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Lefkada y el progreso

Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos. Heráclito

Es posible que Heráclito estuviera en lo cierto, pero mi percepción es que ha transcurrido un año y no me he movido del sitio. El universo tiene idénticas soluciones para problemas distintos; todo rota sobre sí mismo y, a su vez, gira alrededor de un cuerpo superior, como los satélites sobre sus planetas, y estos dan vueltas a otros mayores, como los soles, siguiendo un orden jerárquico de masas, que hacen que al minúsculo pigmeo le pase desapercibido; a él, que se cree inmóvil sobre su pequeña luna, lo trasladan años luz, sin enterarse, por el firmamento. Es el baile de las esferas que sedujo a los pitagóricos y les hizo buscar la armonía musical en el firmamento. El caso es que ya estamos en primavera y yo he vuelto a Grecia. Como una Perséfone resucitada y recién escapada del Hades, Vula me esperaba con huevos y aceitunas en la cuesta.

–Parece que no ha pasado el tiempo– me reí mirando la cesta.
–Las aceitunas de este año son mucho más sabrosas y tienen más molla. También te he traído queso de mis cabras y judías con tomate para que no tengas qué cocinar.
-Caramba, Vula, ahora sí que noto el haber vuelto a casa ¿Cuántas gallinas tienes?
–Unas 35. Y 4 cabras. Se me acumulan los huevos y no sé qué hacer con ellos.
–¿Por qué no los vendes?
–Porque todo el mundo tiene gallinas y no quieren más huevos
–Y por qué no te comes unas cuantas gallinas y así dejas de tener sobreproducción, antes de que te suba el colesterol.
–Porque me encanta ver los pollitos pequeños saliendo del huevo, haciéndose grandes.

Todos los años el mismo cantar. Se pone la gente a cultivar hortalizas y criar animales, asustados por la llegada del yermo invierno, en esta crisis perpetua que no les deja levantar cabeza y cuando llega el buen tiempo, la isla se sume en un estruendo de kikirikis y de pájaros correteando por los caminos que dejan caer sus embriones en potencia donde les da la gana. Literalmente, por el campo, vas pisando huevos y hay un intenso hedor a gallinero.

Ayer daban la noticia de la desaparición de Konstantinos Mitsotakis, el que fue primer ministro griego entre 1990 y 1993, es decir cuando yo llegué a Grecia. Me ha hecho recordar las primeras impresiones que tuve del país y de sus islas. Lefkada era el típico sitio donde a nadie se le había perdido gran cosa. Ni siquiera era una isla propiamente dicha, pues el “perasma”, el paso, la unía al continente y permitía la conexión por carretera con el mundo exterior. Hasta Laurence Durrell se atrevió a decir de ella; y yo nunca se lo perdonaré; que era pobre y carente de interés. Este “perasma”, que ahora es un pequeño dique flotante y abatible que gira sobre sí mismo, antiguamente era una barcaza que cruzaba de una a otra parte con la ayuda de unas maromas de ida y vuelta.

–Las braceaba una mujer. Era la mujer más forzuda que he visto nunca–me contaba un día Vula– Y llevaba la barca cargada hasta la bandera azul.


El caso es que yo me quedé prendada de esa Lefkada anodina desde el primer día. La capital era un pueblo grande con una vida propia fuera de lo común: tenía un cine, un teatrillo, una orquesta, una tradición musical muy arraigada y una vida cultural bastante interesante. Aquí nació la famosa soprano Agnes Baltsa y aquí levitó toda la ciudad, una noche de verano, con las arias de la divina Callas. A diario, un mercado matinal muy bien abastecido, congregaba a la gente de los pueblos que venían a comprar y vender. Durante el horario de tiendas, la calle principal hervía de viandantes que hacían sus recados y se paraban en los cafés para darle a la sin hueso hasta el momento de la comida.

Recuerdo que, por una caída de lo más tonta, lo primero que conocimos de Lefkada fue su hospital, y como no se prodigaban mucho los turistas por aquella época, nos trataron con una exclusividad propia de familia real; hasta nos mandaron una ambulancia para que evitáramos tener que ir cojeando. La llegada a aquel puerto, entre marismas y lagos, de casas de colores con la parte de arriba forrada de chapa corrugada, se me quedó grabada en la memoria para siempre. Y si las contraventanas pintadas se abrían como bostezos tras cada siesta, de la misma forma lo hacían mis ojos y mi corazón. Eso, y el hecho de tener que atar las amarras a las farolas y las patas de los bancos porque no había noráis eran la viva imagen del tiempo congelado. Si ha existido algún sitio poco famoso, este era Lefkada. Cuando volvías tras alguna ausencia y el autobús cruzaba el “perasma “resoplando, sabias que estabas en casa.

