Como todo en la vida, a veces, las energías llamadas limpias ocultan suciedades y mugres. Todo empezó cuando una gran multinacional energética buscaba 5 islas deshabitadas en el ventoso Egeo para instalar parques eólicos. Lévitha era perfecta, no excesivamente montañosa y situada entre las Cícladas y el Dodecaneso, en el medio del pasillo de los vientos del norte que soplan en verano y en invierno, alternados con algún siroco meridional en primavera y otoño, de forma que la instalación sería altamente rentable la mayoría de los días del año. El nombre de la empresa lo desconozco y no viene a cuento, cualquiera podría ser. El único problema de la isla era que la familia Kamposou vivía en ella, generación tras generación, desde 1820, momento álgido de la crisis de Asia Menor y de la avalancha de deportados griegos; así que no cumplía el más importante de los requisitos: estar desierta. Aunque con un poco de esfuerzo todo se puede conseguir.
En 2011, la delegación de estadística de Leros, isla de la que depende, realizó el censo. Para no desplazarse hasta Lévitha, el funcionario encargado, simplemente llamó por teléfono al cabeza de familia, Dimitris Kamposou, que le confirmó que allí vivía él con su mujer y sus tres hijos con sus respectivos cónyuges y los niños, que les visitaban en vacaciones. Algún tiempo después se publicó el resultado del padrón donde se decía que en la isla eran estables cero habitantes. El pobre Dimitris se desgañitó por teléfono y gastó hojas y tinta en escribir mil cartas protestando; le respondían que debía ser un error y que habría que corregirlo. Fue legalmente declarada despoblada por el ayuntamiento de Leros en 2013, con lo cual entraba en la clasificación de islote deshabitado. Dimitris les presentó pruebas y testimonios de la gente que podía certificar que siempre habían vivido allí, así como fotografías de sus casas, los corrales, los animales, los huertos y la capilla, pero les respondieron que su presencia iba contra la ley y sus construcciones también eran ilegales, tendría que coger un abogado y dirigirse a los juzgados. Caso cerrado.
Por tres generaciones los Kamposou han vivido en la isla, criando ovejas y cabras que luego vendían, fabricando quesos y pescando con su caique. Hay una película de Anguelos Kobotsos, ganadora del festival Ecocinema, que se llama Έβγα ήλιε κάτσε ήλιε, que yo traduciría más o menos por “De sol a sol”, sobre la historia de esta familia. Desafortunadamente no he podido encontrar en internet ningún fragmento, aunque seguiré buscando. Anguelos Kobotsos apareció en Levitha examinando escenarios para una serie de televisión que realizaba para la ERT, cuando vio a Dimitris sacando agua de un pozo, este le ayudó a amarrar y le enseño su casa, su familia y sus duras condiciones de vida, como sobrellevaba la soledad en el crudo invierno, como iban los nietos al colegio en Patmos, como traía víveres con el caique y como se quedaban aislados semanas enteras y hasta meses, con el solo contacto de algún barco de pesca. En la película, durante la entrevista, Dimitris confiesa que muchos políticos de altas esferas le han visitado, algunos con sus yates, y le abrazan diciéndole que es un héroe digno de su patria. Todo muy emocionante, pero Leros seguía manteniendo que eran furtivos ocupantes.
No sé si la batalla legal continúa en el presente, pero sí que he leído que, de acuerdo al derecho internacional marítimo, declarar a Lévitha como arrecife deshabitado podría tener graves consecuencias para la delimitación de la Zona Económica Exclusiva y la soberanía nacional. Sería un punto para clarificar por algún abogado especialista y eso no es lo mío. Lo que sí sucedió es que los Kamposou tuvieron una genial idea hace algunos años que les ha permitido salir adelante a pesar de los funcionarios de Leros, de la falta de subvenciones y de la compañía eléctrica. ¿Quién viene aquí? –se preguntaron– Los pescadores cuando necesitan descanso y, últimamente, los yates de recreo en su tránsito de parte a parte del Egeo. Pues ¡Eureka!
Yo había estado en Lévitha en otra ocasión, pero fondeé lejos del muellecito donde amarran las barcas de pesca y no había molestado a nadie con mis preguntas. Esta vez venía dispuesta a pasearme por las rocas de la isla y entrevistar a las ovejas que triscaban en la era, esquiladas hacía poco, con sus caras bobaliconas que miran al infinito. Los Kamposou, hace ya unos 10 años, habían instalado boyas en la bahía para que amarraran los cruceristas, cobrando una modesta cantidad por el uso del fondeo e invitándoles a subir a la pequeña taberna que habían improvisado en el patio de su casa. En los días que he pasado allí he comprobado que las boyas se completan cada noche y la taberna, al atardecer, se llena de extranjeros sonrientes que sienten experimentar una aventura vital en una aldea solitaria perdida en el medio del mar.
