La Edad Media tiene para muchos unas connotaciones de oscuridad, barbarie y decadencia cultural, pero en verdad, el Imperio Romano solo cayó en occidente. El que se trasladó a oriente era un ejemplo de ilustración y permitió conservar y transmitir el gusto por la arquitectura, el derecho, la pintura o la literatura. Cuando la mayoría de capitales europeas eran pueblos inmundos y pestilentes, cubiertos de lodazales, con habitantes totalmente analfabetos, había una ciudad en oriente rica en oro y obras de arte, maravilla y admiración de todos los que la conocían y codicia de aquellos que nunca la habían visto; Constantinopla.
Este trozo de la historia europea, que leíamos de pasada y de forma sesgada en los libros de texto, es casi un desconocido para los alumnos de esta parte del Mediterráneo, sin embargo representa una época de lo más fructífera para la ciencia y el conocimiento. Tampoco nos enseñaban que la caída del Imperio Bizantino fue en parte propiciada por la avaricia y avidez de un occidente barbarizado y codicioso.
Hay una obra muy interesante escrita en 1148 por Anna Comneno, hija del emperador Alexis Comneno, en la que recoge el periodo de reinado de su padre: La Alexiada. Yo solo he leído trocitos, pues está escrita en un griego arcaico y rimbombante difícil de digerir. Aunque dicen que su visión es un poco parcial y solo dirigida a exaltar las hazañas del padre, tiene el interés de la narración desde el punto de vista de una bizantina y su descripción de cómo se desarrolló la primera cruzada; la manera en que aquellos portadores de la cruz se desparramaron por el continente en busca del infiel, con la idea de recuperar Jerusalén, pero con la mirada puesta en Bizancio y sus tesoros deslumbrantes.
Anna Comneno nació y creció entre la púrpura y recibió una educación exquisita. De niña leía la Odisea a escondidas de sus padres que consideraban perniciosas las obras de esa época politeísta. Pero en su madurez, Anna recitaba a Homero o la Biblia de memoria. Se convirtió en una mujer culta y refinada que intentó manejar las riendas del poder, camuflada bajo el manto de su marido, como es de esperar para la época, incluso conspirando contra su propio hermano; por ello acabó sus días en un convento donde tuvo el tiempo suficiente como para escribir la extensa obra.
Pero haciendo zoom sobe los detalles de la historia, me gustaría centrarme en un hecho concreto que me interesa: la historia del Conde Guiscardo y sus peripecias en tierra Helena; más adelante veréis porque me concierne.
El Conde Roberto Guiscardo era un caballero normando (nor-man-do; hombres venidos del norte) descrito por Anna como duro, astuto, ávido de riquezas y gloria, determinado, cruel y con una ambición desmedida. Reinaba sobre Sicilia, Regio, la Puglia, pero sus ansias de poder no tenían límites y con la disculpa de perseguir infieles se dedicó a conquistar territorios griegos. Dicen del conde que era un bruto iletrado que se casó con la bien educada y también ambiciosa Sichelgaita. Su mujer frecuentemente le acompañaba en sus conquistas e incluso comandaba tropas por derecho propio. Aunque al principio intentó persuadir a su marido de no atacar al imperio bizantino, acabó metida de lleno en su campaña contra ellos. Según Anna Comneno era la viva reencarnación de la feroz Palas Atenea y hasta le dedicó un pasaje de la Iliada.
Llegaba el conde escaldado de sus escaramuzas en golfo Anvrákiko, donde había perdido varias batallas contra las tropas imperiales y venecianas, cuando decidió reunirse con la armada de su hijo que había sitiado Cefalónia; la capital de la isla era ese tiempo una pequeña fortaleza en lo alto del monte. Pero la obstinación de Roberto era imparable pues le habían vaticinado los aduladores adivinos grandes triunfos y que solamente moriría una vez hubiera llegado a Jerusalén; se sabía invencible. Detuvo sus naves en la costa oeste de Cefalonia esperando la llegada de la otra flota, acompañado de su guerrera esposa, cuando se sintió indispuesto. Comenzó a subir la fiebre y a sufrir deshidratación y clamó a sus hombres que le trajeran agua fresca. La nave fondeó en el golfo de Atheras y los marineros salieron despavoridos en busca de manantiales, con poco éxito, pero desde tierra se oían los bramidos de su señor que no daba opción a abandonar.
Cuenta Anna que dieron con un lugareño que les dijo dos cosas:
-Esos montes que veis son la patria de Ulises. Un poco más allá hubo una gran ciudad que se llamaba Santa Jerusalén, hoy desaparecida, donde hay un pozo con agua.
En cuanto a la primera premisa me parece poco creíble que si el paisano les hubiera hecho referencia a la Odisea ellos lo hubieran recordado más allá de 10 minutos para que llegara a oídos de Anna Comeno, teniendo en cuenta que la marinería era entonces totalmente analfabeta.
