Con la brisa los olivos trazan ondas plateadas sacudidos con el paso del viento. Es octubre y es Paxos. Las mallas se extienden bajo los olivares para atrapar las aceitunas que caen por su peso. ¿A quién se le ocurriría comerse esta fruta amarga y áspera? ¿Quién inventaría la salmuera para curar sus prietas mollas? ¿Quién estrujó su cuerpo jugoso para extraer el delicado perfume? ¿Quién inventó el Mediterráneo?
Por los huecos de los mantos negros se asoman los cuellos de cientos de ciclámenes que inclinan sus sonrosadas cabezas sobre las frutas recién caídas, las miran como niños maniatados, sin poder hacer nada con ellas. Me gusta este color para acompañarme bajo los árboles que tamizan los rayos como un cedazo y dejan la tierra moteada de luces y sombras. De cuando en cuando, alguna chispa de sol alcanza a un ciclámen que se yergue hipnotizado y más flor que el resto. Allí al fondo está el azul ineludible del jónico, que aunque no se ve se imagina y se huele. Me agrada el sonido al pisar las hojas picantes de los olivos, acumuladas durante siglos, desde que los plantaron los venecianos, y desde mucho antes que ellos, de sus primos los acebuches. Esas hojas medicinales que disminuían la tensión y el exceso de azúcar, y coronaban las cabezas de los atletas vencedores.
Los olivos son capaces de modificar la cantidad y calidad de la luz que pasa por las capas más externas de la copa, de tal forma que logran que la luminosidad que llega al interior sea estable durante todo el año y así, sus verdes olivitas se mecen sin sobresaltos, engordando y amoratándose. Pretendidas por pájaros e insectos, que picotean las ramas y producen un crepitar soñoliento, que sumado al zumbido de la mosca y el tip-top sordo de su propia caída, aderezan el reposo de cualquier mediodía de otoño. Por cierto, era Pan, el de los cuernos y las patas peludas, el fauno dios de la vida campestre, de los animales y las plantas del bosque y de las cabras locas y diabólicas; el mismo dios de la siesta.
Todas estas cosas se pueden meditar, y otras muchas, cuando se duerme bajo viejos los troncos imposibles, estrangulados y contraídos. Hay árboles buenos para soñar y otros malditos, como el sicomoro. La higuera tiene mala hasta la sombra y se la debe sangrar antes de tumbarse bajo sus ramas, dicen, para no volverse loco. Pan era terrible cuando se le interrumpía su sueño del mediodía.
Fue aquí en Paxos donde se anunció la muerte del último dios olímpico. Lo cuenta Lawrence Durrell en las “Islas griegas“en el capítulo dedicado a Paxos y Corfu. La narración corresponde a su vez a una interpretación de otro relato de Plutarco. Dice Durrell que en tiempos de Tiberio, un barco que transportaba mercancías, se encontraba frente a la costa de Paxoí, cuando ya caía la noche. Oyeron todos una voz que parecía proceder de la isla dirigiéndose al piloto:
«Cuando el barco llegue a Palodes, debes anunciar la muerte del gran dios Pan».
En el lugar indicado, el capitán gritó la noticia, del mar se elevó un gran lamento y con él el corazón del mundo antiguo dejó de latir. Los albores del cristianismo mataron al gozoso sátiro y lo condenaron a representar al diablo, que de aquí en adelante tendrá la figura de macho cabrío, lascivo, maligno y lujurioso. La cabra infernal, que en griego se dice τράγος, como τραγούδι, canción, y como τραγωδία, tragedia. El macho de ojos verticales y penetrantes que interpreta una función y berrea cuando corteja a la hembra.
Aunque realmente, el texto de Plutarco dice:
Encontrándose un navío, de noche, cerca de Paxis, una de las pequeñas islas Echinades, del golfo de Patrás, no muy lejos de la desembocadura del río sagrado Aqueloos, río toro y fecundo, en un momento de calma…
Las Equinadas y el Aqueloo están a unas 70 millas más al sur de Paxos. Así que hay alguna incongruencia en la historia. O hay alguien intentando hacernos creer que el averno está donde no debe. Desde luego, no bajo los aceituneros del jónico.
