Betelgeuser pierde brillo, leemos en los titulares de los periódicos y revistas de divulgación científica. A principios del 2019 la estrella era una de las 9 más brillantes y a finales del mismo año se situaba ya en el puesto 22 y su temperatura se había reducido.
Los astrónomos miden el brillo de las estrellas usando la escala de magnitud en la que un número más grande representa un brillo menor. Este sinsentido aparente se arrastra desde hace milenios ya que las antiguas escuelas astronómicas de Grecia consideraban estrellas de primera magnitud a las que se podían observar poco antes del ocaso solar y poco después del amanecer. Las de sexta magnitud correspondería a estrellas visibles solo con oscuridad total.
El brillo de Betelgeuse en esta escala es de +0.50. Pero, en los últimos 6 meses su resplandor ha disminuido hasta una dimensión de +1.30, quedando como el de la desapercibida estrella Shaula, la punta del aguijón del Escorpión que hirió y mató a Orión hace miles de años.
A pesar de ser una de las estrellas más estudiadas en la historia su distancia no se conoce con precisión. Se estima que Betelgeuse podría estar a un viaje de entre 400 y 800 años-luz de nosotros. Si la colocáramos en el centro del Sistema Solar su «superficie» alcanzaría más allá de la órbita de Júpiter. Es tan grande que el error por paralaje que se comete al medir su posición da resultados muy groseros.
Betelgeuse corre disparada, alejándose velozmente del lugar en el que se formó, posiblemente una de las nebulosas de Orión. Pero lo importante es que todo esto que vemos sucedió hace 600 años, cuando los astrónomos se hallaban entretenidos en impedir o en vaticinar la caída de Constantinopla, no se había escrito El Quijote, ni habían condenado a Galileo. Betelgeuse nos recuerda que lo que vemos, no es necesariamente la verdad.
Cuando yo estudiaba astronomía náutica, dos de las estrellas más sencillas de localizar eran Rigel y Betelgeuse, ambas en la constelación de Orión. Hay que tener en cuenta que la identificación es una cosa, pero cuando reduces el campo para enfocar a la citada estrella con un sextante, pierdes la referencia de sus vecinas y ya no sabes en realidad a quién estas apuntando y al bajarla al horizonte, la imagen real y la reflejada son tan engañosas que pueden marear al marino más curtido. Pero así era como se posicionaban los barcos en las navegaciones de altura por muchos siglos. Los antiguos navegantes, expertos en tomar rápidas rectas de altura simultaneas, para hallar su punto de intersección y la situación del buque, eran más artistas que técnicos. Se requería de un buen pulso y un manejo del instrumento muy ejercitado. Cualquiera que lo haya intentado, por el mero placer romántico de tomarle la altura a una estrella, se habrá dado cuanta que los errores cometidos pueden ser tan grandes como para corroborar la teoría del terraplanismo.
Sí, Betelgeuse es una estrella muy importante en nuestras vidas. Un observador celeste aficionado es capaz de señalarla en segundos, en el hombro de Orión, el cazador que persigue con su arco a las Pléyades por el firmamento.
La constelación de Orión está imbricada en numerosas leyendas y tradiciones clásicas en las que interviene el mar y el vino; buena compañía de marineros. Existen dos versiones principales acerca de su nacimiento, y varias respecto a su muerte, pero parece que lo más probable es que apareciera en Tanagra, Beocia. Allí, Zeus, Poseidón y Hermes visitaron un día a Hirieo, el rey; este los trató como a dioses que eran y sacrificó un buey en su honor. Cuando los dioses, agradecidos, le ofrecieron concederle un deseo por su hospitalidad, Hirieo pidió tener un hijo. Los dioses doblaron el pellejo del buey y, según unas versiones, lanzaron unas semillas sobre los restos, según otras, eyacularon y orinaron en él. Ordenaron al rey que lo cubriera de tierra hasta transcurrir 10 lunas, por lo tanto 10 meses. Hirieo, cuando lo desenterró, se encontró con un niño muy desarrollado. Le llamó Urión, posiblemente por su recuerdo de la orina divina. El cuento tiene todo el encanto de una parábola sobre la siembra de alguna planta que enriqueció a Hirineo. Probablemente la vid.
Orión es el gran cazador gigante de escudo dorado y luminosa daga. Cuando descansaba en aguas profundas sus hombros descubrían por encima de la superficie y el Egeo era para él una simple bañera. Sobre sus hazañas y su relación con el vino y la vendimia también hay mitos diversos. Parece ser que la versión que se desarrolla en la islas de Quíos y Limnos es de las más completas y mejor documentadas. Por cierto, ambas islas fueron pioneras en el cultivo de la vid y la fermentación del mosto.
