Entre estas dos fotografías han pasado ocho años. Nuevamente, el antiguo colegio del pueblo, ahora convertido en centro de seguimiento sismográfico, se ha transformado en oficina electoral. Y sí, algo ha cambiado: el edificio está aseado, enlucido y pintado; llevan toda la semana deshaciéndose de malas hierbas y fregando rincones con lejía, para evitar que las veloces arañas hagan telas entre las urnas. Y andan de aquí para allá con una vieja furgoneta colorada que dormía el sueño eterno en su trastienda de la roña, sirviendo de hospital materno infantil para gatas descarriadas. Por otro lado, ha desaparecido la ingenua sombrilla que protegía de soles e inclemencias a los silentes votantes. El paso del tiempo siempre nos confiere cierta seriedad, pero lamentablemente nos resigna y nos priva de nuestra infantil candidez, esa donde reside la esperanza y la alegría.


Hace ocho años los griegos acudían ilusionados a las urnas y el viejo continente mantenía el aliento al contemplar como plantaban cara con un referéndum convocado por Alexis Tsipras sobre la voluntad de permanecer en Europa. Una decisión a la que Bruselas respondió enrocándose en sus posiciones y finalizando las ayudas a Atenas, lo que obligó al ejecutivo griego a cerrar los bancos y a sumir al país en un corralito. Fue un verano de escalofrío. Y contra todo deseo europeo, incluido el del subconsciente de Tsipras, triunfó el “No” por una amplia mayoría. Μολὼν λαβέ, parecían decir los ciudadanos al votar, parafraseando a Leónidas momentos antes de la batalla de las Termópilas: “Ven y tómalas”
«Grecia se sentará en la mesa de negociaciones para restituir la estabilidad económica, y la restructuración de la deuda es necesaria para la salida de la crisis», sentenció Tsipras. Y a las 24 horas se comió un sapo de colores y dio a entender que lo del plebiscito había sido una broma sin consecuencias vinculantes.
Y tras ocho años, vuelve la gente a congregarse y a acudir despacito a ejercer su derecho a elegir a sus representantes. Y como si fuera un déjà vu, vuelven a salir los mismos nombres en las papeletas: Mitsotakis; de los Mitsotakis de toda la vida, esa familia de rancio abolengo político que, junto con los Karamanlis, y los antiguos Papandreu, se alternaban en el poder de este país. Y con un Tsipras, con el sapo digerido y un discurso moderado, que aspira de nuevo a sentarse en el sillón principal. Porque lo que sí tienen esas butacas, como tiene la heroína, es que cuando las pruebas es difícil poder olvidarlas.
Unas elecciones griegas siempre recuerdan algo solemne y primordial; al fin y al cabo, fue el legado que nos dejó aquella Grecia esplendorosa que perseguimos con ahínco enamorado algunos. Este sistema que solo aspira discretamente a ser el menos malo de todos. Pero, aunque parezca increíble, estas elecciones han pasado casi desapercibidas en la prensa española, cuando hace ocho años eran portada de todos los periódicos, y Atenas hervía de corresponsales extranjeros. Será porque también tenemos las nuestras y no se puede atender a dos cosas a la vez. O será que a nadie le importan ya los Karamanlis o los Tsipras.
Sócrates se cuestionaba el régimen democrático ateniense por los peligros del populismo, de la demagogia, de la avaricia y de la vanidad de los candidatos. Cualquier persona que accediese al poder, lucharía siempre por conservarlo, incluso traicionando sus propios principios si fuera necesario. Ya sabemos que Sócrates era un visionario, pero también un diletante que retorcía cualquier argumento hasta exprimir las últimas esencias; costumbre que le llevó a la muerte, precisamente a causa de esos poderes ilegítimos que él denunciaba.
En la Atenas de Pericles, el órgano central de gobierno era el Consejo de los 500, la boulé, que elaboraba la agenda de temas a debatir en la Asamblea; la ecclesía, y que se encargaba del control de las finanzas de la ciudad, de las obras públicas y de los magistrados; los arcontes. La mayoría de estos arcontes, así como los miembros del consejo, eran elegidos por sorteo. Existía también un tribunal popular, la heliea, que estaba compuesto por 6000 ciudadanos electos al azar. El periodo de permanencia en los puestos era muy breve, para evitar la profesionalidad del político y para favorecer la rotación entre todos los ciudadanos. No se podía ser miembro del Consejo durante más de dos mandatos no consecutivos. De esta manera, un alto porcentaje de los habitantes terminaba por detentar unas u otras responsabilidades en cualquiera de los tres ámbitos de gestión de la cosa pública. Bien es verdad que solo las personas libres tenían derecho a participar.
