Si el mundo no girara
o el tiempo no existiese,
entonces, jamás moriría,
jamás morirías
tampoco nuestro amor…
pero el tiempo no es necesario
nuestro amor es eterno
no necesitamos del sol
de la luna o los astros
para seguir amándonos…
Por siempre, Mario Benedetti
En la novela de ciencia ficción “El huevo del dragón” de Robert Forward, los cheela eran unos seres bidimensionales que existían pegados a la superficie de su estrella de neutrones; ella los atrapaba en un campo gravitacional de varios millones de “g “impidiéndoles levantar la cabeza y mirar hacia arriba, vivían en un mundo plano y limitado a dos ejes. A menudo pienso en este libro cuando camino por la calle codo a codo con cientos de individuos que solo miran pantallas, escuchan pantallas y acarician pantallas. Si pudiéramos pararnos un instante, buscando el silencio más profundo, la ausencia total de ruido, lograríamos sentir que arriba, más allá de nosotros, el universo ejecuta un concierto. La dimensión que le faltaba a los cheela era justamente esa, la de la belleza que se preexistía más allá de su lucha contra el adherente núcleo de su hogar.
Un día que Pitágoras paseaba por la calle de una ciudad de Samos, que luego se llamó Pitagorión, escuchó un golpeteo rítmico que procedía de una fragua. Atraído por el sonido de los golpes de los martillos sobre el yunque, se paró a escuchar y advirtió que la resonancia variaba según el tamaño de los mazos metálicos. Los herreros, sin saberlo, hacían música, pero no la percibían porque se habían acostumbrado a ella. Siguiendo parecido razonamiento, ideó el monocordio, instrumento de una sola cuerda. Cuando dividía la cuerda en proporciones exactas, los tonos resultantes eran armónicos, mientras que fuera de esta proporción, los sonidos resultaban disonantes. Pitágoras concluía que todos los modos de la armonía musical y sus relaciones se obtienen mediante números proporcionales.
Los pitagóricos fueron los primeros en definir el cosmos como una serie de esferas perfectas describiendo órbitas circulares y que, en su movimiento, emitirían unos sonidos característicos; cuando vibraban todos juntos podían crear lo que él llamó la “armonía de las esferas”, la música del universo. Las distancias entre los planetas, las esferas, tenían las mismas proporciones que existían entre los sonidos de la escala musical considerada entonces como «armónica» o consonante (συμφωνία). Las esferas más cercanas daban tonos graves, mientras que las más alejadas daban tonos agudos. El hecho de que no oyéramos dicha música lo atribuían a su habitual murmullo en nuestros oídos, desde el momento de la concepción, como los herreros en su ruidoso taller martilleante, los hombres estábamos insensibilizados a la melodía de las estrellas.
La música de las esferas se fundaba en la idea de que el universo estaba regido por relaciones numéricas armoniosas y que las distancias entre los planetas, en la representación geocéntrica del universo ; Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno y las estrellas fijas se repartían de acuerdo a proporciones que se corresponden con los intervalos musicales. Es así como el cosmos se asimilaba con la perfección, la armonía y el número.
Platón describe un orden de ocho círculos u órbitas donde sitúa a las estrellas visibles, a Saturno, Júpiter, Marte, Mercurio, Venus, Sol y Luna, siguiendo una gama de colores, de velocidades de rotación y de sonidos emitidos.
El círculo del más grande estaba constelado; el del séptimo era el más brillante; el octavo debía su color al séptimo, que le ilumina; los círculos del segundo y quinto tenían casi el mismo color, un color más amarillento que los precedentes; el tercero era el más blanco de todos; el cuarto era rojizo; el sexto ocupaba el segundo lugar en cuanto a blancura. El huso entero giraba sobre sí mismo con un movimiento uniforme; pero, en la rotación del conjunto, los siete círculos interiores giraban lentamente en un sentido contrario a todo lo demás. Entre los siete, el más rápido era el octavo; luego el séptimo; el sexto y el quinto iban a la misma marcha; luego, el cuarto les parecía que ocupaba el tercer lugar respecto a la velocidad en esta rotación inversa; el tercero, el cuarto lugar, y el segundo, el quinto. El huso mismo daba vueltas sobre las rodillas de la Necesidad. Sobre la parte superior de cada círculo había una sirena que giraba con él, que dejaba oír su nota, su tono peculiar, de manera que esas voces reunidas, en número de ocho, componían un acorde único. Otras mujeres sentadas en círculo a intervalos iguales, en número de tres, cada una sobre un trono, las hijas de la Necesidad, las Moiras, vestidas de blanco, la cabeza coronada de cintas, Láquesis, Cloto y Átropos, cantaban acordes con las sirenas: Láquesis, el pasado; Cloto, el presente; Átropos, el porvenir. Además, Cloto, la mano derecha sobre el huso, hacía girar a intervalos el círculo exterior;»
La República, Platón
Y aunque Aristóteles duda seriamente de ese concierto universal ideado por los pitagóricos y sustentado por Platón, la romántica idea del universo cantante se ha transmitido por los siglos, haciendo que muchos astrónomos fueran también estudiosos de la música. Ptolomeo, en concreto, fue el autor de un tratado muy importante de teoría musical, titulado, precisamente, “Harmonica”. Muchos otros autores como Galileo, Newton, Descartes, Euler o Kepler nos regalaron numerosas alusiones musicales en sus trabajos.
