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Los barberos de Koroni

Koroni es el pueblo que se puede esperar, en el Peloponeso, cuando te enteras de que tiene una fortaleza casi tan grande como su casco urbano. Koroni es además un nombre determinista y descriptivo que te prepara para ver coronas y castillos. Verás coronas y castillos.

Es un puerto al que recurrimos con frecuencia cuando pasamos por el sur de Mesenia, el dedo pulgar de la tierra de Pélope. Si le llamamos puerto seríamos generosos pues tan solo un espigón abriga de los vientos del sur; aunque cuando sopla el siroco las olas saltan por la escollera, indiferentes a muelles u obstáculos; e incluso con buen tiempo la resaca es considerable y los barcos permanecen alejados del muelle dejándose ir y venir con amarras largas y elásticas para evitar los socollazos. Sale ganando Koroni, porque la vista sobre el pueblo es limpia y sin distracciones, cuando llegas por el mar; las casas de colores moderados y teja descolorida por la frecuente lluvia, se reúnen en filas dando el aspecto de un gran teatro repleto de espectadores discretos. El castro, como una corona viene a darle el punto final del que hablaba.

De Koroni me gustan sobre todo dos cosas: las barcas que venden pescado y los barberos. Con la calma matutina se acercan los caiques al muelle a vender la captura de la noche. Cada uno tiene su mostrador metálico fijo en el que exponen su mercancía; sacan una balanza de platillos abollados que brincan y tintinean con el regateo y el tira y afloja; las pesas deformes e injustas hacen kilos de tres cuartos a tal rapidez que no da tiempo a la interjección, pero siempre te regalan el puñadito final para que te vayas satisfecho. Esta vez compramos koutsumouras, un pescado afín al salmonete pero de linaje más  humilde, aunque el aroma al freírlo es tan intenso como el de sus primos de sangre azul. Creo que se corresponde con nuestro “salmonete de fango” pero no sé qué tipo de fango será el que le da un sabor intenso.

Las barberías me interesan más que los peces y no sé por qué extraña razón en Koroni hay bastantes. Esos cilindros de rallas azules y rojas dando vueltas me dejan pasmada y me dibujan en la memoria las bacinillas metálicas, el chic-chac de las tijeras, el olor a colonia barata y aquellos señores simpáticos, charlatanes, de camisolas blancas abotonadas en un hombro, con un peine saliendo del bolsillo, que se inclinaban sobre sus clientes para dejarlos hechos un pincel y perfumados; salían todos dándose golpecitos en la mejilla. El dejà vú de los dulces sueños que uno siempre quiere volver a soñar me lo servía en bandeja el aroma de potingues y crecepelos junto con las orlas giratorias, me hipnotizaron. Este país, con frecuencia, tiene el poder de transportarme a entrañables fantasías.

Una de las barberías se llamaba la tijera de oro, haciendo un juego con unas tijeras abiertas y la X de χρυσό, toda una hazaña en diseño de logotipos. Me trajo a la memoria un cuento que inventé de pequeña sobre una modistilla que tenía unas tijeras de oro y un dedal de plata.

La chica tenía el don de trabajar muy rápido y provocar la modorra de sus clientes con el ir y venir de las tijeras doradas y el dedal plateado; mientras dormían cosía y cuando despertaban tenía listo el traje encargado. El resultado era como un guante y no solo eso, si no que en cuanto se vestían se convertían en personas elegantes y atractivas, fueran como fueran antes. La fama de la costurera voló como el polvo y llego a los oídos de una señora muy rica y muy fea que le hizo varios encargos. Cada vestido que le cosía era más primoroso y le sentaba mejor, los admiradores se agrupaban en su puerta para verla pasar. Como siempre, los malos del cuento tienen que ser mezquinos y egoístas, así que la falsamente hermosa señora encerró a la muchacha en un castillo para que solo confeccionara para ella. La historia tenía diversos desenlaces dependiendo de mi estado de ánimo y del público; desde el romántico y apuesto muchacho que veía los reflejos dorados salir por el ventanuco y la salvaba, hasta el más cruento clavar de tijeras afiladas en el corazón de la malvada. O bien se quedaba en suspenso porque creo que prefiero los cuentos sin final y cada uno que invente según sus gustos.

