Saltar al contenido

Rapsodia de otoño

Hipócrates sostenía que la salud descansaba en cuatro humores perfectamente equilibrados: bilis negra, bilis amarilla, sangre y flema, que se relacionaban con los cuatro elementos: tierra, fuego, aire y agua; cuatro estaciones: otoño, verano, primavera e invierno; o cuatro sensaciones: caliente, frío, húmedo y seco. También consideraba que los desequilibrios daban lugar a cuatro temperamentos: los individuos con mucha sangre eran sociables; con mucha flema eran calmados; con predominio de bilis amarilla eran coléricos y, por último, aquellos con preponderancia de bilis negra eran melancólicos. Realmente el término melancolía, μελαγχολία, quiere decir bilis negra.

Con el paso del equinoccio, el Sol emprende su camino de vuelta hacia el Sur, para caldear el otro hemisferio. No es un momento memorable, como en los solsticios, cuando alcanza su máxima declinación, sino un instante casi desapercibido que da paso al otoño. No hay pena, ni dicha, pero sí una dulce melancolía, que se derrama por nuestras carnes y nos deja las mandíbulas flácidas y dolidas, como si un ácido caramelo de limón se derritiera en nuestra boca. Asoman las moradas cabezas de los ciclámenes y las hojas doradas caen entre ellos suavemente, sobre las tierras resecas. Maduran los amarillos membrillos y estallan las sangrientas granadas picadas por los pájaros. Una discreta ceremonia, junto con un leve parpadeo del Sol, nos hace caer en la cuenta de que la vida es circular y que, si aceptamos ese devenir repetitivo, entenderemos que la circunferencia es la más perfecta de las figuras geométricas.

Otros años, el equinoccio nos suele pillar de viaje por el Egeo, pero este, por motivos que no vienen al cuento, nos hemos quedados detenidos, como el Sol en el ecuador celeste. En un primer momento, lo tomé como una contrariedad, una mala suerte que nos privaba de nuevas experiencias y paisajes: ¿de qué iba a escribir yo si no había nada extraordinario que contar? Y la frustración de ver escaparse el tiempo, junto con Vega y su triángulo del verano, sin haberlo aprovechado y exprimido. Llegaría la funesta Sirio y sus sirocos, se consumiría otro ciclo anual sin tener nada que ofrecer. Si el número de veranos es finito, como dice Aurora Luque, ¿por qué no hacer perdurable el otoño a base de acariciar lentamente la golosina agridulce de la melancolía?

El viaje nos brinda el espejismo de la trascendencia y vamos y venimos por el globo terráqueo como pollos sin cabeza, huyendo de nuestras sombras, emprendiendo imaginarias aventuras, como quijotes desquiciados, con las que llenar las cuentas de Instagram de las largas noches de invierno. Para conjurar esa aparente decepción, cogí mis pinceles, como una bruja empuña su ramillete de tomillo, y me dispuse a exorcizar la desgana a base de dibujar un día tras otro el mismo cielo, el mismo mar, las mismas piedras y el mismo árbol. Y todo iba bien, hasta que, de repente, ¡zas!, a las cuatro y media, aparecieron las cabras.


La primera se asoma temerosa, las otras se detienen atentas, las pequeñas berrean, las viejas agitan los cencerros. Y el campo, hasta ese instante inanimado, se colma de un concierto trashumante que dura apenas media hora, pero constituye el momento más grato del día. Se apaga el murmullo de los cipreses, el griterío de las chicharras y el cuchicheo de los lentiscos. El silencio de obertura da paso un bramido de balidos y campanilleos que satisfacen la tarde. Y no hay nada mejor que hacer salvo nadar escuchando esa buena melodía, seguir su ritmo y sus pausas. Aquella rapsodia, ῥαψῳδία, era, como bien dice la palabra griega, un ensamble de sonidos deslavazados, que juntos y sin buscarlo formaban una armonía equilibrada.

Cada jornada, un minuto antes; con cierta inclinación de los rayos del sol como detonante, parte la musical mesta hacia la otra parte de la isla, orillando por el mar, deteniéndose en los riscos, desapareciendo entre los árboles. Tras ponerse el sol en los olivos, el mundo se oscurece y se calla. Con el amanecer volverán, siguiendo de nuevo los rayos de luz, describiendo un círculo cansino. A las cuatro y veintinueve se reanudará la función.