Hace algún tiempo llegaba a Gaios, la capital, un hidroavión con pasajeros procedente de Corfú. Amerizaba sobre las 6 de la tarde cuando más bullicio había en el puerto y todos los yates buscaban sitio en sus muelles; momentos antes aparecía un señor en una barquita azul y comenzaba a vociferar para que todos se apartaran; era el controlador. Son esas escenas de modernidad impuesta a la carrera sobre una forma de vida tradicional y tranquila. Algunas veces, el hombre volvía afónico a su casa porque no todos lograban comprender que se les venía un avión sobre la cabeza. Pan era también el dios del pánico.
Aquí, en Paxos, recuerdo las tabernas de mesas adornadas con jarritas de un aceite denso, dorado y aromático que se derramaba con lentitud sobre las rebanadas de pan. Solo con esto ya comíamos, para horror del tabernero. Dejado caer sobre el blanco plato al que se hacía girar, observando la textura y color de ese oro verde que mezclado con el regusto a salitre de la noche revelaban la lujuria insaciable de Pan. No sé si seguirá en el puerto, prefiero no indagar, el almacén donde vendían aceite a granel. Lo sacaba un señor con un cacillo de mango largo, de unos toneles metálicos con tapas de madera divididas en dos por una bisagra bloqueada por la grasa. Lo hundía hasta el fondo y rellenaba la botella que relucía a la luz de la bombilla como el lucero del alba.
Dejando caer la tarde entre los olivares, se encienden las copas y las hojas dejan atravesar rayos dulzones y tendidos, la tierra se llena de largas manos huesudas de sombras, ejércitos de brujas que ansían la oscuridad, sembrando el campo de conjuros maliciosos. Entre las ramas, todavía se ven los últimos jadeos rojizos del sol y su fiel planeta acompañante.
Hablo del lucero del alba y me doy cuenta de que la pobre Paxos siempre acaba trayendo a colación al diablo sin quererlo. Venus, el planeta admirado por todos, el lucero que escolta al sol a su salida y su puesta, el astro bello, por un error de traducción acabó representando también al demonio. La historia es tan absurda como la anterior de Pan: antiguamente se pensaba que había dos astros independientes, uno al amanecer y otro al atardecer, Héspero, Ἓσπερος, era el lucero vespertino y Eósforo, Ἐωσφόρος, hijo de la aurora y lucero del alba,“el que transporta a Eos”, también conocido por otros como Fósforo, Φωσφόρος, “el que trae la luz” . Cuando se traduce al latín queda para la mitología romana convertido en Lucifer.
Cuando San Jerónimo escribió La Vulgata , su traducción al latín del hebreo de la Biblia, se encontró con un texto de Isaías que hablaba del rey de Babilonia como el “astro rutilante”, hijo de la aurora, que había caído por soberbio y enfrentarse a Dios. San Jerónimo empleó la palabra Lucifer en vez de “astro rutilante” y el hermoso Fósforo, Afrodita y Venus, fue arrojado al fuego del infierno de un plumazo.
Esta pequeña isla, que los romanos siguen invadiendo cada verano por tierra mar y aire, tiene ese defecto, del cual no es culpable; traer olores de azufre. Sobre todo en agosto, porque llega arder y en la marmita de Pedro Botero se cuecen turistas emperifollados y bronceados que ni saben quién es Pan, ni Fósforo ni Venus. Ni que las cabras salvajes que triscan los acebuches son las descendientes de un dios que nunca volverá.
telio!!!!! Bravo!!!
Ευχαριστώ πολύ Μαρία. Μια χαρά ειναι
Anuska, como siempre felicidades, qué bonito el relato y que bien construido. Que no se me olvide decirte que la canción de esta vez me gusta mucho, aunque el video es un poco hortera. En Paxos hicimos Isa y yo nuestro primer amarre con ancla y popa a tierra. Nos salió de cine. También nuestro primer susto, el molinete se medio arranco de su soporte. Estaba podrido. Fue también en Paxos donde vivimos el atraque (o no atraque según se mire) más delirante que se ha visto nunca. Estábamos preparando la comida del mediodía. En eso observamos que un Bavaria inglés, tripulado por una señora mayor y un señor con barbas que parecía su hijo, empezaban la maniobra de atraque hacia el muelle cerca de donde nosotros nos encontrábamos. Tanto Isa, como el propietario de un barco de bandera suiza se acercaron a tomar sus amarras. En el primer intento, embocaron el barco al muelle y largaron el hierro demasiado tarde, dado lo cual, al cobrar cadena, se les subió arriba el ancla y tuvieron que repetir la maniobra. iBarco para afuera con muchísimos aspavientos y empezar de nuevo!. Por no a largarme con la historia, repitieron tantas veces la misma maniobra que primero el patrón suizo, y después Isa desistieron y regresaron cada uno a su barco. iTeníamos que comer y aquella maniobra sinfín no acababa nunca!. Después de diez o doce intentos, (hay que reconocerles que tenían más moral que el Alcoyano) continuaron por el canal adelante y los perdimos de vista. Cuando salimos por la tarde a dar un paseo nos encontramos el barco abarloado a un muelle de una manera digamos muy poco ortodoxa. Moraleja: iQue miedo cuando alguno de estos seudo-patrones te toca al lado!.
Un millón de besos.
Viriato.
Lo de los vídeos es una lata, si están bien de música están mal de imagen o está construidos con estampitas garrulas de puestas de sol y corazoncitos. Qué se le va a hacer. Me alegro de que por lo menos te guste; es del mismísimo Theodorakis.
Yo Gaios, en verano, lo recuerdo siempre lleno de gente y todo el mundo berreando y peleándose. Me gusta más en otoño, cuando los romanos han desaparecido. La verdad es que sí dan miedo, por eso yo intento no amarrar en el muelle, fondeado se está mucho mejor.
Besitos
Bellísimo como siempre, mi isla favorita por lo frondosa y salvaje. siempre fondeo al norte en lakka. saludos
Gracias Joaquín. Estoy de acuerdo contigo; es muy bella, pero en lo de salvaje discrepo, la pobre está hasta la bandera en verano. Fuera de temporada es deliciosa.
Un abrazo
Hola Ana,
hermoso escrito donde se funde la mitología, la tierra y el alma de Grecia. Es poesía.
Hablas de Paxos o Paxi y yo recuerdo un verano de hace unos 10 años que la visitamos con una temperatura de 42 grados; en una taberna salió el dueño a medir la temperatura al sol y decía que 50. Pese al calor y los inevitables turistas me pareció un lugar de ensueño. Ese mismo año, en Corfú, el tema de los olivos también me hizo recordar una caminata desde lo alto de Pelekas al mar entre unos olivos enormes que me transportaban a un mundo como mágico. Recuerdo todo esto ahora al leer tu relato y con el calor abrasador que hacía, pero lo recuerdo con una sensación de felicidad imperecedera. A veces sucede así y no busques coordenadas lógicas.
Por cierto me crie bajo la sombra de dos higueras, cada una daba un tipo de higos, creo que lo de la mala sombra tendré que mirarmelo, puede que encuentre alguna respuesta…
Unha aperta.
Hola Mario:
Yo también tengo una higuera en casa y la verdad, no me da ningún mal fario. Eso si, es una cochina y tira todo los higos por el suelo, así, cuando llego de noche lo pongo todo perdido.
El jónico cuando aprieta la canícula es tremendo porque no llega ni el Meltemi para refrescar. Lo mejor es buscarse una sombra de lo que sea, tampoco hay que ponerse tan exquisito, si solo hay una higuera…pues buena sea.
Un abrazo