En cuanto a la segunda, es también extravagante que una ciudad así de grande hubiera desaparecido sin dejar rastro. Sí, es verdad que en la costa occidental de la isla hay una pequeña playa con un muelle donde iban a cargar uva los caiques para fabricar vino que se llama Agia Ierusalim (Santa Jerusalén). En esa playa hay una pequeña iglesia católica y un pozo. El caso es que cuando Guiscardo oyó hablar de Jerusalén pensó que la profecía se había cumplido, se aterrorizó y sucumbió a la fiebre; agonizó para morir a los 6 días.
Dicen las malas lenguas que no murió de tifus ni de disentería como cuenta la historia, sino de los venenos de su mujer, Sichelgaita, persona ilustrada y conocedora del uso de plantas medicinales. Y puestos a elucubrar ¿No sería ella la que se inventó lo de la Santa Jerusalén cercana para que le diera un rápido patatús y luego mandó construir la iglesia? Bueno, qué más da, la verdad se esconde en los profundos pozos de la historia y sus autores ya nunca van a hablar.
Pero vamos al grano y así desvelo porqué me ha interesado esta historia. El cadáver de Guiscardo debía ser devuelto a su tierra rápidamente, pero antes debían pertrechar las naves para el viaje. Como la costa occidental de Cefalónia es algo peligrosa y con pocos refugios, le dieron la vuelta al cabo norte y entraron en Panormos, un pequeño puerto natural. Y la gracia de la lengua hizo que el puerto donde entró el féretro de Guiscardo fuera tomando y dejando letras y acabara convertido en Fiskardo, uno de los pueblos más visitados del mar Jónico donde hay que ir para dejarse ver y vestirse como dios manda.
En Fiskardo hay, según entras por el mar, un cementerio romano descubierto recientemente con preciosos sarcófagos. Deberían haberlo sepultado aquí para que todos pudieran visitar la tumba de tan famoso personaje. El problema es que la mitad del cementerio está ocupada por una taberna a cuyo dueño le habrá hecho poca gracia el hallazgo, pues ya no puede ampliar y volverse de oro. Y a los pobres fantasmas romanos, pues tampoco. Eso de penar eternamente oyendo sirtakis y chunda-chunda es una verdadera maldición.
Miles de turistas van y vienen cada día a Fiskardo sin saber nada de la historia del extraño nombre del lugar, que no suena a griego ni a nada. Como tampoco sabían nada los marineros de Guiscardo cuando les hablaron de la Odisea. El tiempo va dejando pátinas de olvido sobre la realidad y así, solo así, da lugar a los cuentos primero y a las fábulas más tarde. Eso está bien.
Mis agradecimientos, como otras tantas veces a mi amigo Rodi que siempre me da pistas y que me regaló el libro de Gerásimos Likoudis «la Alexiada, Roberto Guiscardo y la Itaka homérica» y me llegó al corazón. Espero haber sido merecedora de tales honores.
Hola anuska, parece que el golfo de Anvrahiko le va haciendo jugarretas a todos los personajes famosos que se acercan a ella, bueno, no sé si a todos, pero a Marco Antonio y Cleopatra les fastidió el matrimonio, Igual que a este tal Guiscardo, mandándolo al otro barrio . Pensándolo bien, a los dos se la jugó la parienta, una se volvió a casa de su madre, y la otra le dio «pal» pelo. Menudo sitio Fiscardo, no he estado fondeado en otro sitio en mi vida con más barcos por metro cuadrado de agua. Eso sí, el pueblo es una monada, y si ahora tiene un cementerio grecorromano, van a tener que vender tickets para entrar.
Un beso muy gordo
VIRIATO
Mira que te gustan a ti las historias de malas mujeres, pero esta es más graciosa que la de Cleopatra. Cuando la escribía me reia yo sola imaginando a la maligna Sichelgaita diciendole a Guiscardo: mira ahí tienes a Jerusalén. Y el otro chillando: Nooo, noooo, yo no he sido.
Bueno, así es la vida de los matrimonios egregios; donde las dan las toman.
Besicos
Diantre con las féminas y sus sensibilidades ortopédicas.Esas joyitas, Sichelgaita,Mesalina,Zor,Irene,Medea,Agripina,…….Paro, que me como todo el espacio de comentario, no necesitaron que se institucionalizara la cacareada y grandilocuente Paridad; que és otra manera cualquiera de oficializar intrigas,mediocridades,ambiciones……Y también paro aquí.Acabo de recordar que no estoy en mi «casa».Como siempre,una delicia,Ana. Igual que a Viriato,me encantan esas historias de malas; Me consuelan,por decir algo.Jejeje!!! Un abrazo de los tuyos.
En tu casa estás siempre, así que expresa lo que quieras. En aquel tiempo, como las mujeres no tenían opción al poder, lo ejercían como podían. Creo que la tal Anna Comena también era de armas tomar, una mujer culta y muy capaz que siempre vio a su hermano pequeño por delante, así que se puso a intrigar; acabó metida en un convento. La astuta Sichelgaita fue directa al grano: veneno y se acabó. Bueno son todo hipótesis, igual murió de tifus el conde.
Justamente te contesto desde el famoso Fiscardo donde, ahora mismo, no cabe un alma más. Guiscardo se moriría del susto y en vez de agua se pediria un gintonic.
Besazos
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