Kepler fundamenta la música celeste, no en las distancias entre planetas, sino en la velocidad de los mismos. De acuerdo a la segunda ley de Kepler, la velocidad de un planeta aumenta cuando este se acerca al Sol, para barrer áreas iguales en tiempos iguales. En su tratado “Harmonices mundi”, además de describir estas leyes astronómicas, asignó notas musicales a cada planeta en función de su velocidad angular. Los planetas con una órbita más excéntrica y cuya velocidad angular era más variable, abarcaban un mayor rango sonoro. Mientras que Venus, por ejemplo, circunscrito casi a una circunferencia en su recorrido alrededor del sol, entonaba siempre una nota constante. Además, Kepler asignó voces a cada uno de ellos: desde Mercurio, la soprano, el planeta más cercano al sol y el de mayor frecuencia por ser el más veloz, hasta los barítonos de Júpiter y Saturno, los más lentos y graves.
Así imaginaba Kepler cómo sonaban los planetas:
Según Kepler, los planetas estarían en disonancia la mayor parte del tiempo, solo en ciertas alineaciones sonarían armónicos. Como esta consonancia transitoria nunca alcanzaría a todos planetas simultáneamente, el universo no tendría fin. La idea era una autentica herejía para la iglesia católica, que hablaba de un creador y un universo finito, pero Kepler daba tanta importancia a la belleza en su teoría que creía que el mundo no podía acabar hasta que sonase bien.
Tendría que llegar Einstein, mucho más tarde, para explicar que cualquier masa en movimiento lleva asociada una onda de longitud relativa a su situación y velocidad con respecto al observador; y que Doppler enunciara su principio, que serviría a los astrónomos actuales para calcular la posición de los planetas y las galaxias y a nosotros, a orientarnos en las ciudades con nuestro GPS. Por lo tanto, la relatividad corrobora que cada cuerpo celeste existe con una frecuencia propia, aunque si quisiéramos oírla nos encontraríamos, como los cheela, restringidos a nuestros mortales sentidos, solo oímos lo que nos permite nuestra limitada existencia.
La NASA usó las sondas espaciales Voyager 1 y 2, lanzadas a finales de los 70, para captar los ecos de todos los planetas que giran alrededor del Sol. El sonido que registraron es producto de la interacción entre las magnetósferas de los planetas y las partículas que libera el Sol en sus emisiones. Transcribieron lo “escuchado” a frecuencias audibles para el oído humano y lo grabaron en un formato físico. Aquí os dejo algunos enlaces de las “voces de algunos astros”.
Los astrólogos se volvieron como locos, porque por fin podrían buscar una base física para justificar el hecho de que la disposición de los astros en determinados puntos del espacio en el momento del nacimiento de cada persona, resultaba crucial para determinar la vibración asociada a cada sujeto, sus energías, su personalidad, sus preferencias o actitud ante la vida. Estas teorías, denostadas por las ciencias duras y la comunidad científica en general, encuentran en el «canto de los planetas» un argumento que hace perceptibles esas energías sutiles que determinarían los devenires de la existencia humana.
Dejando a un lado esoterismos y magias adivinatorias, las grabaciones están ahí para confirmar la gran intuición de Pitágoras, la belleza del universo y llegar a la conclusión de que la música no es más que una versión poética de las matemáticas y la física. Y la poesía era a su vez, para los griegos clásicos, una expresión artística estrechamente relacionada con el movimiento y la melodía; los recitales de poesía iban siempre acompañados de músicos, cantantes y danzarines. Notas, números, planetas y rimas, todos girando dando vueltas a la luna, dice la canción más abajo, como un grupo de grandes amigos. Algo que nosotros, como los Cheela, no podemos apreciar, porque siempre vamos mirando hacia el suelo. Si tan solo pudiéramos quedarnos un minuto en silencio, seguro que conseguiríamos escucharlos.
