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Pesadilla de Navidad

Si te quedas quieto puedes oír el ris-ras  todo el año por las noches.  Es posible que nunca antes te hayas fijado.

-Ris-ris, ras-ras.

Y la tierra tiembla. Y el mundo, como lo recordábamos se desmorona. Estos seres diabólicos sierran el tronco en la oscuridad maléfica para que no nos demos cuenta y un día, el menos pensado, abatirán el árbol
que nos sostiene y nos precipitaremos hacia el abismo.

Los Kalikantsaroi no son duendes buenos, si no engendros malignos con cuerpos mezcla de hombres y animales, con cabezas negras y orondas, con orejas puntiagudas, patas peludas y dedos afilados. No tienen otra obsesión que la de talar el árbol en el que descansa el mundo y si lo consiguen, este desaparecerá en los infiernos. Algunos tienen tamaños enormes, otros son pequeños como gatos. Nos odian.

Sierran y sierran sin descanso durante el año y solo paran en navidad, cuando salen por las grietas de la tierra a la superficie, dispuestos a hacernos la vida imposible. Es en esta época, cuando le dan vacaciones a la cuchilla, este lapso permite que la corteza dañada del árbol sane sus heridas; el renacimiento del sol tras el solsticio se encargará del resto; otro año pudo eludir el mundo la destrucción de la vida; que se produciría seguro si la luz hubiera seguido escaseando.

El fatalismo griego tiene por costumbre poner nombres dulces a las cosas malas, como si así exorcizaran el peligro, como si al acercarse y tratar de hacerse su amigo la maldad se fuera a compadecer de ellos y pasara de largo. De esta forma el Kalikantzaroi se forma con Kalí (bueno) y kantzaroi. Este segundo término es más controvertido y como apunta Fermor podría provenir de Centauro, haciendo alusión a la afición de los centauros por causar el mal y destrozarlo todo. Los “buenoscentauros” serían llamados de este modo para que se apiadaran de los mortales y les dejaran en paz.

Las navidades tienen ese espíritu, mágico para algunos, y tristón para otros, que nos hace recordar el pasado; pero en cualquiera de los casos es un momento del año muy especial. Así que es en estos días cuando uno más oye el crepitar de las ramas, el crujir de la madera y se estremece al pensar si otro sol radiante podrá enmendarlo todo.

– Ris-ris, ris-ras.

O si la vuelta atrás será ya imposible, si las raíces y el tronco están ya separados. He notado un temblor, el árbol se ha deslizado unos metros. ¡Parad por dios!

Cuando los Kalikatsanoi salen de su escondite se descubre su horrenda fealdad y su inaguantable hedor. No soportan la luz del día y se cuelan en nuestras casas por rendijas y chimeneas en la noche. Si los dejamos, ocuparán nuestro hogar, se lo comerán todo, se lo beberán todo y cuando nos levantemos estará convertido en cenizas. Vagan por los pueblos guiados por un jefe cojo, son capaces de transformarse muy rápidamente en cualquier animal y se mean en los alimentos.

Estoy segura de que sigue habiendo kalikantsaroi, pero los  de hoy no son tan guarros, andan sigilosos por la red, nos espían y nos observan para así mejor pulverizar nuestras ilusiones. Se meten en las casas por las pantallas de los televisores y se ríen de nosotros obligándonos a hacer cosas en su provecho sin que nos demos cuenta. Nos convencen de que así somos felices. No son feos y malolientes si no elegantes, trajeados o uniformados y con buenos modales. Pero nos odian también.

En Grecia, los más supersticiosos, para ahuyentarlos, les ponen ajos y mandíbulas de cerdo en puertas y ventanas, la chimenea debe tener un buen fuego para que les impida deslizarse y en el zaguán de la entrada, un colador. El Kalikantsaro solo puede contar hasta dos, el número tres es sagrado, no lo debe pronunciar; dicen que así se queda el diablo en la puerta, contando toda la noche los agujeros del utensilio de cocina. Uno, dos, uno, dos….uno, dos.

La leyenda cuenta que los niños nacidos entre la vigilia de Navidad y el 6 de enero (cuando ya empieza a crecer sensiblemente el día, tras el solsticio) tenían posibilidades de convertirse en kallikantzaroi cuando fueran adultos. Así que a esos concebidos; siguiendo la propia jerga kalikantsaril; en marzo si las cuentas no fallan;  les esperan sus cunas llenas de ajos y a nada que se descuiden les quemaran las uñas de los pies. Que crueles acaban siendo todas las supersticiones y creencias fanáticas. Que horrendos los kallikantsaroi.

Yo por si acaso voy a cerrar puertas y ventanas, colgar ristras por cada esquina, coladores o espumaderas perforadas en la puerta y salvapantallas de lunares. No quiero que entre ninguno.

O mejor, pongamos música y que bailen hasta que revienten.

8 comentarios en «Pesadilla de Navidad»

  1. Me he puesto a escribir con la música de Edvard Grieg y me ha venido a la cabeza Músorgski y sus "cuadros para una exposición"; el de la carreta polaca que se acerca y se aleja, no tiene nada que ver, ni sus autores son coetáneos, pero mi cabeza es así. También he pensado en Chaikovski. Está visto que la película de "Fantasía" me flaseó. Tiene gracia lo que cuentas de los Kalikantsaroi, cumplen con los atributos de los malos de todos los tiempos, cuerpo de hombre y animal, piensa en los sátiros y faunos, andan pululando por todas las pinacotecas del mundo, y de los ajos no te digo nada, en mi querida Galicia se ponen en las puestas. “Eu non creo nas meigas, mais haberlas, hainas”. ¿Será que los miedos son universales?
    Un besito
    Viriato

  2. Es cierto, otro ejemplo clásico son las Euménides, las "Benévolas", las Furias romanas, que perseguían a los culpables buscando venganza, y otro un poco distinto: muy raro escuchar a un griego decir kakó, malo, siempre dicen oji kalá, no bueno.
    ¡Los kalikantsaros en Valencia asaltando una vivienda!, muy oportuna imagen. A mí no me importaría ejercer de kalinkantsaro en el ágape de algunos santurrones de la Contrarreforma cuando van a comul…, etc., meándoles en el copón, pero igual les va la marcha, algunos yoguis se beben sus orines.

    Me gusta el Monte Pelado, también hubiera sido buena banda, y las ilustraciones.
    Salud y ajos!

    1. Las Euménides eran vengativas, pero los Kalikatsaroi son malos porque sí. Aunque eso de que se meen en los alimentos tiene cierta gracia y los hace entrañables a pesar de sus cochinadas.
      En esta época tan sugerente del solsticio, en todas las culturas había leyendas de malos espíritus que salían a la superficie, hasta la llegada del dios sol que los calcinaba y a volver a empezar.
      Los de la contrarreforma que tu dices se han tomado muy en serio eso de que aquí no se mueva ni dios, por eso, a todos nos llevan los demonios.
      Los ajos, mejor tiernos, como los abrazos.

    1. Esta cercanía del solsticio es muy importante; por eso es normal encontrar mitos y leyendas de espíritus, buenos y malos, que hacían su aparición en esta época del año, cuando el sol va a crecer y nos viene a librar de las miserias; como si fuera tan fácil.
      Por cierto, no logramos conocernos en el concierto de Spiros ¿Fuisteis?
      Un saludo

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