Debía llevar un rato obnubilada frente al cartel porqué me di cuenta que todos miraban hacia afuera y que el peluquero ponía cara de preguntar ¿que desean? Yo no podía entrar y sentarme en la butaca porque el establecimiento era exclusivo para caballeros y Jesús no accedía, aunque yo insistía, a afeitarse la barba que lleva desde que nació, así que le pedí disculpas al señor y abandonamos su puerta para seguir con el paseo.

Cuando a menudo recibo correos de desconocidos pidiéndome consejos y recomendaciones para navegar en Grecia; algunos sin presentación, ni un simple “por favor”, no sé qué responder ¿Les invito a que conozcan las barberías de Koroni? Cómo poder recomendarles nada, si no los conozco, ni siquiera sé lo que sueñan por las noches.

8 comentarios en «Los barberos de Koroni»

  1. En el Rincón de la Victoria y en el Palo, barrio mas oriental de Málaga, quedan dos de esas barberías o peluquerías para caballeros de las que ostentan con orgullo los cilindros tricolores de su gremio y cuyo propietario suele ser un individuo ya entrado en años que responde punto por punto a la imagen que relatas. Hace tiempo que no me corto el pelo pero cuando lo hacía era allí. Importaba no tanto la calidad del corte como el trato y el ambiente. Y valoro mucho mas el peluquero que te conoce y sabe lo que te gusta que esos espacios asépticos, de diseño vanguardista y donde el personal cambia cada seis meses.
    Grecia, Grecia ¿que mas tesoros guardas?

    1. Bravo por el Palo, siempre me gustó; lo malo será cuando se jubile el peluquero. Espero que por lo menos nos siga quedando Koroni, para charrar mientras te rasuran. Y eso que yo no uso de barberías.

      Un abrazo Angel

  2. Me paso en Turquía y después Grecia al verlas, esas peluquerías de las que hablas y que se desdibujan en mi recuerdo que todavía lleva pantalón corto; unas ganas de entrar y pedirle que me afeitaran. Sabes que yo solo me rasuro la papada, por no sé qué defecto de fabricación de salirme el pelo en el cuello y malpoblarme las mejillas. Siempre he sentido la tentación y la frontera del idioma me ha calvado al dintel de la puerta ¿Y si no me explico bien y me deja la cara como el culo de un niño? Igual no me conozco y dejo de dirigirme la palabra.
    Mogollón de besitos
    Viriato

    1. La papada ¿No te da dentera? Eso de la navaja afilada siempre me ha dado que pensar. Al menos la rama femenina no es tan gore; unos rulos y a volar. Yo me sentaría en una barbería a pasar la mañana, seguro que saco para dos o tres historias.

      Más mogollones de besos y abrazos.

  3. Apreciada Ana,

    Gracias, una vez más, por tus deliciosas crónicas.

    Siempre me han gustado los barberos. Sí, los barberos, no los estilistas, las peluquerías unisex o para hombres. Me gustan los locales de toda la vida, en los que un barbero con oficio te corta el pelo sin superfluas tonterías.

    Por desgracia, al menos en Barcelona, es cada vez más difícil encontrar una. Una de esas con el obligado reclamo tricolor en la fachada.

    Por cierto, ¿cuál será el origen del azul, blanco y rojo de las barberías?

    Un abrazo y gracias por tus crónicas griegas.

    ESTEBAN

    1. Ola Esteban, un placer el mío de verte otra vez por aquí.
      La barbería, como el café, eran el facebook de antes, donde uno iba más por la chachara que por el corte.
      Yo tampoco sé porque tienen la bandera francesa dando vueltas y lo que he leído por la red no me ha convencido, seguiré investigado y si doy con ello te lo diré.

      Un abrazo

  4. Pues te tengo que confesar que a mí también me fascinan los cilindros a rayas de las barberías desde siempre. De hecho los faros que más me gustan son aquellos que me recuerdan a las barberías. Quizá porque cuando era pequeña, huyendo de un perro (si, entonces les tenía miedo), una fue mi salvación pero me quedé encerrada dentro con el consiguiente cabreo del señor barbero de bata abotonada al hombro cuando me descubrió.

    Y me ha encantado el cuento de la modistilla. No necesito el final. Me basta así.

    Besos para los dos, aunque hubiera estado bien besar al capitán con la barba recien afeitada. Mira que no dejarse.

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