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Saltando desde el cabo Dukaton II. Safo de Mitilini

Desde aquí puedo ver el Dukaton, con su faro que repite su recitativo de síes y noes, luz y oscuridad, sin pausa ni descanso. La luz de alivio que nos sitúa en el mundo; mas allá todo es mar cambiante sin forma definida ni duradera. A los barcos el primer destello los sitúa y los hace volver inmediatamente a la tierra. Algunos dirán que el GPS es más preciso, pero creo que se equivocan, porque su certeza es solo una alucinación de un universo cuántico extraño; solo los ciclos de luz oscuridad, todo o nada, ceros y unos, nos dan la emoción pasajera de saber quienes somos, donde estamos y hacia dónde dirigirnos.

Es una tarde gris de primavera, el cielo manda señales de sombras y soles, como el faro, y las flores responden apagando o iluminando sus colores, como semáforos que regulan un tráfico de insectos zumbadores que espera los claros luminosos para vivir a pierna suelta. Contemplar el Dukaton es relajante y me hace reflexionar, como en la entrada anterior, sobre otra de las mujeres a las que la historia hizo suicidarse saltando sobre sus blancos acantilados calcáreos: Safo. No es casual que ambas provinieran de sociedades menos encorsetadas que la ateniense, tanto en Lesbos como en Asia Menor, bajo influencia persa, la libertad en la forma de vida femenina estaba a un paso por delante. Así que las precipitaron desde aquí por castigo a su osadía.

Cuentan que Orfeo murió en Tracia. Deprimido y retirado tras la terrible perdida de su amadísima Eurídice, no quiso volver a mirar a ninguna otra mujer. Las tracias, ofendidas por su desdén, lo mataron, descuartizaron y tiraron su lira al rio Evrós, caudaloso como pocos, que la impulsó con su corriente hasta las orillas de Lesbos. Allí la lira se recompuso e inició una nueva identidad; comenzó a tañer lamentos que engendraron la poesía lírica. Quiso así el dulce instrumento que las odas guerreras y sangrientas de los aedos épicos se transformaran en dulces baladas intimistas, que no narran, sino que desnudan el alma, y que no exhortan a la heroicidad, sino al goce y dolor introspectivo. La lira pasó a las manos de otra interprete memorable: Safo de Mitilini. Casi 3000 años nos separan, pero volvemos una y otra vez sobre ella porque la belleza, afortunadamente, perdura en el tiempo.

Safo (SVI a.C.) era de familia noble y de gran belleza física, según unos, y oscura como la arcilla de la tanagra, poco agraciada y lejos de los cánones de la belleza, para otros. Pero, sin embargo, Platón se refería a ella como la seductora décima musa.

Según Heródoto, nació en Ereso, Lesbos, en una familia acomodada dedicada al comercio de vino; antepasados de su padre habían participado en la guerra de Troya y se había enriquecido en el saqueo. Su padre murió en una guerra absurda cuando era una niña, pero con el tiempo, fue ella quien hizo prosperar aún más el negocio e introdujo a sus hermanos menores en el conocimiento práctico del mismo. Participó activamente en las luchas políticas que tenían lugar en Lesbos, junto con su amigo y también poeta Alceo, y mostró su oposición al tirano Pitaco que gobernaba la isla, implicándose en una conspiración para matarlo. Tanto Alceo como ella fueron detenidos y condenados al exilio, Alceo a Egipto, ella a Sicilia.

Durante su estancia en Siracusa casó con el rico Cerecla, comerciante de Andros, con quien tuvo una hija y de quien heredó una gran fortuna, suficiente para mantener a sus hermanos y la escuela de jóvenes discípulas que fundó en la ciudad, para dar, entre otras cosas, educación a su hija. La escuela se llamó Museo, la casa de las Musas y fue coetánea de la escuela pitagórica de Crotone, si bien solo para mujeres.

Tengo una hermosa hija
Que tiene para mí
La esplendente belleza de una flor de oro,
Mi amada Kleis,
A la que no cambiaría por todas las riquezas de Lidia,
Ni tan siquiera por la hermosa Lesbos.

El tirano Pitaco, seis años después, levantó el castigo y Safo pudo regresar a Lesbos. Cuando éste falleció, Safo acudió a su entierro dedicándole unas palabras de elogio y admiración.

Este hombre que fue mi enemigo, ha sido uno de mis mayores benefactores, porque si no, no hubiera andado yo por esos mundos y siendo mi enemigo me quiso y fue sabio y bueno conmigo. Mientras que otros que están a mi alrededor y en mi sociedad, son mis verdaderos enemigos aunque me sonríen y me saludan cuando nos cruzamos en los caminos.