Por las mañanas llega el pastor con su barca para traerles pienso y agua fresca. Él silba y ellas bajan agitadas hacia el muelle. Me gusta ir a saludarle; con los años ya hay cierta amistad. Él sabe que nos gusta el lugar, nosotros sabemos que le disgustan las nuevas villas que un desaprensivo va a construir, cerrándole el paso a su rebaño. ¿Y qué harán tus cabras, Petros?, ¿y qué haremos nosotros?, ¿por qué hay tanta insensibilidad ante la belleza?, ¿para qué sirve poseerla y mancillarla? Las preguntas no tienen más respuesta que un encoger de hombros resignado.

–Τι να κάνουμε; ¿Qué le vamos a hacer? Ahora ponen en venta los terrenos los herederos, que nunca vieron ni escucharon estos parajes.
–Pues afilar bien los dientes, armarse de lanzas y cuchillos, disparar dañinas flechas que oscurezcan el cielo, abrir la bolsa de los vientos, enervar a Poseidón y su tridente. ¡Cualquier cosa antes de que se apague la música!

El último día llegó un pequeño transbordador y se llevó al rebaño. Allí se iban María Quesitos, Proserpina, Cornucopia, la comedora de olivos, la cabra llorica, la pasmada, la baronesa rampante y las gemelas barbudas. Todas juntas y en silencio. Las cabras rapsodas, esas virtuosas que con su costura hilaban buenos y apacibles cuentos.

–Las he vendido –dijo– ahora ya no puedo venir todos los días a cuidarlas, se acerca el invierno.

Esa tarde el concierto fue un cuarteto. Pero ellas, las pertinaces supervivientes, continuaron con su movimiento de ida y vuelta, su melancólico viaje a ninguna parte, perpetuando el milagro y la perfección del círculo, como así lo describe el Boyero y su arado celeste. Porque, con toda seguridad, retornará Perséfone por la primavera. Y Deméter volverá a festejarlo; así ha sucedido siempre y debe suceder de nuevo.

Esas cosas aprendí en mis viajes. Nada más. Nada menos. Y de esta forma las cuento.


Στις αρχές του φθινοπώρου
πέσαν κάμποσες βροχές
και σκορπίσανε τα φύλλα
σαν παλιοί συμμαθητές
κι ανοιχτήκαν οι ομπρέλες
και βραχήκαν οι φωτιές
και πεθάναν καλοκαίρια
μόνα στις ακρογιαλιές.

Στις αρχές του φθινοπώρου
κάτι έχω να σου πω
πως το στέμμα ήταν ψέμα
βασιλιάς δεν είμαι εγώ
και του ρολογιού η ώρα
ήταν ψέματα κι αυτή
σου ‘πα είναι εφτά και δέκα
κι ήταν δέκα και μισή.

Στις αρχές του φθινοπώρου
θα κλειδώσω δυο ζωές
τα κλειδιά τους θα πετάξω
στου μεσημεριού το χτες
στις αρχές του φθινοπώρου
μη γυρίσεις να με βρεις
θα ‘χουνε αλλάξει όλα
σαν τα χρώματα της γης.

Al comenzar el otoño
cayeron abundantes lluvias
y se esparcieron las hojas
como antiguos compañeros.
Y se abrieron los paraguas
y se mojaron los fuegos
Y los veranos murieron
solitarios en las orillas.

Al comenzar el otoño
tengo algo que decirte
que la corona es mentira
y un rey no soy.
Y la hora del reloj
era mentira también.
Te dije las siete y diez
pero eran las diez y media.

Al comenzar el otoño
encerraré dos vidas
y tiraré lejos las llaves
al mediodía de ayer.
Al comenzar el otoño
no me vengas a buscar
habrá cambiado todo
como los colores de la tierra.

10 comentarios en «Rapsodia de otoño»

  1. Hola Anuska, sé que me repito, pero… ¡Como me escribes!. Sentado en la mesa del Viriato, con un vino blanco entre mis manos y leyéndote; para que necesito postre. He recordado a mi querido amigo que el otro día me decía que las cabras locas de Kastor le atacaban… ¿serían por sus cantos?¿ Su despedida? Mas imagino las ganas de, quitándoles el pellejo, merendárselas al horno en un buen guiso. Que mala es el hambre y las ganas de hambre. Bueno, si quedan cuatro rapsodas nos da para una buena merienda.
    Un millón de besos compañera y otro para mi querido amigo.

