Me gustaría ser polímata, pero sólo me quedé en curiosa y osada fisgona. Como vulgarmente se dice: aprendiz de todo y maestra de nada. El termino polímata puede confundirse con la tendencia de las personas charlatana y capaces de opinar de todo, oyendo solo campanas, pero no es nada de eso. Hay un acto febril en el descubrimiento y en el enlace con otras materias donde encontrar la solución. El conocimiento produce placer y hace brotar nuevas preguntas para satisfacer nuestra intriga siguiendo un camino de baldosas amarillas que nos lleve más allá del arcoíris. Aunque poder llegar a alcanzar la excelencia en múltiples disciplinas solo está reservado para mentes especiales, como la de Leonardo Da Vinci.
Hay polímatas ilustres en la Grecia clásica, como Pitágoras, Aristóteles o Eratóstenes. De hecho, el término es griego: πολυμαθία, de μανθάνω, aprender, y πολύ, mucho; pero, alcanza su máximo significado con el Renacimiento, que consideraba al hombre capaz de desarrollarse en todas las vertientes del saber. El arquetipo del hombre renacentista es un hombre de curiosidad insaciable, de variadas destrezas y de imaginación inquieta. Es por ello que se creó la Universidad, como centro de aprendizaje, donde se trataban por igual, ciencia, filosofía o pintura. Y el hombre renacentista era un homo universalis. Yo le llamaría “homo felicisimus”, porque siempre he pensado que la especialización conduce irremediablemente a la apatía.
Estaba leyendo un libro sobre la fabulosa aventura del descubrimiento de la atmósfera y las nubes. En el siglo XIX el tema era de tan candente actualidad, que Goethe, que era ya uno de los grandes poetas de la literatura europea, se interesó por las ciencias atmosféricas y comenzó a elaborar su propia hipótesis sobre la influencia de la gravedad en el clima, convencido del papel que jugaban las montañas en la formación de las nubes. Aparte de literato, Goethe era naturalista y cultivaba amistades de la talla de Alexander von Humbold o Gay-Lussac, con los que mantenía fluida correspondencia. Las recientes teorías sobre la clasificación de las nubes le generaron tanto entusiasmo que creó varios poemas dedicados a los cirros, los cúmulos y los estratos. Como él bien decía: «Caminar es observar, viajar es aprender, cuestionarse es ser más sabio, atreverse a saber es resolver problemas complejos para ser más inteligente, llevar un diario es saberse viviendo». Pero Goethe además dibujaba sus pensamientos. De hecho, hay un grabado suyo precioso en el museo de Historia Natural de París dedicado a su amigo von Humboldt titulado: «Bosquejo de las principales alturas de los dos continentes». El dibujo está realizado tras la lectura de un libro de Humboldt sobre la geografía de las plantas y tiene un pequeño homenaje a su amigo en forma de muñequito que representa a Humboldt en la cima del mundo (y del descubrimiento). Goethe era un romántico y aceptaba su romanticismo como la búsqueda de la esencia más humana: la felicidad que otorga el conocimiento.

Leyendo el libro, también me topé con Benjamín Franklin, el político, diplomático, editor, jefe de correos, científico e inventor, considerado uno de los padres fundadores de los Estados Unidos. Sus ideas más conocidas fueron, además de su famoso pararrayos, las lentes bifocales, la armónica de cristal, el humidificador, el catéter urinario, las aletas y el cuentakilómetros. Siempre me preguntaré cómo le dio tiempo a todo. Encima se hizo millonario y su imagen se popularizó para siempre en los billetes de 100 dólares. Debió de llevar una vida frenética y de poco sueño.
Las mujeres polímatas no fueron muy notorias y normalmente se refugiaban en conventos, donde, huyendo del mundanal ruido, daban rienda suelta a sus ansias de conocimientos en soledad, sin tener que ocuparse de las labores del hogar o de los hijos. Ese fue el caso de Hildegarda de Bingen, abadesa benedictina alemana del siglo XII, madre de la Historia Natural y considerada una de las personalidades más influyentes, polifacéticas y fascinantes de la Baja Edad Media. Hildegarda nació en el seno de una familia acomodada y fue consagrada desde su nacimiento a la actividad religiosa, siguiendo la costumbre medieval de reservar al menos una de las hijas a Dios. De la misma forma que le sucedió a Santa Teresa casi 500 años más tarde, Hildegarda experimentaba éxtasis místicos y arrebatos visionarios, lo cual no impidió o, mejor dicho, bien pudo alentar, una intensa actividad intelectual. En su vertiente compositora creó la letra y la música de cerca de 80 obras que aún hoy se interpretan. Estableció las clases de una ingente variedad de plantas, diferenciándolas por sus propiedades medicinales y organolépticas; aunque la clasificación que pasó a la historia fue la de Linneo, varios siglos después, basada está en la morfología de las especies. Afortunadamente para nosotros, Hildegarda estudió con detalle el lúpulo de la cerveza, así que a ella debemos algunas de las variedades que hoy en día degustamos de la universal bebida. Como abadesa escribió libremente sobre salud y sexualidad y fue la primera mujer que habló con claridad sobre el orgasmo femenino. Como fruto de su interés sobre la astronomía, describió su particular esquema del universo. Sus inquietudes lingüísticas le hicieron idear la Lingua Ignota, que adelantó en siete siglos al esperanto. Y para acabar fue santificada gracias a su fulminante carrera en el seno de la iglesia y a sus divinas visiones por las que le otorgaron el apodo de Sibila del Rin. Nos podemos quedar pasmados, tanto por su currículo, como por el sinsentido de que su historia haya pasado desapercibida en los libros de texto.
Podría poner muchos ejemplos más, como Hedy Lamarr o Foucault, cada uno polímata en mayor o menor medida, y todos ellos nos dejan un regusto de insatisfacción, ya que nosotros no hemos alcanzado ni la décima parte de sus conocimientos. Quizás porque sólo tuvimos la décima parte de su curiosidad.
Era Leonardo el que decía que la vida bien aprovechada es larga y que aprender nunca cansa a la mente, porque esta se pudre como el agua estancada si no la utilizamos. Y a propósito de Leonardo: muchos desconocen su faceta como cocinero refinado e incomprendido. Su biografía corre pareja a los fogones y ya de joven trabajó como jefe de cocina en una taberna florentina, con un fracaso estrepitoso. La mala experiencia no le impidió seguir experimentando en la gastronomía para ofrecer alternativas a su aborrecida polenta, plato estrella de la época. Y de paso, inventar múltiples utensilios de cocina y “protoelectrodomesticos”, como una máquina de hacer espaguetis.
Mucha gente piensa que cuando uno se retira, o incluso, una vez alcanzado un cierto desarrollo profesional, se puede abandonar el estudio porque ya no le servirá de nada en el futuro. No hay nada más erróneo. Creo firmemente que cuando la persona se encuentra triste y abatida debe aprender algo nuevo; la curiosidad y la intriga le harán olvidar sus infortunios. El pensamiento convergente y científico va en una sola dirección y está muy ligado a la idea de progreso. Por el contrario, el pensamiento artístico es capaz de aproximarse desde distintas ópticas a una misma incógnita y hallar soluciones diferentes pero válidas también. Cuanto más amplio sea el abanico de colores, más posibilidades de acertar en el dibujo.
Somos como computadoras que engullimos información con placer. Pero hoy, hay tan ingente cantidad de factores acumulados que nuestra mente es incapaz de abarcarlo todo, y eso nos frustra. Los datos son almacenados en ordenadores, pero ya no en nuestro cuaderno o en nuestra memoria. Entonces, yo me pregunto: ¿puede ser que la inteligencia artificial nos haga prescindibles? Maneja mayor número de variables y será capaz de originar música, pintura o literatura si la enseñamos ¿Será ella más feliz que nosotros en un futuro gracias a su polimatía?
Un día llegará en que todo se pierda, como lágrimas en la lluvia, pero hasta que eso ocurra, seguiremos disfrutando de husmear y meter el palito en cualquier parte, como niños. Y como dijo Lady Montagu antes de morir: Ha sido todo… muy interesante.
Hasta que llegue ese día en que todo se pierda, querida Ana, benditas sean las palabras, las historias, la música, el cine, la curiosidad, el conocimiento, la memoria, los colores, las nubes… Harrison Ford… ¡y tu blog!
Besos y mil gracias,
Leticia
Claro que sí. Como decía Aute: Cine, cine, cine. Más cine, por favor… Lo podemos hacer extensivo a todo lo que nos gusta.
Mil besos para ti. Te recuerdo todos los días con la taza de café. 😉
¡Qué ilusión, Ana, me hacen tus palabras! Felices cafés.
Mil besos
Una delicia de texto; nos haremos mayores cuando llegue ese día en que perdamos la curiosidad y ya no nos interese aprender cosas nuevas. Pero hasta que llegue…
Por descontado. La curiosidad es un elixir antienvejecimiento mágico. Un saludo y gracias por pasar por aquí.
Hola Anuska, no se le puede llamar “inteligencia” a algo que es “artificial”. Si a caso, “cocinará” mas rápido por tener a mano mas utensilios, pero nunca será “renacentista” y dirá como Unamuno “que inventen ellos”. Como decía el otro… Siempre nos quedará… Grecia?😜
Mil besos
Viriato
El que sea artificial no quiere decir más que la hemos creado nosotros, pero si la dejamos evolucionar quién sabe a donde puede llegar. También nosotros éramos monos subidos a los árboles. En fin, espero que sepan hacer buenas tortillas de patata, por lo menos.