Safo regresó a Mitilini con su academia femenina a cuestas, en la que enseñaba arte, canto, danza y literatura a muchachas jóvenes, fundamentalmente para prepararlas ante sus esponsales. No solamente escribía sus poemas, sino que ponía música y coreografía a sus composiciones, pues ella misma era una gran bailarina

Está suficientemente probado que no fue una cortesana, pero si bien Alceo le dedicó unos versos en que ensalzaba su castidad y su nobleza de alma, ha pasado a ser símbolo, probablemente por insidias injustas, del amor homosexual femenino y de la corrupción de sus discípulas. Safo es la musa calumniada por los tiempos, por aquellos que la envidiaron y nunca comprendieron, confundiendo la exquisita delicadeza e inteligencia de su lírica y atribuyéndole una vida como hetaira poco licenciosa y perversidad. Su singularidad consistía en atreverse a hacer lo que ninguna otra mujer hasta entonces asumía tan abiertamente, la ambigüedad sexual, aunque entre los varones se admitía como parte de la educación sentimental. Parece ser que hubo dos mujeres llamadas Safo, aunque posiblemente sus existencias se mezclen y confundan y a estas alturas nos sea imposible diferenciar la una de la otra.

Safo escribía en griego eólico construyendo unos versos tan personales como para que pasaran a la posteridad como “metros sáficos” y que fueran utilizados en adelante por muchos poetas.

No consta que haya sido muy hermosa, por ser pequeña, frágil y con unos ojos, cabellos y piel de un tinte más moreno de lo que a los griegos agradaba. Sin embargo, muchos de sus compatriotas se referían siempre hacia ella como “la bella Safo”, porque sus palabras, según Plutarco,» venían mezcladas con llamas» y pocos podían rivalizar en la belleza de su poesía.

Alceo, la ensalzó como pura y turbadora y estuvo tan enamorado de ella que, aunque famoso por su timidez, le declaró su pasión en un poema:
«¡Oh, Safo, cuyas sienes ciñen las violetas, la pura, la de la sonrisa dorada: anhelo confesarte algo, pero la vergüenza me lo impide...»

Safo fue autora de más de doce mil versos que, divididos en 12 libros, fueron la admiración de los críticos; hasta el siglo VII, en el que los fundamentalistas cristianos obligaron a su quema pública en Constantinopla. De la misma manera el Papa Gregorio VII, en Roma, organizó una hoguera con la obra que perduraba de Safo, por considerarla inmoral y pecaminosa. Así que, ahora, alimentamos el mito leyendo y releyendo los entrecortados fragmentos que conservamos de ella, sólo 63 preservan alguna línea completa, 21 tienen alguna estrofa; y únicamente 3 forman un poema entero. Esta escasez desata nuestro deseo, admirándola y degustándola como si de un rico y raro vino se tratara del que apenas nos dejan mojar los labios.

«¡Cómo brilla roja y dorada la dulcísima manzana en la punta de la rama, de la rama más alta! ¿La han olvidado los vareadores? No la han olvidado…Quisieron alcanzarla inútilmente… Y ahora aparece, mucho más hermosa y apetecible, sola…»

Dentro del imaginario de leyendas de su vida están sus amores por Faón. Amores no correspondidos que la llevaron a quitarse la vida desde el cabo Dukaton, en la punta meridional de Lefkada, donde un santuario dedicado a Apolo prometía la cura inmediata del mar de amores; consiguiendo así librarse de aquel irremediable fuego que le abrasaba el alma y también de su vida. Ovidio, en sus Heroídas, preludia así una carta que imaginariamente escribe Safo a su deseado Faón:

Gozando, pues, Faón de tanta belleza, o acaso por necesidad, salió de Sicilia y vino a Lesbos, donde visto de las damas de la isla, fue de ellas querido y regalado; pero la que más le amó, y de la que más fue cautiva de su gentileza, fue la milagrosa poeta Safo, que ya por este tiempo era llamada la décima Musa: gozó de él, aunque poco tiempo, porque después de algunos meses, sin comunicar con Safo su partida, ocultamente se volvió a Sicilia, olvidándose totalmente de su dama, que por ser poco o nada hermosa y muy deshonesta le vino a causar odio y aborrecimiento.
Esta manera de relatar sus amores de forma tan grotesca y vergonzante, por parte de Ovidio, es una gota más en el vaso de la oscura leyenda de Safo y, en verdad, da poco crédito a sus palabras ¿Existió Faón? ¿Se suicidó la poetisa?

