largas pajitas. Bueno, en el fondo, lo que me molesta es que al final todo se acaba pareciendo a lo mismo, ya sea Grecia o Zanzibar; para eso no vale la pena moverse de casa. Pero esto es una cuesta abajo imparable, por mucho que yo escriba o tu protestes, la industria turística es una de las mayores arrasadoras de la cultura y solo ha hecho que empezar; hay 4 millones de personas permanentemente volando por el cielo. El problema de Grecia es que no están tan sensibilizados como nosotros, aunque en ciertos sitios, como Santorini, ya está empezando a limitar la llegada de cruceros.

      Aquí todavía sigue el veranillo, hay que aprovecharlo.
      Un abrazo

  4. Me ha recordado esta nueva entrada a algún pasaje del libro «La isla olvidada», se disfruta leyéndote. Cuando leo algunos comentarios de tus seguidores no puedo evitar que las ganas de conocer todo aquello aumenten poco a poco, que tanta gente opine igual no puede ser casualidad, estoy empezando a buscar por aquí a alguien que quiera enseñarme un poco de griego básico… Por cierto, que bonito el tridente y ese mascarón. La semana pasada vi en la tele un documental en el que hablaban sobre el vino de retsina, vaya historia más curiosa, como ves estoy emborrachándome de Grecia. Por aquí también parece que el verano tiene prisa por abandonarnos, ya veremos que pasa con el otoño, normalmente suele ser bastante benévolo en esta costa. Este sábado me voy al bosque a por hongos, dicen que ya están saliendo, ¿ alguna receta griega micológica ?
    Muxu bat.

    1. Animo con el griego, es una lengua preciosa que no te decepcionará sino que te dará la sensación de aprender algo más que un idioma.
      En cuanto al mascarón, es buenísimo. Yo me los imagino pintando y desternillandose. Seguro que alguno hizo alusión a su señora y esta le dio después con el tridente.

      Ya me contarás tu de setas, yo sé pocas recetas. Bueno, recuerdo una de rovellons con langostinos que estaba de muerte, pero es catalana, no griega. Aunque eso en la boca no importa.

      Besos

  5. Buenos días Ana, me limitaré a decir un sólo calificativo…Evocador. Estoy totalmente de acuerdo contigo en lo que respecta al turismo de masas y a que el griego es mucho más que aprender una lengua, porque es una lengua única en el mundo, pero creo que ambas cosas son tan obvias …

    1. Gracias, Menestheo. Es posible que sea obvio, pero hay tantas personas que no lo saben… No intento convencerlas, sin embargo, allá cada uno, en el fondo es un puro desahogo; el turismo de masas cada vez irá a más, lo queramos o no. Solo espero que la realidad virtual avance y haga el viajar prescindible, así dejarán a sitios como Psara en paz . Y lo del griego, ya me gustaría que lo valoraran los ministros de educación tan sesudos que tenemos.

      Saludos

  6. Buenos días Ana. Sigo tus comentarios desde hace tiempo y viajo a Grecia con cada uno de ellos. Soy una enamorada de Grecia desde hace año y viajo cada año hacia allá volviendo llena de energía y paz.
    Es cierto que Grecia tiene algo que engancha, la luz, la gente, el idioma, la historia, la música, la danza….
    Leyendo tu último libro vuelvo a cada isla que conozco y me animan a regresar.
    Gracias por estas crónicas tan amenas y ciertas

    1. Me encanta que revivas tus viajes en mis escritos, eso quiere decir que la pasión que le pongo se plasma en el papel. Esta tierra es emocionante, siempre te acabn pasando historias formidables.

      Un abrazo y gracias, Yolandras.

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