  2. Gracias Ana!
    Leyéndote puedo estar allí. Sin cerrar los ojos puedo ver el rebaño escuchar su rapsodia y el susurrar del viento ligero de otoño, incluso sentir el sol de la tarde en mi piel.
    Ni se si serás bruja pero tus relatos embrujan!
    Disfruta y cuéntanoslo!

    1. Las brujas quemaban rastrojos de tomillo seco en las encrucijadas de los caminos, para ahuyentar a los malos espíritus. No sé si lo conseguían, pero, al menos, dejaban un agradable aroma. Si la prosa consigue esas mismas sensaciones es que he dado en la diana y me siento satisfecha.
      Gracias, Eduardo

  3. Melancolía otoñal, si.
    Has visto la peli ´’Melancholia’ de Lars Von Trier? Poco que ver con Grecia, pero te deja con la misma sensación de desamparo.
    Un abrazo
    Paul

    1. Hola, Paul. Sí, vi la película, pero no me acordaba de que el planeta se llamaba melancolía. Es una historia inquietante, como todo lo que hace Lars Von Trier. Tengo que reconocerte que no soy muy fan del director, pero sí que te deja siempre pensando sobre sus películas. Quizás tenga razón y llegue a ser la melancolía el enemigo que acabará con nosotros, pero la alegría desbordante y el tirar hacia delante, sin detenerse en contemplar lo que se queda en el camino, tampoco es nada bueno para nuestro planeta. En los periodos de bonanza siempre se ha construido, ya lo hacían así los romanos. Aunque corremos el peligro de que no quede espacio para construir en un futuro. Quizás, entonces, sea necesario un planeta melancolía que nos borre del mapa, por burros.

      Un abrazo

  4. Querida Ana,
    lo que escribes tan bien, es hermoso.
    Comparto contigo el amor a ese pequeño gran país que es Grecia, la actual.
    De la antigua ya tenemos muchos motivos para admirarla.
    Es un placer leerte y sentir una misma sensibilidad y admiración hacia un país y una gente que cuanto más lo conoces más te emociona.
    Tras el naufragio en la costa del Peloponeso este verano con tantísimos muertos pienso, como navegante, que la primera y más sagrada obligación de los que estemos en el mar es acudir al rescate de cualquiera que lo necesite.
    El derecho marítimo es absolutamente claro al respecto: Mayday,mayday, mayday, y allí va todo el que pueda.
    Y ahora nos intentan colar que no, que los que «viajan» en patera después de horribles sufrimientos no merecen un rescate en el mar ni por supuesto en tierra, no son seres humanos porque son sirios, palestinos, afganos, malineses, senegaleses, etíopes, somalies, etc, etc, etc…
    Creo que es nuestro deber denunciar este crimen de lesa humanidad que se está perpretando a las puertas y dentro de la Unión Europea.
    Y no esperemos nada de los gobiernos, ya nos han mostrado de lo que son capaces, seamos los ciudadanos los que digamos ¡basta!, por aquí no paso, no lo voy a permitir.
    Perdona si digo cosas que me parecen evidentes y necesarias.
    Por eso necesito tus textos tan poéticos y llenos de sensibilidad.

    Un abrazo querida Ana, tan necesaria en este mundo donde el sueño de la razón produce monstruos.

    1. Gracias, Santi, por tu comentario. Y me alegro de que nuestros sentimientos sean comunes, respecto a Grecia y sus gentes.
      Del naufragio en el Jónico y de la actuación de los guardacostas griegos no se ha vuelto a hablar. Supongo que se diluirá en el tiempo, como tantos otros siniestros en el mar. Y nadie se hará responsable.
      En cuanto a lo del auxilio ante un «Mayday» está claro que es una ley de oro en el mar. Pero, cuidado, en el caso de inmigración ilegal, te pueden acusar de tráfico de personas si los embarcas a bordo. Tú, como navegante, no puedes hacer nada más que comunicar el hallazgo a las autoridades. Esto, en la práctica, es una crueldad, pues seguro que hay cantidad de barcos que hacen la vista gorda para no meterse en problemas irresolubles.
      Europa debería ponerse de acuerdo en su política migratoria y no meter la cabeza bajo el ala. No es solo un asunto de los griegos, los italianos o los españoles. Mientras tanto, el Mediterráneo se llena de cadáveres. Realmente bochornoso. Mucho más que la melancolía otoñal.

      Un saludo y gracias por pasar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *