Cuando de pequeños nos explicaban las guerras Médicas, nos desparramábamos todos por los pupitres, con el brazo estirado sobre la mesa y la cabeza apoyada de lado, abriendo la boca como perros y cerrando los ojos con desespero; mirando las quietas manecillas del reloj de la pared, mientras se oía una retahíla de nombres extraños e imposibles de recordar.
Yo ahora me pongo en el lado de la tarima, el burladero de la valiente profesora, frente a esas caras constreñidas, con los mofletes marcados por la presión contra el escritorio, con los libros abiertos, rayados, ilustrados con infinidad de gafas, bigotes y esquinas en forma de tirabuzón ¿cómo narices les meto yo a estos en la sesera esta sarta de batallas sin que ninguno se me caiga de la silla? Luego llegó el cine y una sola película de animación “300”, levanto más pasiones por Leónidas y Jerjes que la pobre mujer de gafas que se empecinaba en darnos a conocer las maravillas de la Historia. Pero si algo dejó, en nuestros planos cerebros de entonces, esas soporíferas tardes de invierno, es el cimiento de la curiosidad, el virus latente que cuando germina y se multiplica al compás de cómo crecen tus miembros y tus huesos, te incita a seguir leyendo para comprender esas músicas que suenan en la distancia. La incipiente cultura que intentaba a nuestro pesar sembrar esa humilde maestra no era más que un regalo, un arma poderosa para intentar ser feliz, incluso en las condiciones más adversas, un mecanismo de supervivencia. Gracias.
Pues debieron ser esas campanillas las que sonaron a bordo, para que, acompañados de Heródoto y de Esquilo, nos adentráramos en las turbias aguas de Salamina, para sentir, en vivo y en directo, los gritos de griegos y persas participando en una de las batallas más famosas de la historia. Nos pueden no gustar las contiendas, pero estas célebres, con el paso del tiempo se desdibujan y decoloran para quedar convertidas en emocionantes películas.
Rebuscando en internet sobre Salamina me encontré un blog de viajes que decía de ella: paradisiaca isla griega de aguas cristalinas, situada muy cerca de Atenas. Estaba claro que el escritor no había estado jamás aquí. Y por otro lado queda patente también las trolas y lugares comunes que se perpetúan y multiplican en la red hasta crear mundos ficticios. Por eso, no hay nada más engañoso que buscar un local con Tripadvisor y menospreciar el propio olfato.
El pecado de Salamina es haberse dejado caer cerca de la gran Atenas que, como la leche de un cazo hirviendo, se desparramó por el Pireo y Eleusina, para cruzar flotando el pequeño estrecho de Pérama y llegar a la isla, contagiando e incluso exagerando su urbanismo desquiciante, su tráfico infernal y el ruido mortífero en las calles. Podría ser una preciosa tierra rodeada de ensenadas y bahías con playas de arena fina. Sí que es verdad que en su parte sur tiene ciertas calas tranquilas, pero la construcción desordenada les da un aspecto destartalado y poco mimado. Pero hay que reconocerle que tiene unas Ouzerias que quitan el hipo. Y que yo, adoradora del gran dios Calamar, tuve que realizar algunos sacrificios de gratitud por tener el privilegio de haber comido de sus carnes sagradas. Fritos con sus tintas dentro; todavía vierto lágrimas con el recuerdo de su gusto. Calamares de Kúluri, me apunta mi amigo Rodi, llamando a Salamina por su nombre Arvanita. Y es verdad que como tales se anuncian en las tabernas.
El golfo de Eleusina, al norte, tiene entrada por estrechos al Este y al Oeste, aunque hay ciertas zonas no navegables por motivos militares. Esta ensenada natural es prácticamente una prolongación del puerto del Pireo, con su industria naval más contaminante; astilleros, varaderos, refinerías, carga y descarga de contenedores. Adentrarse en este golfo no tiene más sentido que visitar el escenario de la batalla para quien guste más de evocar que de fotografiar.
Entrando por el Este, dejando la isla de Psitalea a estribor hay un paso muy estrecho, con un tráfico de mercantes y prácticos casi constante, donde se produjo el encontronazo de griegos contra persas. No voy yo ahora aquí a describir la batalla, extensamente estudiada, interpretada y desmenuzada por los historiadores; el que tenga interés mejor que lo lea en este enlace de Wikipedia. Solo haré un resumen de lo importante, bajo mi punto de vista.