Como paradigma de esos tiempos, había en el puerto una tienda regentada por dos viejos gruñones, era semejante a unos grandes almacenes concentrados; cualquier cosa que desearas la podías encontrar allí, si tenías las ganas y la paciencia de rebuscar entre sus estantes desordenados y polvorosos, bajo la atenta mirada de unas gafas de culo de vaso grasientas que te seguían a todos lados. Tenían hielo en columnas, queso en tinajas, bacalao salado, platos y vasos descabalados, amarras, cebos, palangres, herramientas, pan, patatas, gas y un largo etcétera inacabable de inventos indispensables para la vida en la tierra. Por ejemplo, un inflador de bicicleta y juegos de parches. Nunca, por mucho que lo intenté, logré pescar a los cascarrabias en un renuncio o desabastecimiento. Se retorcía las manos en el mandilón azul oscuro y sin mediar palabra, se metía en la trastienda donde tras un ruido de cacharros desparramados emergía con el material solicitado.

Primero fue la construcción de la marina deportiva, que empezó a congregar a la flota de charter y a los navegantes europeos a los que nunca se les hubiera pasado por la cabeza venir a un sitio de tan poco renombre, estando Mykonos o Santorini, pero que empezaron a leer historias marinas de la zona en sus revistas náuticas. Lo segundo y lo más decisivo, fue un terremoto más intenso que los acostumbrados, que dejo a Lefkada tambaleando y destrozó la tienda de los huraños dependientes. Nunca más la volvieron a abrir y en su lugar inauguraron una tienda de artículos de terror: una inmobiliaria para extranjeros. Eso fue como un hito, como un antes y un después; desapareció el hielo en columnas y los guardapolvos azulones, mientras que el nombre de la isla comenzó a imprimirse en los folletos de agencias de turismo de todo el mundo. Hoy, Lefkada, revienta de visitantes cada verano, por tierra mar y aire, hasta colgar el cartel de lleno total y es una de las pocas comunidades que tiene superávit de ingresos cada temporada. No me voy a apenar por esto, porque sé que los griegos lo necesitan, y el turismo es para ellos, como lo fue para nosotros en su momento, la única tabla de salvación. Por nada del mundo quisiera condenarles al burro y la azada para mi diversión. Pero, tengo que confesar que a mí lo del lento burro no me parece mala idea, siempre que sea la alternativa al turismo indiscriminado.

En los últimos años, Lefkada capital ha crecido desmesuradamente: han tenido que construir una nueva estación de autobuses, un parking público, un hospital y un edificio para el Ayuntamiento, desproporcionado para la comunidad. Están que lo tiran, como se suele decir. Y hay en proyecto un túnel submarino para evitar el “perasma”, otro parking, un polideportivo y un edificio entero para albergar las dependencias de la policía. En un país en el que la población no llega a fin de mes por los impuestos y el corralito, tengo la sensación de que hay alguien que se está pasando de frenada. Siempre es lo mismo, no tenemos solución, no sabemos crecer y pararnos para vivir un poco mejor. El municipio ha contratado unos nuevos agentes para multar a los automóviles mal estacionados, obligándoles a que vayan al parking, cuando aquí siempre ha sido común el aparca donde quieras mientras no molestes y los campesinos que vienen de los pueblos tienen que dejar sus camionetas lejos del centro. Y llegado el momento, cuando hagan cuentas de eso y tampoco les dé para pagar los grandes fastos y edificios; tendrán que idear nuevos métodos de recaudación hasta llegar al sin sentido conocido por todos que es también una ley cosmológica universal.

Pero Vula y yo estamos en Evgiros, lejos de la capital, en una pequeña singularidad espacio tiempo, donde las vueltas que da la bola del mundo no son notables todavía. Mientras yo le intento explicar que si quiere menos huevos tiene que criar menos pollos o iniciar una prospección de mercado para intentar venderlos a los turistas, nos reímos como locas y sus cabras le mordisquean los tobillos encantadas de oír su voz.

Ο ανθρωπάκος
Τάνια Τσανακλίδου

Είμαι φτωχός κουρασμένος σκυφτός ανθρωπάκος,
των ταπεινών και των άλλων πουλιών φιλαράκος.

Για δε μ’ αφήνετε ήσυχο;
Άστε με ήσυχο όλοι.
Θέλω να ζήσω ελεύθερος,
δίχως ταυτότητα πια.

Μία ζωή με κρατάν, με κουνάν μ’ ένα σπάγγο.
Λόγια, σχόλιά, μέρα νύχτα δουλειά και στον πάγκο.