Las casas están inmaculadas, recién encaladas, y forman un conjunto de lo más estético, rodeando la taberna bajo el cañizo. La humilde capilla, haciendo juego, está más cuidada que muchas iglesias importantes. Y lo más inquietante, la sonrisa y la calma que transmitían los hermanos Kamposou, hijos de Dimitris, cuando hablaban, me dejaban en la piel el roce de la buena gente interesante, esa que es feliz con lo que hace y no se cambiaría por nadie.
Cuando subí, les compré quesos y cordero. Mientras Manolis preparaba la “fava” para la cena, Tasos despiezaba al animal, sacrificado esa misma mañana, y me contaba pedazos de su cuento. De cómo en invierno vivían solos con dos ayudantes; el resto de la familia se desplazaba a Patmos durante la temporada escolar; de cómo el trabajo diario con la taberna y los animales a penas les dejaba tiempo, de cómo traían los materiales y las conservas en el caique cuando hacía buena mar. De cómo vive David con su pequeña honda en medio de las aguas, mientras Goliat le acecha desde otras partes del líquido mundo.
-¿No te dice nada Capitanía de las boyas que habéis puesto?
–Sí, vinieron una vez y protestaron. Ya no han vuelto más. Incluso nos utilizan y nos llaman cuando no localizan a alguna embarcación por si la hemos visto. Hacemos también su trabajo–dijo, soltando una carcajada-. Una vez me avisaron de que el yate de un político importante había llamado a la costera porque se encontraba en dificultades. Me ordenaron que bajara para ver si se había refugiado en la bahía. Qué graciosos, llovía a mares y el temporal a penas te permitía tenerte de pie y me pedían que bajara al muelle. ¿Pero esto no es una isla deshabitada? – Y otra vez se volvió a reír con regodeo.
A la caída del sol amarran los barcos de pesca, todos juntos en el muelle, mientras ceban sus palangres y preparan la kakabiá de la cena, discuten sobre lo que está permitido y lo que te puede acarrear una multa importante. Luego, encienden sus cigarrillos que se mueven en la noche como luciérnagas frenéticas hasta que se apagan silenciosos. Los extranjeros suben y bajan de la taberna por el camino pedregoso dando traspiés y aullando juramentos de aventura inolvidable. Y yo me fascino con este pequeño mundo, que gira y da vueltas exactamente como el otro, pero sin tocarse.
Cuando regrese la espada de Orión
Hallará pobre pan bajo la lámpara
Pero un alma en el rescoldo de los astros
O. Elytis
Hola Anuska, ya sabes de mi mal vicio de navegar con Google Maps por las islas griegas, siguiéndote, o estudiando con el derrotero donde poder meter el Viriato en futuras navegaciones. Levitha siempre me ha llamado la atención. Desde el cielo de papá Google, parece un sitio idílico en el que fondear, y después de lo que nos has contado, se está convirtiendo en un lugar seguro en el que fondearé el Viriato o lo amarraré a una boya vaya usté a saber en el futuro. Tanta información me estás pasando, que voy a tener que grabar, al lado del nombre del Viriato, «Este viaje está patrocinado por Los dueños de la Maga».
Un beso muy gordo a los dos
Viriato
Pues tendrás que darte prisa, antes de que llenen la isla de generadores eólicos. La verdad es que son energías limpias, pero contaminan el paisaje de lo lindo. Qué le vamos a hacer.
Un beso
Bonita historia, con imaginación a veces se llega .
Besos Ana
Y con teson se ganan las mas duras batallas, amiga mia.
Soy yo, aunque no salga mi avatar.
Ana
Bonita historia. Parece que el turismo también puede ayudar a preservar lugares y mantener costumbres en lugar de invadir y diluirlas 😉 Me alegra leerlo.
Un fuerte abrazo.
Sita
Hola, Sita. El turismo es la tabla de salvación para muchos casos, el problema es la masificación y la llegada de turistas descerebrados buscando el chundachunda y las copas allá donde van.
Otro abrazo para ti
Ana, como siempre un placer leerte. Ojalá los descendientes de Dimitris ganen la batalla y preserven la isla de energías limpias pero, como bien dices, algunas veces llenas de mugres.
Sí, esa isla es un soplo de aire puro en estos momentos tan tristes y turbulentos. Las energías limpias tienen que evolucionar porque requieren demasiado espacio y cambian totalmente el paisaje. He visto verdaderas barbaridades al lado de playas maravillosas.
Un saludo y gracias por pasar