Era el 20 de septiembre, en una zona donde el Meltemi o los vientos del Norte suelen ser dominantes. Toda la flota griega, bastante inferior en número al enemigo, se concentraba dentro del golfo. Las trirremes persas, taponando la salida por el Oeste y por el Este ý el ejército de tierra por el Norte, los tenían sitiados. Sin embargo, Jerjes decide atacar y meterse en el estrecho cercano a Psitalea, con los barcos remando, probablemente contra el viento, en un espacio constreñido y de difícil maniobra mientras el enemigo solo tenía que dejarse caer viento a favor para clavar su espolón certero en el costado. Es como si un gato tonto metiera el hocico en un nido de ratones; antes de que el minino consiguiera asestarles un zarpazo ya le habrían puesto hecho un ecce homo, con toda la cabeza mordida. Bien es verdad que como nos cuenta Heródoto, todo se fraguó por un engaño de Temístocles que, haciéndose pasar por un traidor, hizo creer a Jerjes que la liga griega se disolvería y los hombres desertarían para correr a proteger sus respectivas patrias. Eran tiempos de grandes apostasías, donde todos se aliaban y se traicionaban como las pandillas en un colegio, así que Jerjes se lo tragó. A pesar de que alguno de sus estimados consejeros, como Artemisia de Cariá, le dijo que no era muy sensato luchar en esas condiciones, el rey se retiró al monte cercano de Egaleo para contemplar la segura victoria, como algunos siglos antes había hecho Poseidón encaramándose al monte Fengari de Samotracia para vislumbrar la devastación de Troya. El monte Egaleo es perfectamente visible en el continente, más allá de la bruma de contaminación de Pérama.
Mensajero- Ten por seguro que, en lo tocante al número, el bárbaro habría vencido con sus naves. Los griegos tenían en total diez escuadras de treinta naves a las que se añadía una decena especial; por el contrario, Jerjes –lo sé muy bien– tenía bajo su mando mil naves además de doscientas siete embarcaciones ligeras; esa es la cuenta.
Los persas. Esquilo
La batalla propiamente dicha, debió ser un tumulto de maderas, náufragos, escudos, remos entrechocando, trirremes, gritos y estandartes en un angosto pasillo en el que apenas se podían mover ni virar los barcos de más de 30 metros de eslora, con los supervivientes intentando encaramarse al islote Psitalea para encontrar la muerte a palos. Las trirremes encalladas y sin maniobra, el viento empujando a los griegos contra los persas, quienes no podrían dejar de remar para avanzar contra el viento. Estandartes confundidos y felonías desesperadas para salvar el pellejo, como la de la pérfida Artemisia haciéndose pasar por aliada griega para poder escabullirse.
El estado de desolación que acompaña siempre a la trastienda de los grandes puertos, con sus derrelictos, pecios y barcos abandonados, oxidados y olvidados, que se disuelven lentamente en las ácidas aguas podridas, nos despierta la imaginación con más pasión que una banda sonora. Basta quedarse mirando el ir y venir de los mercantes en cola y los bocinazos advirtiendo las maniobras, en esas aguas turbulentas por el trasiego, para comprender un poco los detalles de lo sucedido aquel día de septiembre.
Mensajero – …en cuanto el día radiante tomó posesión con sus blancos potros de la tierra entera, lo primero que se dejó oír fue un clamor a modo de himno de victoria procedente del bando griego al que contestó el eco penetrante de la roca isleña…
…Inmediatamente una nave hirió a otra con su espolón de bronce; una nave griega empezó la acometida y destrozó el mascarón de popa de una nave fenicia; cada cual dirigía su madero contra otros. Al principio resistió el torrente del ejército persa. Pero como en un enclave estrecho se aglomeró una gran cantidad de naves, ya no les era posible ayudarse unos a otros, sino que, al revés, ellos mismos se golpeaban entre sí con sus espolones de proa repujados con bronce al tiempo que destrozaban todo el aparejo de remos. A su vez las naves griegas no con impericia, colocadas en círculo las zaherían. Cascos de barcos se iban volcando y el mar ya no podía verse, repleto de restos de naufragios y de hombres muertos; riberas y escollos se iban llenando de cadáveres. Y las naves de la escuadra bárbara que lograban salvarse remaban en busca de la huida en pleno desconcierto. Por su parte los griegos, como a los atunes o cualquier otro banco de peces, con trozos de remos, con fragmentos de tablas de los naufragios, los golpeaban, los machacaban: un lamento entremezclado de gemidos se extendía por alta mar hasta que se lo llevó el ojo de la negra noche.