Enopión, hijo de Dioniso y Ariadna, fue un legendario rey de Quíos, que introdujo la elaboración de vino en la isla, un secreto heredado de su progenitor. Orión se enamoró de su hija Mérope, pero Enopión no quería que el matrimonio se consumara. Un día invitó al gigante a su palacio, le emborrachó y le arrancó los ojos, arrojándolos al mar. El pobre Orión, aturdido y dolorido, fue dando tumbos por el Egeo, siguiendo el martilleo de alguna lejana fragua y alcanzó Limnos, donde vivía Hefesto, el dios herrero. Hefesto le cedió a su tutor y compañero Cedalíon, quien le vaticinó que, para curar su ceguera él mismo se auparía a sus hombros y juntos viajarían hacia el este en busca a Helios, el Sol, que le devolverían la vista.
Realmente, ya sabemos que en el firmamento no es Orión el que viaja, sino el Sol. Cuando la salida de Orión coincide con la del Sol la constelación se vuelve ciega e invisible, coincidiendo con la buena estación para la maduración de las uvas. En otoño, cuando vuelve a ser visible de madrugada, es el momento de comenzar la vendimia. Estas relaciones entre las constelaciones y las épocas de las siembras y cosechas, estuvo recogida en la obra de Hesíodo “Los trabajos y los días”.
En cuanto a la muerte de Orión, parece ser que la provocó Artemisa, la diosa virgen, cazadora y heredera del trono de Selene, la Luna. Dicen que la diosa se enojó cuando Orión, que casi había exterminado los animales de Creta debido a su puntería con el arco, se atrevió a tocar su peplo y mandó llamar a un escorpión para que le clavara su púa venenosa. Tanto Orión como Escorpio ascendieron al morir y lucen en el cielo, pero permaneciendo en polos opuestos; cuando uno es visible el otro desaparece y viceversa. Son los eternos enemigos condenados a perseguirse.
En el cielo invernal, Orión es muy conspicuo: ocupa un enorme tamaño, acosando a las Pléyades y enfrentándose a Tauro, flanqueado por sus perros, el can menor y el can mayor, cuya cabeza era la significativa Sirio, la estrella más brillante e importante del firmamento.
Tal asterismo, tan ubicuo, ha sido desde siempre escrutado por los navegantes. Vivió en Cilicia, en el S III a. C., un astrónomo griego llamado Aratos, que inmortalizó su obra en forma de poesía didáctica, en una mezcla de erudición científica y creatividad artística. Su poema más famoso fue Fenómena, en la que va mezclando la contemplación del cielo con la meteorología y la navegación, creando una descripción de un universo vivo, luminoso, elegante y repleto de avisos para los marinos. En Orión se podían leer los mensajes que nos lanzaba el cielo sobre la posibilidad o no de hacerse a la mar. Decía Arato: El marino debe observar el Rio (asterismo a los pies de Orión), para esperar la señal que le indique la conveniencia de navegar.
Pero lo que vemos en el cielo no es mas que una proyección ficticia de estrellas y soles que en realidad distan mucho unas de otros. Betelgeuse no esta en el mismo plano que Rilge, ni de los tres Magos del cinturón, ni de su daga. Y entre medio existe una nebulosa donde se generan nuevas estrellas; allí nació La gigante roja Betelgeuser. Y allí mismo algo debió sucederle a la recién nacida, porque salió disparada como un “meteoro» estelar y hoy está atravesando una zona aparentemente vacía de la nube.
Betelgeuse, que palidece en la noche. La estrella ha expulsado tanta masa como la que contiene una estrella enana entera. Si pudiéramos recoger los exabruptos del hombro de Orión en los últimos 100 milenios, tendríamos gas suficiente para hacer un astro del tamaño de la vecina Proxima Centauri.
Pero volviendo al tema ¿Qué pasa con Betelgeuse? Los científicos no se ponen de acuerdo sobre si ha muerto ya, o solo se oculta. Si hubiera explotado como supernova hace 600 años, primero nos llegaría un poderoso, pero corto, estallido (algunos minutos u horas), después veríamos como el brillo de la estrella crece hasta alcanzar una magnitud de -12.4 (similar a la de la Luna llena). Durante varias semanas el brillo de la estrella sería tan grande y estaría tan concentrado que es posible que no pudiéramos mirarla directamente sin hacernos daño. Betelgeuse sería visible incluso de día. Al cabo de unos meses desaparecería primero del cielo diurno y después también del cielo nocturno. Nos dejaría un punto negro.
Nos consolaremos pensando que todos los días desaparecen estrellas sin inmutarnos. Pero Betelgeuser es otra cosa, es una estrella familiar, algo cotidiano a cuya ausencia habrá que acostumbrarse. La otra noche la miré y me entristeció, parecía un vulgar resplandor en el universo abrumador de una noche marina cualquiera. Ella, que había dado pie a tan fabulosas leyendas y poemas, aparecía rosa y desvaída, una sombra leve de lo que sucedió.