Letra y música: Tatiana Zoografo<
Interprete: Ilias Lungos
Από πλανήτες μακρινούς ερχόμαστε,
από τον ήλιο, τον Ερμή, την Αφροδίτη.
Εμείς τη γη τη φοβερή δεν τη φοβόμαστε,
στο σύμπαν έχουμε το αόρατό μας σπίτι.
Στον Πλούτωνα, τον Δία,
τον Ουρανό, τον Ποσειδώνα και τον Άρη,
μαζί όλοι παρέα
κάμουμε βόλτες γύρω γύρω απ`το φεγγάρι.
Θέλω ένα σπίτι εκεί ψηλά,
πέρα απ`τα αστέρια, τους κομήτες και την ύλη.
Πλάσματα διάφανα, λαμπρά,
ίσως να γίνουν οι καλύτεροι μας φίλοι.
Μέσα στα πλάτη όλου του κόσμου περπατάμε,
πέρα από θάλασσες και λίμνες και βουνά.
Ταξίδια κάνουμε και τρέχουμε γελάμε,
πλάσματα είμαστε με μύτη και μ`αυτιά.
Στον Πλούτωνα, τον Δία,…
De planetas lejanos venimos
desde el Sol, Mercurio y Venus
La terrible tierra no nos da miedo
En el universo tenemos nuestra casa invisible.
En Plutón, Júpiter
Urano, Neptuno y Marte
Todos juntos, como amigos,
damos vueltas alrededor de la luna
Quiero una casa allá arriba
al otro lado de las estrellas, los cometas y la materia.
Seres transparente y brillantes
Quizás se conviertan en mis mejores amigos.
Al rededor del mundo caminamos
mas allá de mares, lagos y montes
viajamos y corremos riendo
Somos seres con nariz y oídos.
En Plutón, Júpiter…
La contaminación lumínica no nos deja ver el cielo y la sonora que no oigamos otra cosa que ruido.He vuelto a estudiar música y oyendo una canción del sur del Congo con cuatro frases, se monta un canon espectacular.Mientras la aprendo con los cascos para no molestar, cerré los ojos y me vino a la mente algunas partes de Senegal o Kenia que conozco.Aprenden ritmo ( percusión) antes que a andar y hablar.No es que tengan el ritmo metido en el cuerpo; son el ritmo.Y lo consiguen porque tienen todo el tiempo del mundo para mirar,escuchar,sentir.Tienen una comunión con la madre Naturaleza indispensable para aprender de ella.Por eso son maestros en todo lo que hacen.La sabiduría de los antiguos ( egipcios,griegos…) que llegaron a tanto con tan poco,viene de la observación y deducción de lo observado.Todo son números ,proporciones y tendencia al orden.
Leyendo de astronomía,lo he tenido que dejar de momento para descansar de semejante asombro que produce lo poco que conocemos.( solo un 5%).Las «Branas» por ejemplo,tan bellas y misteriosas.Y el Blosón de Higins, qué ?Por Zeus, qué bello y asombroso es todo y se repite cada día sin descanso.Lo raro es que funcione.Y lo hace.Demos gracias.( ya que hemos venido..)
Los griegos consideraban indispensable el estudio de la música en la educación de los jóvenes, nuestros planes «pragmáticos», sin embargo, la dejan de lado. Yo creo que estudiar matemáticas y no estudiar música es dejar una semilla incompleta en los niños, como estudiar historia y pasar de La Edad Media, por ejemplo. Los idiomas modulan nuestro cerebro, pero la música y las matemáticas también, seríamos mas felices si no nos privaran de ese conocimiento.
En cuanto al ritmo innato, yo vivo en un barrio con bastantes gitanos, es impresionante como los niños de pañales tocan las palmas de diferentes palos casi sin saber hablar; yo, si lo intento, me sale una birria, después de estar 3 horas marcando compases.
No es raro que el cosmos funcione, de hecho si estamos aquí es porque ha funcionado, si no estarían otros. Igual eran más listos y podían escuchar el universo.
Un saludo, anónima.
La música es fundamental ; produce alegría ,empatía y buenos sentimientos según mi admirado Jordi Savall.
Einstein era un apasionado de Mozart y también componía piezas. Empezó a estudiar música con 6 años, pero se aburría de los maestros. Una frase suya:
“Siempre pienso en música y la música llena ms sueños de día. Puedo ver mi vida en términos de música y de ella saco gran parte de mi alegría.”
Los genios son siempre musicales
Algunos meses al año así es.
En el Cabanyal vive una escultora que batalla desde hace muchos años en defensa de la zona.La conocí hace un tiempo.Mujer extraordinaria.Tal vez vivas ahí intuyendo tus gustos.