La asamblea tenía la última palabra y potestad para devolver una ley enviada por el Consejo con el fin de que la modificara o la derogara. El sistema funcionaba, aunque pueda parecernos increíble ahora. Nuestra sorpresa es mayúscula si lo comparamos con algunas sangrientas reuniones de vecinos de escalera. Pero hay que decir a favor de los griegos que siempre se dieron mucha maña para organizarse en el caos y en la espontaneidad. Supongo que había en ellos un gran sentido de la responsabilidad histórica, aunque no fueran del todo conscientes del experimento que tenían entre manos. Y si algún ciudadano pretendía entorpecer el funcionamiento con propuestas estúpidas o diletantes, era sancionado. La fórmula final de cualquier convocatoria era siempre: «La ciudad y el pueblo han decidido que…»
Se consideraba tan importante el teatro, como mecanismo de formación del ciudadano, que los pobres podían reclamar el pago de la entrada. Y hay que decir que las opiniones de los votantes estaban notablemente influenciadas por las sátiras políticas realizadas por los poetas cómicos en los teatros.
Una de las anécdotas conocidas de esta época Clásica es la de Arístides. Mientras en la asamblea se iba a votar su exilio, él se retiraba a su casa y por el camino se encontró con un labrador que no le conocía en persona. El agricultor le pidió que inscribiera el nombre Arístides en el ostracón; la pieza de barro que se utilizaba para condenar al ostracismo. Arístides así lo hizo, pero no pudo evitar preguntarle qué crimen había cometido ese personaje para merecer tan duro castigo. Nada, le respondió el hombre, pero estoy harto de oír cómo le llaman “Arístides el justo”. No se sabe si Arístides lloró de rabia, o solo se encogió de hombros. Ni siquiera se sabe si esta anécdota es cierta.
Supongo que, de una forma u otra, nos vemos reflejados en aquel ensayo democrático ateniense, cambiando teatro por redes sociales, retórica por “zasca” y ostracismo por cancelación. Pero nos sigue dejando boquiabiertos como aquella ingenua y excitante forma de relación entre habitantes ha llegado a nuestros días y sigue siendo reconocible a pesar de sus transformaciones.
Sin embargo, es evidente que ahora hay una cierta desgana y resignación ante la convocatoria de elecciones. Aquellos derivados de tablillas y ostracones ya no tienen el valor de cambiar el mundo. Como si hubiéramos descubierto por fin la verdadera historia de los Reyes Magos y el ratoncito Perez, ni a los españoles les interesan las elecciones griegas, ni a los griegos las españolas. Y esa desilusión nos hace infelices. Creo que los niños son más dichosos que los adultos precisamente por la ingenuidad, la sorpresa y la curiosidad; el amplio abanico de posibilidades que despierta cada mañana la salida del sol.
Y yo, para quien los detalles son lo más importante de la escena, me fijo en la pobre sombrilla. No sé si alguien se murió de la risa al clavarla en la puerta hace ocho años. O bien, si fue un acto bienintencionado, sin más, ante la euforia del momento. El caso es que la he echado en falta y he notado su ausencia. La nueva imagen me decía algo así como: el que quiera votar qué se apañe con el sol o con la lluvia. Total, para lo qué sirve.
Hola Anuska, si, la sombrilla quedaba bien frente a la puerta, pero imagino que la gente votaría dentro del edificio o votaba debajo de la sombrilla??? Eso no lo has explicado y podría ser la solución al problema.
Lo que sí me ha gustado es esa decisión griega de “si algún ciudadano pretendía entorpecer el funcionamiento con propuestas estúpidas o diletantes, era sancionado”. Si cambiamos ciudadano por político y lo aplicamos aquí en España, nos íbamos a quedar solos…
Un fuerte abrazo y tomarnos un vinito griego a mi salud
Gracias, Cesar. Creo que me voy a tomar un botellón, después de ver los resultados electorales en España. Qué Poseidón nos ampare.
Kalimera!
Menuda mañana para todo lo que nos trae el día: a buen seguro que la repetición de las elecciones en Grecia conllevará la mayoría absoluta de Mitsotakis y ayer la victoria de Erdogan en Turquia (menudo horror). Y en España… Auténtico desastre, no solo del Psoe sino también de todos esos que pululaban en Podemos y aledaños; a éstos los ha devorado a veces un cierto stalinismo, a veces una incomprensión brutal del mundo actual. A todos una miseria, muy propia de la época, donde no hay pensamiento crítico. El narcisismo, la autocomplacencia, el sectarismo, etc. nos llevan a todo esto.