Será casualidad, pero esta semana también nos abandonó Kiki Dimula, uno de los grandes nombres femeninos de la poesía griega después de Sapho. La mujer que sabía escuchar a la lluvia. No explotó como una supernova, pero sí nos dejó un hueco oscuro. Y sí, ya lo sé, constantemente desaparecen estrellas y nacen otras, pero no son las mías. La rapidez es lo que me da vértigo y levantarme una noche y no reconocer el firmamento es una de las peores pesadillas. Fue Dimula la que dijo:
Echo de menos aquella Grecia sin nubes, luminosa, que se reflejaba en el cielo confiado de mi juventud.
Πολύ με ζάλισε απόψε η βροχή
μ’ αυτή της τη μεροληψία
όλο εσύ, εσύ, εσύ,
σαν όλα τ’ άλλα να ‘ναι αμελητέα
και μόνο εσύ, εσύ, εσύ.
Τόση βροχή για μια απουσία,
τόση αγρύπνια για μια λέξη,
όλο εσύ, εσύ, εσύ.
Mucho me aturdió anoche la lluvia
con ese favoritismo suyo
solo tú, tú, tú
como si lo demás no importara
solo tú, tú, tú.
Tanta lluvia por una ausencia.
Tanta vigilia por una palabra.
Solo tú, tú, tú.
Hola Anuska. Que entrada más bonita. Me has tocado en uno de mis puntos débiles, las estrellas junto con sus historias alucinantes mezcladas con la mitología griega. Un Sálvame Deluxe arcaico, muchísimo más interesante que la constelación de memos que pueblan nuestras televisiones de ahora. No sabía nada de lo de Betelgeuser. Esta noche miraré a Orión con otros ojos, y más sabiendo que le gustaba tanto el tinto.
Un mogollón de besos.
Viriato
Claro, colega, Orión es tu constelación por antonomasia: vino y barcos. Sí que es verdad que en Quios visitamos una cava donde presumian de tener el caldo más antiguo de Grecia. El bodeguero nos juraba que las naves aqueas habian cargado bien en su viaje a Troya. Luego, lo del caballo, fue una flipada de alguien que se pasó un poco.
Mira a Betelgeuse que se está recuperando. Besos betelgeusianos.
Hola Ana, ya sabía de la pérdida de brillo de Betelgeuse y las preguntas que se hacen los científicos al respecto. Pero más allá de la explicación o hipótesis astronómica, a mi me da pena. Betelgeuse me es muy familiar, la observo/admiro casi cada noche en invierno. Espero no le pase lo mismo a Capella, mi favorita, más allá de Sirio, un poco arrogante ella…
Un abrazo
paul
Bueno, es que Sirio es toda una señora estrella. Le dió nombre a Siria y al siroco. Y tenía hasta un calendario dedicado: calendario sótico. Pero tienes razón, Betelgeuse era de la familia, es como si te hubieras alejado de algún ser querido. En el fondo de eso iba la entrada, pero acabó hablando de Orión y sus perros.
Un abrazo
Fascinante, Ana, no me canso de aprender sobre las estrellas. Llevo ya un tiempo oteando la venta de telescopios para hacerme con uno. Vivimos bajo un monte de algo más de 500 m de altura al que se puede acceder en coche hasta casi su cima, al norte de él solo está la mar, sin luces, sin contaminación lumínica. Solemos subir por la noche, de vez en cuando, algún viernes o sábado que está despejado a contemplar ese cielo hacia el norte, y realmente es un auténtico placer hacerlo. Hoy está cubierto y llueve, pero para el finde anuncian de nuevo cielos despejados, habrá que subir a vigilar a las luciérnagas del cielo.
Un placer Ana.
Los telescopios están muy bien, pero uno bueno es bastante caro. Yo tenía uno corrientito y, la verdad, las estrellas no me llamaban la atención. Casi prefería verlas al natural, conjugando con sus historias mitológicas fascinantes. Pero una vez me invitó un amigo a disfrutar de un buen observatorio en Cuenca y flipé con los planetas y las nebulosas ¡Qué pobre cosa somos frente a un cielo estrellado!
Un abrazo y aprovecha tu monte despejado; y tómate un vino a la salud de Orión.
Veo que anuncias la desaparición reciente de Kiki Dimulá. Hace dos o tres años la descubrí gracias a una edición bilingüe de «La pasión de la lluvia», que he gustado varias veces . La poesía, sin embargo, no desaparecerá, intemporal, eterna.
Preciosos los compases para los últimos versos de la pasión de la lluvia. Preciosa la voz de Korína Legáki .
Kiki Dimula tiene una escritura sobre la que te gusta pasearte una y otra vez, como la buena música, y como ella son tan importantes sus sonidos como sus silencios. Aunque ahora el silencio será eterno.
Decía Ritsos que la poesía no tiene la última palabra, pero casi siempre tiene la primera.
Un abrazo