La leyenda de Prometeo pertenece a la clase de mitos con la que los griegos clásicos intentaban explicar la metamorfosis del individuo nómada y cazador en sedentario, agrupándose en tribus asentadas, donde pudo dedicarse a la agricultura y la ganadería para dar paso a lo que llamamos hombre civilizado; aquel que “comía pan y era de fiar”, como muchas veces dijo Homero. Para tan dificil proceso hacía falta la ayuda de los cielos. Prometeo robó el fuego de los dioses y se lo regaló a los humanos para que fueran capaces de cocinar y almacenar sus cacerías haciéndolas más digeribles, permitiendo esta evolución. Atenea les regaló el olivo para obtener el aceite nutritivo y luminoso. Deméter les dio los cereales y el conocimiento para cultivarlos. Y Dionisos, en el colmo del refinamiento, para sublimar el paladar y los sentidos de aquellos fundadores de nuestra cultura, les regalo la sabiduría del vino.
Había una vez un rey llamado Oineas que gobernaba sobre unas islas llamadas Oiniades, cercanas a la desembocadura del rio Aqueloo, en el Jónico, y que formaron parte del archipiélago de las Equinadas hasta que el terrible rio las fue engullendo con sus sedimentos y las transformó en tierra firme. El Aqueloo, el príncipe de los ríos, el grande, como lo describió Pausanias. Tenía Oineas pastos y rebaños de los que se encargaba su fiel esclavo Estafílos. Todos los días llevaba Estafílos sus cabras a los forrajes más tiernos para que engordaran y dieran más blanca leche. Pero a menudo alguna res se le escapaba y corría hacia unas plantas retorcidas de frutas menudas. El pastor se dio cuenta de que la cabra, tras comer esos frutos, volvía al redil más contenta y vigorosa; pensó recoger las semillas y se las dio a su señor. Oineas decidió cultivarlas y se percató de los dulces frutos que producían esos tallos ensortijados, exprimía su jugo y lo mezclaba con las sagradas aguas del Aqueloo.
Fue un día Dionisos a visitarle, atraído por la belleza de su mujer. Oineas le agasajó con su dulce zumo y Dionisos quedó entusiasmado. Dicen las malas lenguas olímpicas que el astuto dios explicó al rey como fabricar el vino para yacer con su esposa, con la que más tarde tuvo un hijo, mientras él dormitaba obnubilado por el brebaje, o quizás fue de buena fe, el caso es que desde entonces esa bebida sagrada y fermentada recibió el nombre de “oinos” que dio lugar a nuestro actual vino y el rey Oineas fue rico y poderoso por mucho tiempo gracias al presente del dios.
De esas vides primordiales el tiempo ha hecho un velo y el delta del rio ha devorado las islas del rey iluminado, pero con las nuevas tecnologías y las técnicas de selección por análisis de ADN se ha conseguido revivir las cepas que producen un caldo primigenio, parecido al que pudo probar Dionisos. A esas cepas y al vino que dan se les llama Malagusiá. Y aunque no tengo orígenes olímpicos puedo aseguraros que es una experiencia inolvidable.
Pero la receta de hoy no tiene nada que ver con el proceso de fermentación del mosto sino que es un exquisito arroz. Como otras veces, mi amigo Rodi en su columna del periódico Aixmi de Mesolongi sugiere utilizar el excelente Malagusiá para cocinar, no solo para acompañar. Yo siempre pienso en demonios cuando me imagino vertiendo el vaso dorado sobre el guiso, porque seguro que antes de llegar a la sartén me lo bebería codiciosa. Pero vosotros no haced caso de mi tacañería y seguid la formula como la proponen. La he probado en Mesolongi elaborada por un excelente cocinero amigo y vale la pena hacerle caso.
Cuando leí la receta me entró un resquemor. El catecismo valenciano, grabado año tras año en mi subconsciente, sobre como cocinar el arroz seco es muchas veces fundamentalista, o me atrevería a decir que casi estalinista y sofreír cebolla o cocer el grano con poco caldo y a fuego lento puede ser motivo de detención en la lubianka y hasta de deportación a Siberia. Pero hay que tener amplio paladar para degustar muchas cosas y elegir lo conveniente. Donde fueres haz lo que vieres es para mí la única fórmula para desnudarse de nacionalismos y acercarse a la sabiduría. Poneros el delantal que empezamos.
Mydopilafo. Arroz con Mejillones.
Ingredientes
Medio kilo de mejillones
250 gr. De arroz
Una cebolla picada
Un kilo de tomate natural y triturado
Un pimiento verde
3 cucharadas de Perejil
2 cucharadas de hierbabuena
4 dientes de ajo
Pimienta y pimentón dulce
1 vasito de Ouzo
Un vaso de vino
Un vaso de agua
Elaboración
Calentar el aceite y sofreír la cebolla, el ajo y el pimiento a medio fuego; añadimos sal, pimienta y pimentón. Se apaga con el ouzo y se añade el tomate y el vino. Más tarde los mejillones, sin concha, y el agua. Dejar hervir unos minutos y añadir el perejil y la hierbabuena y el arroz. Hay que vigilar que siempre tenga caldo. Cuando borbotee generosamente, apagamos el fuego y tapamos la cacerola para dejar que el arroz embeba el caldo- Servir con limón.
Buen provecho.
Y tanto que divino !!! Solo con ver los ingredientes que acompañan al arroz es fácil adivinar lo bueno que tiene que estar, ouzo, pimentón, hierbabuena, tomate, perejil, pimiento, mejillones…¡ casi ná !
La verdad es que soy un admirador de las recetas con arroz, ¿Hay algo que combine mal con ese cereal ? Cuanta hambre han combatido esos granos. En casa somos mucho de los risottos con camarones, con hongos, con verduras, con pato.
A estas horas leer estas cosas puede ser perjudicial para la salud.
Muchos besos desde Hondarribia, un pueblo en fiestas esta semana.
Hola Fernando:
Me voy a poner a hacerlo en cuanto pueda, pues sigo con mis resquemores de que el arroz se haga con solo un hervor. Pero me fio de Xenakis, el cocinero amigo que lo cocinó el otro día en Mesolongi y le salió de muerte, enterito y meloso. Mi miedo es que entre publicaciones, traducciones y periódicos se hayan bailado las cantidades. Pero es cuestión de experimentar, añadiendo un poco de sabiduría culinaria que ya llevamos puesta.
Pues besos de vuelta para Hondarribia desde el Egeo para vosotros también
No me digas porque, después de leer tu teoría del hombre civilizado, me he acordado de Jesusin… Será por el pan? Menudo nuestro amigo Dionisio, no se conformo con inventar el tintorro, no dijo plagiando a Oineas, esa especie de mosto hecho con uva exprimida y agua de río me parece un poco chapuza, si no como regalo pasándose por la piedra a su señora. Gracias a Dionisio así tenemos esa mala fama a los borrachos.
Una pregunta:
El vino para cocinar ese plato de mejillones es tinto o blanco?
Un besito muy gordo
VIRIATO
Sí, ya sabes que es muy civilizado y educado, con pan y cerveza puede cruzar el Atlántico.
Los dioses del Olímpo siempre fueron crapulillas, así que sus regalos iban a menudo envenenados. De todas maneras fue un detalle por su parte, el enseñarnos lo del vino. Nunca acabaré de agradecerselo.
Es blanco, Cesar y delicioso
No me digas porque, después de leer tu teoría del hombre civilizado, me he acordado de Jesusin… Será por el pan? Menudo nuestro amigo Dionisio, no se conformo con inventar el tintorro, no dijo plagiando a Oineas, esa especie de mosto hecho con uva exprimida y agua de río me parece un poco chapuza, si no como regalo pasándose por la piedra a su señora. Gracias a Dionisio así tenemos esa mala fama a los borrachos.
Una pregunta:
El vino para cocinar ese plato de mejillones es tinto o blanco?
Un besito muy gordo
VIRIATO
En Mesolongi se cultiva un arroz de grano redondo de muy buena calidad, su cocina no puede ser menos
Ya me lo imaginaba. La verdad es que cuando llegas a Mesolongi te da un déjà vu tremendo que te recuerda a Valencia: anguilas, patos… faltaba el arroz. Curioso que las cosas se repitan a ambos lados del Mediterráneo ¿Habrá algún espejo donde nos reflejamos unos y otros?
Un placer tenerte por aquí, anónimo, aunque me da en la nariz que sé quien eres.
ana