En fin, cuánta nostalgia de la antigua Grecia, de Pericles, de las ideas, de las palabras. Y todo ello en aquellos tiempos donde todo se tenía que crear un tanto de la nada, por supuesto sin internet, que al final, para sorpresa de muchos, ha venido a servir mucho mejor a los populismos de derecha, a los bulos, a dejar los libros, a la dedicación a la autocomplacencia y el narcisismo. Una estupidez colosal.
Bueno, Ana, creo suponer que ya estáis en Lefkada, disfrutar del verano, disfrutar de la vida.
Un abrazo.
Sí, aquí ha sentado peor lo de Erdogan, lo de Karamanlis ya está asimilado. En cuanto a nosotros, ¿qué quieres, en un país que se leen los titulares y los twits como mucho? Tenemos los políticos que nos merecemos. Sócrates se reirá desde su tumba.
Un abrazote y a aguantar populismos, de un lado u otro. Siempre nos quedarán nuestros momentos griegos.
Gracias, Ana.
Estuve allí por primera vez ese verano, cuando las colas en los cajeros por los 60€, cuando el oxi y el ne, cuando vimos el orgullo de un pueblo y su estoicismo, cuando (en el lugar donde nació) se traicionó ese discreto sistema que aspira a ser el menos malo de todos.
Y, no obstante, me alegro de pertenecer con ellos a eso que llamamos Europa, porque me siento unido a ellos en este club (aunque como pigs; o quizá más por ello)
Amo a los griegos y amo a Grecia y por eso me siento europeo.
«A la sombra de una sombrilla son ideales, los colegios electorales»
Un beso
Aquí se ha votado con tan poca emoción como en nuestra tierra. Hay una sensación de que todo es lo mismo de siempre. La gente, al fin y al cabo, solo pide que les dejen vivir en paz, ya no están para revoluciones. Por lo menos, los griegos han cancelado su Amanecer Dorado, eso les honra. Ya veremos cómo nos va a nosotros.
Un abrazo, Eduardo
Prueba de comentario
En España elecciones en julio. Votaré nulo. Como los últimos treinta años. Democracia sí, pero no así. Lo cual suena a boutade tal y como está el mundo.
Hoy, agotado (también desconectado del noticiario), preocupado por trimar las velas en el ascenso desde Porniche hasta Nantes. Hermoso lugar el Loira burgués, industrial y turístico.
Abrazos.
Buen viaje, Maqroll, por el Loira. Disfruta siempre que puedas. La política es decepcionante, se ha convertido en una lucha de detergentes que lavan muy blanco y hacen regalos si compras sus paquetes. Es la infantilización de los electores; algo que Berlusconi comprendió muy bien hace tiempo. En fin, hay que reunir fuerzas para que eso no nos afecte mucho.
Un saludo
Comparto con vosotros todo lo dicho. Qué triste que nos hayan llevado a este nivel de escepticismo, desgana y decepción. Y qué triste volver a comprobar cómo se repite una y otra vez la misma historia: nacionalismo, populismos de izquierda y derecha, narcisismo, absoluta carencia de autocrítica, hipocresía, cinismo, mentiras, dobles y triples raseros según el interés personal o partidista, ninguna idea por ninguna parte y mucha ideología barata, anacrónica y tóxica, políticos sin talla, apelación continua a lo emocional y a lo visceral, ausencia de argumentos, retórica de pacotilla, etc., etc. Y, a poca historia que uno haya estudiado o leído, sabemos bien, por desgracia, adónde conduce todo eso y asusta. A mí me asusta. Vivir en paz y con algo de sentido común y sensatez, como bien dices, Ana, es lo único que la mayoría pide a esta vida. Y no es poco. Diré como Diógenes, una parcelita de sol, no más y, dado el aviso del melanoma, una feliz y plácida sombrilla.
Gracias y besos.
Ya veo que te he tocado la fibra sensible. Creo que la de todos en estos momentos. Encima, ¿Sabes que me tocó presidir un colegio electoral en Valencia? Casi me da un ataque, pensé que me tenía que coger un avión para volver. Afortunadamente, hablé con el ayuntamiento y me puedo librar, pues el requerimiento tiene que ser entregado por escrito en tu domicilio, no por teléfono. ¡Qué susto!
Un abrazo