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La vuelta al mundo de una vacuna

Mucho antes de que Edward Jenner inoculara en un niño el pus extraído de las postillas de las ubres de unas vacas; las cowpox o vejiguillas bovinas; casi 21 siglos antes, los hindúes ya conocían la variolización: el uso de costras de pústulas humanas, desecadas y machacadas, que se aspiraban por la nariz o se untaban en pequeños cortes de la piel, para proteger de una enfermedad mortal que acompañaba a las propias pústulas: la hoy conocida como viruela. En algunos textos sánscritos sagrados, como el Atharvaveda (libro de las fórmulas mágicas) se relata el procedimiento de variolización. El método se extendió por China, gracias a las caravanas de viajeros y siguió la ruta de la seda, para llegar hasta Armenia y Grecia. Sorprendentemente, la práctica quedó relegada a costumbres rurales tradicionales, medicina de curanderas y chamanes. No hay ninguna noticia de que en el imperio Bizantino se aplicara, ni está descrito por los cruzado o viajeros de la época, a pesar de las sucesivas e importantes epidemias que asolaban el imperio. Debemos esperar hasta el siglo XVIII, para volver a oír hablar de esta práctica higiénica.

En 1716, Jacob Pylary, médico de Cefalonia, afincado en Estambul, describió un novedoso tratamiento de prevención de la terrible enfermedad, tras la observación de su uso entre las mujeres griegas y circasianas. Pero realmente quien extendió la noticia fue una dama inglesa, esposa del embajador inglés en Estambul, quien, a través de sus cartas, consiguió que un hallazgo, que hubiera pasado desapercibido formando parte de un serio comunicado médico-científico, se conociera en toda Europa occidental. Se llamaba Mary Wortley Montagu.

En aquellos años, la sociedad otomana era en muchos aspectos más feminista que la de la puritana Inglaterra. En sus «Cartas desde Estambul», Lady Montagu, describía admirada, la libertad de las otomanas para comprar y vender, o viajar sin permiso conyugal o familiar.

La misma Montagú había sufrido la viruela, que le había dejado cicatrices por su rostro. En aquellos momentos, se estima que la viruela mataba entre el 10 y el 15% de la población del viejo continente. Tanto es así que había un refrán que decía: Nunca digas cuantos hijos tienes hasta que todos hayan pasado la viruela.

«La viruela, tan fatal y frecuente entre nosotros, aquí es totalmente inofensiva gracias al descubrimiento de la inoculación, así es como la llaman,» relata Lady Montagu, en una de sus epístolas, a su amiga Sarah Chisvell. «Existe un grupo de mujeres ancianas especializadas en esta operación. Cada otoño, en el mes de septiembre, que es cuando el calor se apacigua, las personas se consultan unas a otras para saber quién de entre ellos está dispuesto a tener la viruela».

La técnica descrita consistía, básicamente, en contaminar a los voluntarios con pus de enfermos, en cuatro o cinco venas abiertas. Lady Montagu había observado la eficacia del método, llegó a probarlo en su propio hijo y se propuso hacer llegar el tratamiento a su tierra para hacer frente a la enfermedad.

«Soy lo bastante patriota para tomarme la molestia de llevar esta útil invención a Inglaterra y tratar de imponerla».

Y así lo hizo. A su regreso a Inglaterra, en 1718, usó sus influencias y sus dotes de fascinación para convencer a su amiga, la princesa Carolina, esposa del futuro rey Jorge II, de que inoculara a su hijo. Ni que decir tiene que tanto la iglesia anglicana, como los médicos británicos tradicionales, se llevaron las manos a la cabeza intentando boicotear la práctica mediante excesivas sangrías que mataban al paciente y de amenazas de condenación por tratarse de leyes antinaturales y contra la voluntad de Dios.

Lady Montagu fue una mujer excepcional que vivió una vida excepcional en circunstancias excepcionales. Independiente, sin miedo a habladurías o escándalos y con una férrea determinación cuando intuía qué hacía lo correcto. Fue desheredada por su padre, a causa de a su matrimonio no autorizado; años más tarde se separó y se fue a vivir a Venecia con un nuevo amante, una relación que tampoco prosperó. Acabó su vida con total independencia, rodeada de intelectuales y artistas. Escribió, viajó y defendió con vehemencia los derechos de las olvidadas mujeres.

En su lecho de muerte, exclamó: «ha sido todo muy interesante».

Tendría que ser Edward Jenner (1749-1823) el que se llevara el mérito de ser probablemente el científico que más vidas ha salvado a lo largo de la historia, sin olvidar los ímprobos esfuerzos de lady Montagu. Jenner observó que las granjeras que ordeñaban vacas enfermas de cowpox, viruela bovina, desarrollaban pústulas en sus brazos, pero sufrían una variante más benigna de la enfermedad. Adaptó la técnica de la variolación, extrayendo el líquido de las purulentas llagas de la ubre de una vaca para inoculárselo a un niño de 8 años. El pequeño mostró síntomas de la infección de viruela, pero mucho más leve, y no murió. Nacía la primera vacuna.