Es poco probable que Safo se precipitara desde los blancos acantilados de Lefkada, pues en otro de sus poemas que se conservan, ella se describe como una mujer anciana:

Mi piel, marchita, se resquebraja
mi negro pelo se ha tornado blanco
quedan pocos de mis dientes y mis rodillas no soportan ya el peso de este cuerpo
que solía trenzarse con los vuestros en las danzas y retozar sobre el mullido césped al igual que un ligero cervatillo, el más ágil de los seres vivientes.

Pero la leyenda siempre es más apetecible y romántica que la realidad. Cómo no imaginarla saltando y desapareciendo entre las aguas, como hizo después Alfonsina Storni, con su soledad, buscando poemas nuevos, haciéndonos temblar de emoción esperando el descubrimiento de cualquier otro jirón de papiro sospechoso de su autoría.

Miles de años han pasado. Y yo sigo buscando las potentes siluetas de estas dos mujeres, Safo y Artemisia de Caria, empujadas al abismo absurdo en este punto, donde un potente farol da por las noches su rescatador código de “ahora sí”, “ahora no”. Hoy, en verano, la gente se agolpa en su torre disparando las cámaras alrededor, dando constancia de su presencia, mientras las barcas repletas de turistas vociferan allá abajo con sus músicas atronadoras, ahogando el dulce sonido de la lira de la bella Safo. Muchos desconocen su existencia, a otros le importa un pito. Y los que realmente gustan de sus escasas joyas, retazos repartidos por el mundo y traducidos o interpretados hasta la extenuación, esos, se encuentran muy lejos, releyendo en silencio e imaginando a solas el salto. Porque los verdaderos viajes, los buenos viajes, siempre suelen ser interiores.

Γρήγορα η ώρα πέρασε, μεσάνυχτα κοντεύουν,
πάει το φεγγάρι, πάει και η Πούλια, βασιλέψανε
και μόνο εγώ κείτομαι δω μονάχη κι έρημη.
Ο Έρωτας που βάσανα μοιράζει, ο Έρωτας
που παραμύθια πλάθει άρπαξε την ψυχή μου
και την τράνταξε ίδια καθώς αγέρας απ’ τα βουνά
χυμάει, χτυπάει μέσα στους δρυς φυσομαν

Rápido pasó el tiempo, la medianoche está cerca,
se va la luna, las Pléyades, se ocultan,
y yo duermo aquí, sola y deshabitada.
El amor que depara sufrimientos, el amor
que inventa cuentos, me ha robado el alma
y la estremece del mismo modo que el viento de las montañas
azota, golpea sobre las encinas ululando.

10 comentarios en «Saltando desde el cabo Dukaton II. Safo de Mitilini»

    1. Hola, Francisco. El que canta es el compositor de la música; yo creo que hace un buen contraste con la voz dulce de Eleftheria Arvanitakis ( como la que debía tener Safo). La letra es de Safo, adaptada al griego moderno por O. Elytis, premio nobel y gran admirador de Safo. Y la traducción es mía, ¡Qué los dioses me perdonen! Es uno de los poemas mejor conocidos de la poetisa.
      Me agrada que te guste

  1. Hola Anuska, no puedo estar mas de acuerdo contigo. El GPS ha matado la romántica de la navegación. No saben lo que se pierden los que no han vivido la emoción, tras horas de navegación por estima, de ver verificada tu posición en esa luz milagrosa.
    Es interesantísimo lo que cuentas de Safo, y a la par desconcertante. Guapa/fea, joven/vieja, alta/baja, etero/omo… Va a ser cierto que había dos Safos. Solo falta descubrir a cual empujaron por el acantilado. Como siempre es terrible descubrir como la quema de sus libros es la solución de los débiles mentales contra su fuerza.
    Un mogollón de besos.
    Viriato

    1. No es que haya matado el romance, es que ha hecho llegar a la masa y pervertirlo todo, como en las imágenes que salían en la prensa en la cumbre del Himalaya, 200 personas atascadas, todo porque la ayuda del ascenso con oxígeno ha hecho creer a muchos que con dinero todo se consigue. Los montañeros de toda la vida se tiran de los pelos.

      Besitos

  2. Hola, Ana. Otra vez nos regalas una preciosa historia. Gracias. Visité el faro y los acantilados hace unos años, aunque lo que me dejó sin habla es ver su majestuosidad desde el velero. No sé si la poetisa se precipitó o no desde allí, pero sin duda el escenario requiere de una épica a la altura. Hasta otra.
    Kiko

    1. Bueno, el faro lo veo todos los días desde mi casa. Es de las pocas cosas que la señora higuera dueña de mi casa, no me tapa. A veces me sobresalto, cuando no veo si luz.

      Un abrazo

      Ana

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