Για δε μ’ αφήνετε ήσυχο;
Άστε με ήσυχο όλοι.
Θέλω να ζήσω ελεύθερος,
δίχως ταυτότητα πια.

Όπου χαρά πρώτη-πρώτη σειρά κάποιος κλέφτης.
Κι όποιο κακό κάνει τ’ αφεντικό, εγώ είμ’ ο φταίχτης.

Για δε μ’ αφήνετε ήσυχο;
Άστε με ήσυχο όλοι.
Θέλω να ζήσω ελεύθερος,
δίχως ταυτότητα πια.

El hombrecito
Tania Tsanaklidu

Soy un pobre hombre cansado y doblado
camarada de los humildes y otros pájaros.

¿Por qué no me dejáis en paz?
¡Dejadme tranquilo todos!
quiero vivir libre
sin carnet de identidad.

Una vida sometido, movido por cordeles
Palabras, comentarios, trabajo noche y día y al banco.

¿Por qué no me dejáis en paz?
¡Dejadme tranquilo todos!
quiero vivir libre
sin carnet de identidad.

Con la primera alegría llega el primer ladrón
Y el mal que haga el amo es mi culpa.

¿Por qué no me dejáis en paz?
¡Dejadme tranquilo todos!
quiero vivir libre
sin carnet de identidad.

16 comentarios en «Lefkada y el progreso»

  1. Estuve en Lefkada en 2004 y me pareció maravilloso comparado con por ejemplo algunas aglomeraciones de Mallorca. Pero nada que ver con lo que describes. A pesar de todo, que ganas de volver…
    Hasta pronto y gracias por hacernos soñar

    1. Nada comparado con nuestras costas. Es por eso, porque conozco el caso español, que me horroriza el futuro. Lo bueno de los barcos es que desaparecen en invierno casi sin dejar rastro; lo malo son las construcciones.

      Un abrazo, Paul y que vuelvas pronto

  2. Hola Anuska, qué maravilla de artículo, Como dice ROMAN, lo has bordado. Mi recuerdo de Lefkada, Como siempre, es culpa vuestra. No se me olvidará la imagen, vista desde la bañera de la Maga, de sus amarras afianzadas a un paseo cruzado por bicicletas, motos destartaladas y algún que otro coche con más años que la Tana. Creo que todavía no existía la Marina, pero no podría jurarlo. Tanto me gustó, que no paré hasta tener mi Viriato atracado junto a vuestra Maga, en ese mismo muelle, junto al mismo paseo. El VIRIATO y yo le echamos de menos.
    Mil besos
    VIRIATO

    1. Cuando tu estuviste sí que estaba la marina; un poco más allá del puerto público, lo que pasa es que estaba a medio gas. Ahora, en agosto, esta llena y los barcos se amarran como pueden a la carretera que lleva hasta el perasma. Estas islas tienen la maldición de estar muy cerca de Italia y en verano…pues eso, aparecen millones de barcos con banderita roja, verde y blanca, ademas de charteristas de países del este, famosos por su bajo nivel en el arte marinero y su alto nivel de ingesta alcohólica.

  3. Esta vez tu relato me ha trasportado a mi primera vez en Lefkada, 1995. Tarde en volver y ya habia crecido,2008. La segunda vez llegue en coche, llegamos, tu y yo conduciendo en la noche desde Atenas.Siempre me ha parecido una Isla muy interesante, con susrincones lejos de todo y tan cerca. Cada día escibes mejor. Saludos a Vula, y a ver si la convences , con alguna gallina en pepitoria. Te salen ricas.
    Dos mil besos
    Gloria

    1. Vula está chalada, tiene una incubadora pequeñita en la cocina y allí cría a los pollitos; claro, ahora tiene 100 huevos para regalar. Yo ya le he dicho que no puedo comer tantos. De vez en cuando mata alguno para hacer Zuppa, una especie de puchero de gallina. También le sugiero que ponga de plato estrella en la taberna: Omeleta, de distintos gustos cada día.
      Un abrazo , coleguilla

  4. El problema de las añoranzas del tiempo pasado es que Heráclito tenía razón. Nunca más volveremos a cruzar el río. Bueno, tal vez pisando cadáveres en caso de extinción masiva de la raza humana.

    Cuando yo nací, hace 66 años, en el mundo éramos unos 2.500 millones de personas y el ratio de pobreza extrema (convencionalmente las personas que viven con menos de dos dólares al día) era de casi el 90%, Hoy en día somos casi 7.500 millones y ese ratio es del orden del 10%. La humanidad, a trancas y barrancas, ha avanzado.