La historia de la lucha contra la viruela es épica desde el comienzo hasta el fin. Una vez aceptada y autorizada en Europa, debía ser transportada al Nuevo Mundo. Para ello Francisco Balmis, uno de los principales defensores del método de inoculación de Jenner, organizó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (REFV), con el fin de hacerla llegar a las provincias españolas de ultramar, en América y Asia. Balmis era el médico personal del rey Carlos IV, que había perdido una hija por la maldita enfermedad y que no dudó en subvencionar el viaje. Isabel Sendales Gómez (ahora más conocida por Isabel Zendal) era la rectora del Orfanato de la Caridad de La Coruña y fue la única integrante femenina de la expedición marítima, dirigida por el médico.

Partieron el 30 de noviembre de 1803 del puerto de la Coruña con rumbo América a bordo de la corbeta María Pita, con 23 niños huérfanos. Durante el viaje, fueron inoculados cada semana dos nuevos niños con las pústulas de los enfermos de la semana anterior. El método era temerario y la ética de la expedición dudosa. Utilizaban huérfanos a los que nadie echaría a faltar; niños que luego no podrían proseguir con la expedición, pues ya habían pasado la enfermedad y debían ser reubicados en América. No solo se les contagiaba de una enfermedad mortal, sino que además soportaban una travesía transoceánica de la que muchos adultos no sobrevivían. Pero fue la fórmula que se les ocurrió para transportar aquella, por entonces, desconocida vacuna, mediante un largo viaje por mar, utilizando viales humanos y eligiendo niños, por tener más probabilidades de no haber sufrido la enfermedad, ni siquiera en grado leve.

Una vez llegaron a América, la resistencia a la inoculación fue grande, entre la población descreída, pero consiguieron introducir los inicios de la cadena de inmunización. Posteriormente, tuvieron que reclutar nuevos «voluntarios», e incluso esclavos, y zarparon de nuevo rumbo a Filipinas con otros 26 niños. Más tarde, arribaron a Macao y Cantón, propagando la vacuna por China. Sin saberlo, Balmis había conseguido que el «milagroso» tratamiento completara su vuelta al mundo, llegando al punto de donde partió milenios atrás y cerrando un círculo que haría posible erradicar la enfermedad. El sueño cumplido de aquella dama distinguida, curiosa y apasionada que vivió en Estambul un siglo antes.

La viruela, contando solo Europa, acabó con la vida de 60 millones de personas. El viaje de Balmis duró 10 años y se calcula que vacunaron a 250.000 personas.

Ahora que nos llegan los viales de vacuna por avión, almacenados en sofisticados contenedores a temperaturas de ultracongelación y nos inyectan la vacuna mediante jeringas estériles, no nos sorprendemos. Pero como la humanidad sigue siendo la misma, si que es similar la reticencia a vacunarse de algunas personas, achacando elementos mágicos, complots, conspiraciones y sospechas de objetivos espurios en el contenido de los viales. Así que si Lady Montagu levantara la cabeza, pensaría que mucho de lo que sucede en el presente ya lo había vivido ella. Pero incluso, a pesar de eso, seguiría siendo cierta su frase: Ha sido todo muy interesante.

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10 comentarios en «La vuelta al mundo de una vacuna»

  1. No conocía la figura de esta dama inglesa,Ana, en mitad de esta larga trama de lo que fue la lucha contra la viruela. Me ha impresionado el descubrimiento. Cuántas mujeres nos quedan por descubrir. GRACIAS. Como diría ella: «Ha sido muy interesante».
    ¿Te llegan noticias de la nieve en las islas jónicas? Intento imaginar Ítaca, Cefalonia o Corfú con estas nieves inmensas.

    1. Fue una mujer singular, dicen que vestía como las otomanas y que estaba fascinada por Estambul. No me extraña, yo también.
      No ha nevado mucho en la Jónicas, hace 2 años si que fue espectacular. Pero de todas maneras, los montes altos están blancos, claro.
      Un abrazo

  2. Hola Anuska, menuda historia interesante. Tanto la de Lady Montagu, como la posterior de Edward Jenner, Francisco Balmis y nuestra tan ahora nombrada Isabel Cendal. Personas que lucharon contra los prejuicios de una sociedad cerril y salvaron millones de vidas. Tienes razón que las cosas no han cambiado de hace tres siglos esta parte, no solo por la cerrazón de los antivacunas, (A esos sí creo que les han metido un chis en la cabeza y los han dejado más tontos todavía), sino por la terquedad de una sociedad bien alimentada del primer mundo, que cree que vacunándose así misma e intentando hacer negocio con el resto, va a dejar de lado esta pandemia. Si la Montagu levantara la cabeza y viera tan tremenda desigualdad, se tiraba de nuevo al hoyo de cabeza.
    Mogollón de besitos
    VIRIATO

    1. Ahora nos lamentamos de las condiciones estrictas de almacenamiento de las vacunas, pues fíjate entonces: viajaban en viales humanos. Encima eran niños de orfanatos. Lo de utilizar huérfanos ahora nos parece una salvajada, pero ya se hacía en las minas, para detectar bolsas de grisú. Total, al expósito nadie lo iba a llorar… Así que todo tiempo pasado no fue necesariamente peor ni mejor, solo diferente.
      Besos

    1. Hola Alicia. No conozco ninguna biografía de Lady Montagu, pero si que están publicadas sus «Cartas desde Estambul». Si quieres leerlas en español las puedes encontrar en La Casa del libro y la FNAC. Pero supongo que preferirás el original en inglés: «The Turkish Embassy Letters». Creo que en Amazon lo encontrarás.
      Espero que estéis los dos estupendamente,
      Να είσαι καλά!

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