Hola Anuska buenos días. Qué entrada más bonita y más instructiva. La música. La mas necesaria y la mas olvidada y denostada en la educación de los colegios. Igual que estamos obligados a aprender mogollón de materias importantes, debían, sino obligarnos, animamos a estudiar música y a tocar un instrumento. No hay mayor deleite que lograr por ti mismo reproducir esas músicas es que te inspiran, aunque el resultado sea un fiasco como es el mío con la guitarra. Pero pocas cosas me dan más serenidad y placer que cuando lo ejecuto. iMiento!. Hay otra música que me vuelve loco y tú me vas entender perfectamente. Ayer regresé de cruzar el canal de Ibiza, y en el pantalán, hablando con un compañero, me decía que él no sabía estar durante las travesías sin escuchar música con los cascos puestos. Yo soy incapaz. No hay mejor música que la que transmite el barco, impulsado por el viento, al abrirse camino en la mar. Eso sí que es la melodía del cosmos y lo demás son tonterías.
Un millón de besitos
Viriato
Es verdad, el silencio es lo más preciado, porque cada vez es más escaso ¡Así como vamos a oír la música del universo! Todo lo mas oiremos a Bisbal o al tunda-tunda discotequero, eso nada tiene que ver con la armonía de las esferas, sino con un ruido rompe pelotas. ¿Has visto que chiste más sensacional?
Un blog que cada vez te sorprende, gracias Ana, es una delicia leerte (y oir)
Gracias, anónimo, una delicia es el teneros al otro lado de la pantalla.
Buen artículo. Estoy vinculado a la música desde los 7 años: primero en un coro de niños, luego con la guitarra, el piano y, ahora, un poco con el bouzouki. La música es orden y armonía, cuando se basa en la Naturaleza. Aunque también hay caos (uf, cuanta música caótica habremos escuchado). No solo es oír, sino sentir lo que escuchas. Deberíamos aprender a encontrar la armonía en todo. Nos haría mucho mejores. Un saludo.
Envidia me das por poder tocar tantos instrumentos. Creo que todos deberíamos saber componer música, como escribir, aunque fuera de mala calidad; aprenderíamos a expresarnos de otra forma . Los trolls desparecerían, nadie se molestaría en escucharlos. Pero sobre todo, en estos tiempos de barullo, cada vez se echa más de menos el silencio.
Gracias, Kiko, por aparecer por aquí.
Un muchas gracias por la entrada de hoy,hace unos buenos años ya,que leí un libro de Tomatis «ecouter l’univers» él sostiene o sostenía que los sonidos todos venían del primer ruido que armo el big bang,y los efectos curativos y de los sonidos al igual que para la memoria,como dice viriato y tú misma el silencio es bello,en general salgo a caminar por el campo los fines de semanas y llevo los auriculares,pero no los uso por qué no sé qué música poner para que compita y mejore el sonido del ambiente,el sonido del agua,de las hojas al pisarlas,un pájaro galante,un mugido de una vaca,en definitiva uno en medio de la naturaleza no está solo,en medio de una ciudad si podemos estarlo.
De verdad muchas gracias por tu blog.
Hola Antonio. Hay un libro muy bueno del neurobiólogo Oliver Sacks, se llama «Musicofília». El libro, a pesar de ser casos clínicos reales, es bastante ameno y en tono humorístico, a veces, relata como afecta la música al cerebro, para bien o para mal, en diversas afecciones como el Parkinson, el síndrome de Tourette, o el autismo y como la música se asienta en nuestro cerebro para modularlo. Pero una cosa es la música y otra es el ruido terrible al que nos someten cada día. Oír el agua, las hojas o las vacas es también música, disfrútala en tus paseos.
Gracias a ti por leerlo y comentarlo, Antonio.
Ana, no dejas de sorprenderme. Y uno, que ha perdido la esperanza en la condición humana, a veces revive y descubre pequeños destellos de luz y de esperanza en esos relatos que lanzas al viento.
No creo en la vida sin la música. Y tampoco sin Grecia. Ambas se retroalimentan y me dan aire.
Un abrazo y que la música siga.
El día que dejemos de aprender empezaremos a hacernos viejos, así que elaborar estos relatos es parte de mi terapia anti edad.
Ya sabes que las Musas, eran las diosas de las artes y sobre todo de la música. Los clásicos, que eran bastante listos, ya sabían que oír una buena melodía era el mayor de los placeres. Sapho, la última Musa, recitaba sus poemas acompañada de una lira, debía ser un espectáculo muy delicado.
Un abrazo a los dos.