    Y se espera que hacia mitad de este siglo se hayan incorporado a la clase media unos 2.000 millones de personas más, básicamente indios y chinos, que tendrán ganas de conocer mundo y dinero para hacerlo, empezando por los sitios a donde va todo el mundo, claro. ¡Ay de Lefkada!

    Por tanto y salvo hecatombe, como dije, es imposible que los maravillosos sitios de nuestra juventud, hoy masacrados por el turismo masivo, puedan volver algún día a ser como eran. O buscamos horizontes más lejanos para nuestras añoranzas, o nos «aclimatamos» a lo que hay aceptando que hay que compartir y tratar de hacerlo sin asfixiarnos. Porque el que no se aclimata se aclimuere.

    Salud y buen viento.

    1. Tienes toda la razón, no se puede renegar del progreso pues este ha traído grandes ventajas; que se lo digan a los que cambiaron el burro por un tractor, y a los millones a los que les salvó la vida la penicilina. Protesto porque alguien tiene que protestar para equilibrar la balanza. Este sistema es así, necesita un superávit para seguir desarrollándose y eso está reñido con romanticismos de tiempos pasados.
      El otro día, con un amigo, hablábamos de la entrada de los robots en el mundo laboral y cuanto ocio iba a generar; además de paro; enseguida nos llevamos las manos a la cabeza pensando en el incremento de presión sobre la naturaleza que eso podía producir.

      Un abrazo, Guillermo

  5. Hermoso relato Ana. Es hermoso también que a uno le esperen en la cuesta con huevos y aceitunas, no por los huevos o las olivas en sí sino porque te los ofrece ese tipo de personas como Vula y porque la luz, el aire, el discurrir del tiempo ahí son distintos. Esas islas, pese a la peste del turismo y de los turistas, de la mayoría por lo menos, tienen algo especial y esas cosas que van cambiando poco a poco (las cartas de las tabernas, construcciones, más coches, etc.) de momento nos dejan respirar y el mirar hacia España todo lo relativiza.
    En fin… sigamos viviendo el instante porque el futuro pinta feo, por nuestra parte, pese a los «temporales» en pocas semanas andaremos por el Egeo, lastima de que no haya una cuesta y una Vula con aceitunas… Con el tiempo todo se andará.
    Sinceros abrazos

    1. Bueno, es la ventaja de ser de pueblo, cuando vuelves te regalan huevos. Me alegro de que por fin podáis visitar Grecia una vez más.
      El otro día me contaban de Mykonos, que ya ningún funcionario quiere ir destinado allí; policías, médicos, maestros, etc; los sueldos han bajado tanto y el precio de la vida y la vivienda ha subido tantísimo que es imposible sobrevivir ¿Te suena de algo? Es lo mismo que está pasando en Barcelona o Palma, los turistas arrasan y acaban con los locales. Es terrible.

      Pasadlo bien

  6. Parece que de tus lectores soy de los pocos que no ha visitado Lefkada, de momento me conformo con soñarla, tu palabras sobre la vida en la isla cuando llegaste me ayudarán a imaginármela como siempre he soñado yo a Grecia.
    Tu lo has dicho, no sabemos crecer y disfrutar de una vida más tranquila, es una pena que no nos demos cuenta de que solo vivimos una vez hasta que no tenemos cierta edad, un día miras atrás y te asustas…
    Ayer discutía (bueno, discutir es mucho decir) con mi padre, que aún vive, sobre mi trabajo y como aprovechar más el tiempo. Le daba pena que yo solo trabajase por las mañanas, yo intento hacerle ver que con eso nos da de sobra para vivir, entiéndase vivir comer, tener nuestro hogar, tener dos hijas, salir a navegar por las tardes, mantener un huerto, invitar a amigos de vez en cuando a cenar en casa, ¡ que más le puedo pedir a la vida ! Bueno, una sola cosa más quiero, conocer aquel rincón del Mediterráneo. Y afortunadamente se que lo haremos, pues ambos, mi mujer y yo, lo deseamos con fuerza, no le pedimos mucho más a la vida.
    Alguien me dijo hace tiempo que fuera feliz, pero de forma moderada.
    Muchos besos.

    1. Pues cuidado con los sueños, porque a veces se cumplen. Espero verte por aquí pronto.
      Hay poca gente lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de lo que dices: que el tiempo es lo más valioso que tenemos y que poseer cosas es totalmente prescindible si nos priva de lo primero. Ese ha sido siempre el choque de culturas entre el norte protestante y el sur católico y vividor; pero ya ves, han ganado los calvinistas y nos imponen sus criterios. Los griegos nos regalaron la mejor época de esplendor y desarrollo del conocimiento principalmente por malgastar el tiempo en pensar sobre el mundo; por eso muchos filósofos vivieron casi de la caridad.

      También múltiples besos para vosotros

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