Un abrazo
Hola Ana,
La inteligencia artificial puede ser una potentísima herramienta de conocimiento, pero la curiosidad y el instinto por mejorar, y también la satisfacción que conlleva, son sensaciones y sentimientos, y creo que eso nunca se podrá trasladar a unos artefactos llenos de circuitos, microchips y otros engendros sofisticadísimos de moral cuestionable.
Un placer leerte siempre.
Hola, Fernando:
Ya veremos hasta donde llega la inteligencia artificial, espero que no sea una profecía que los androides lleguen a sufrir y revelarse como aparece en Blade Runner. La novela en la que se basa: Sueñan los androides con ovejas eléctricas, está escrita en 1982. Tantas cosas han pasado desde entonces. Mientras tanto, disfrutemos de lo que tenemos.
Un abrazo
Bravo! Gracias
Gracias
Enhorabuena, Ana. Llevo leyendo tus artículos casi desde el principio (aunque soy muy perezosa para escribir comentarios) pero debo decir que te superas día a día. Siempre pienso que es el mejor que he leído y que no lo puedes superar, pero siempre me sorprendes con otro todavía mejor. Sigue escribiendo para que podamos seguir disfrutando de todo lo que amamos: Grecia, la música, la literatura, la mitología, la astronomía… la CULTURA que se va perdiendo también, como lágrimas en la lluvia.
Eso que dices es estupendo, María. No hay mejor piropo que el que aquel de quien te solicita más porque le sorprende tu trabajo. Es difícil que algo sorprenda en estos tiempos en los que todo se adjetiva y se cancela según siga las normas o no del credo dominante. Hoy leía con horror que van a modificar las novelas de Agatha Crhistie para evitar susceptibilidades raciales y heteropatriarcales. Al final creo que será mejor que todo lo escriba una IA; ella es siempre fiel a su programador. Pero esos ejemplos de polimatía siempre quedarán como subversión ¡Viva Leonardo y su odio a la polenta! Es posible que gracias a él surgieran grandes platos que hoy degustamos.
Un abrazo
Comparto lo que dice Fernando Moscardo de que la curiosidad y la satisfacción que conlleva son sensaciones y sentimientos, emociones, conceptos que dudo que la IA alcance nunca, o al menos eso espero. Hoy he aprendido el significado de una palabra que no conocía, polímata. ¿Y porque la he aprendido?, por mi curiosidad, que me ha traído hasta ti, tus libros y tus publicaciones, gracias. Mi enfermiza curiosidad no me ha hecho polímata, pero si es verdad que me produce mucho gozo. La adquirí gracias a mi padre, que cuando eramos niños y le preguntábamos «papa, que es o que significa… lo que fuese», sistemáticamente nos decía: «búscalo en al enciclopedia» (una Espasa Calpe en ocho tomos que he heredado (y conservo) yo. Y la entrada de la enciclopedia me llevaba (con los hipervinculos impresos) a otras entradas, y estas a otras.. y me pasaba horas así. Y después mi padre nos daba su explicación. Yo he seguido toda la vida con esa afición, aunque cuando tuve a mano un ordenador o un teléfono ‘inteligente’ (que no lo es, para nada) con una conexión rapida aparqué la Espasa Calpe y me pasé a tío gugle. Y por culpa del tío gugle te encontré a ti. Gracias otra vez.
Hola, Álvaro. Las enciclopedias eran fascinantes. Se podía coger un tomo al azar y tirarse una tarde enfrascado en un mundo de sabiduría. Yo no reniego de la tecnología ¿Acaso no es magistral la Wikipedia? ¿O ciertos canales de youtube? La red pone en nuestras manos un muestrario nunca soñado de conocimiento. El problema es, como siempre: la limitación de nuestra mente. Llega un momento que para meter algo nuevo tienes que sacar algo viejo; no todo cabe. Y por eso me dan envidia los ordenadores, porque ellos guardan todo lo que se les mete. Pero reivindico el placer de aprender por el simple hecho hedonista de hacerlo, sin más expectativas.
Y ya ves, el tio gugle nos ha hecho coincidir en el ciberespacio, eso también es un feliz encuentro.
Un abrazo primaveral.
La esperanza es aquello que permite alcanzar metas sin el yugo de la realidad. De lo imposible sale lo improbable y de este sale el milagro, sigo creyendo que el ser humano es capaz de cosas sensacionales impredecibles
Y además, de disfrutar aprendiendo a hacerlas.
Un saludo, Timo
Hola Ana, me ha gustado mucho tu texto, muchas gracias y un saludo.
Muchas gracias a ti, Manolis. Es un placer el que pases por aquí y dejes tu agradecido comentario.
Να είμαστε καλά με υγεία και χαρά