Los persas. Esquilo
En el puerto de Salamina fondeamos frente a un muelle de madera pintado de colores donde se alternaban las reuniones de señores y señoras charlatanas, amables y felices. Tenía en el frente un mostrador donde vendía ostras, mejillones y berberechos, pero no muchos clientes y unas mesas improvisadas a modo de bar, posiblemente ilegal, donde se acumulaban tazas y botellas hasta el día siguiente. Cuando les pedimos permiso para desembarcar nos contestaron con alegría, como si no hubiera algo más natural que pasar por delante de sus narices, ni nada más importante que desear buenas noches oyendo los grillos. Comparto con los griegos esa obsesión de buscar su rincón frente al mar, incluso al pie de una polvorienta escalera como aquella, y agarrarse a este espacio como las lapas en las rocas. Un poco más allá queda el mundo ajeno, derrumbándose sin que nadie le preste excesiva atención. Los persas llegando orgullosos y saliendo acobardados, los altares sagrados de Eleusis hoy ocupados por grandes fulgores de las magnas chimeneas, los mercantes, los turistas, los veleros, las motos a escape libre, los transbordadores y los ferris. Todo pasa ante sus ojos sin merecer excesiva atención; mientras haya mar y calamares, lo demás ya lo has visto todo, como Perséfone en su balcón primaveral.
Vuelvo a echar mano del poema de Nikos Gatsos, La pesadilla de Perséfone; musicado por el genial Hatzidakis. El intérprete es el recientemente malogrado Laurentis Maharitsas , a quien hago de esta forma un homenaje.
Ο εφιάλτης της Περσεφόνης
Στίχοι: Νίκος Γκάτσος
Μουσική: Μάνος Χατζιδάκις
Εκεί που φύτρωνε φλισκούνι κι άγρια μέντα
κι έβγαζε η γη το πρώτο της κυκλάμινο
τώρα χωριάτες παζαρεύουν τα τσιμέντα
και τα πουλιά πέφτουν νεκρά στην υψικάμινο.
Κοιμήσου Περσεφόνη
στην αγκαλιά της γης
στου κόσμου το μπαλκόνι
ποτέ μην ξαναβγείς.
Εκεί που σμίγανε τα χέρια τους οι μύστες
ευλαβικά πριν μπουν στο θυσιαστήριο
τώρα πετάνε αποτσίγαρα οι τουρίστες
και το καινούργιο πάν να δουν διυλιστήριο.
Κοιμήσου Περσεφόνη…
Εκεί που η θάλασσα γινόταν ευλογία
κι ήταν ευχή του κάμπου τα βελάσματα
τώρα καμιόνια κουβαλάν στα ναυπηγεία
άδεια κορμιά σιδερικά παιδιά κι ελάσματα.
Κοιμήσου Περσεφόνη…
La pesadilla de Perséfone
Música: Manos Hatzidakis
Letra: Nikos Gkatsos
Allí donde crecía el poleo y la menta fresca
Donde la tierra hacía brotar los ciclámenes
Ahora, campesinos negocian con cemento
Y los pájaros caen muertos sobre las altas chimeneas
Duerme Perséfone
En el abrazo de la tierra
Al balcón de este mundo
no salgas más
Allí donde juntaban las manos los iniciados
Reverentemente antes de entrar en el templo del sacrificio
Ahora tiran colillas los turistas
Y van a contemplar la nueva refinería.
Duerme Perséfone…
Allí donde el mar se bendecía
Y los balidos eran la enhorabuena de los prados
Ahora camiones transportan a los astilleros
Cuerpos vacíos de niños de chatarra y chapa
Duerme Perséfone…
Anuska, como siempre cuando leo tu blog y hablas de viajes, abro a San Google Maps para seguir tus peripecias por el mapa fotografiado, y me llama la atención que la isla de Salamina, no tenga ningún puente con el continente. i Y está habitada vive dios!. Divertido tiene que ser el trasiego de barquitas con gente yendo y viniendo para ir al curro. iEstos griegos sí que saben!
Mil besos viajeras de mis entretelas
Viriato
Sí, hay ferris constantes con el continente, en el fondo es como un puente pero más divertido.
Pues coge el libro de historia porque vamos a repasar todas las guerras Médicas. El Meltemi está muy cabrito este año.
¡Fantástica la bahía de Maratón! No había persas ni turistas.
Por lo que veo, estáis subiendo por el canal de Evia, he intuyo que el próximo blog que nos toca es maratón, y el siguiente las Termópilas. Si acabáis en las Espóradas del norte, espero que nos amenices con la historia de “mama mía” ????
El Meltemi esta pesado este año y no nos deja cruzar el Egeo. Paciencia.
Casualidad, hace poco veía las dos pelis de 300 y la verdad, me preguntaba cuanto de cierto había en ellas.
Un saludo.
Las fuentes que relatan la batalla de Salamina y la de las Termópilas ; a las que se refiere la peli 300, son fundamentalmente Heródoto y Esquilo. Esquilo puede exagerar, ya que era un escritor de teatro, pero Heródoto suele ser bastante equilibrado, como historiador, y contar las cosas de la forma más fiel posible. De todas formas hablamos del 480 a.c., bastante más próximo y contrastado que Homero y sus cuentos, que hay que mirarlos con lupa.
Un abrazo