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Una tormenta y una casa azul

Tormenta en griego es καταιγίδα, haciendo referencia a la egida o escudo que portaba Zeus, y a veces Atenea, recubierta de piel de cabra (γίδα, es cabra en griego). Zeus es el dios del trueno, y el cielo, el recolector de nubes, que fue criado por la cabra Amaltea en Creta, de ahí que esa piel de cabra le confiriera divina protección. En español, sin embargo, usamos la palabra latina tormenta, que en realidad era una catapulta que lanzaba rocas y objetos en llamas al enemigo. Este era apedreado en la oscuridad del humo y solamente alcanzaba a ver caer sobre su cabeza una lluvia de fuego asesino; un tormento.

Utilicemos el vocablo que queramos, la tormenta es sinónimo de fuerza desatada de la naturaleza, acompañada de fenómenos violentos, lluvias, granizo, fuertes vientos cambiantes, baja visibilidad y peligroso aparato eléctrico. Todo lo que un barco no desea. Lo que un marino teme. Porque un barco está diseñado para capear o correr temporales en el mar, pero las tormentas son imprevisibles, con vientos que pasan de la nada al todo en cuestión de segundos, soplando de cualquier dirección ¿Y los rayos? Ya sabéis, hay muchos que se encomiendan a Santa Bárbara, patrona de los descreídos, que solo se acuerdan de ella cuando oyen el primer trueno y luego la vuelven a olvidar. Lo único bueno que tienen las tormentas frente a los temporales es qué son breves, lo malo es que no se pueden predecir, solo se puede alertar de posibilidades, cuando se acumulan ciertos parámetros atmosféricos que escaman a los meteorólogos. Y el cálido mar del verano, con una masa de aire frío encima, es uno de ellos.

Sonó el móvil con estridencia, una señal de alarma que el gobierno griego utiliza ahora con frecuencia para alertar de un peligro. El molesto pitido se puso en vigor con la pandemia y ahora se usa para cualquier cosa que requiera la atención de la población. El sonido es como el de una sirena de bomberos a punto de caerse por el precipicio. Después, haya tormenta o no la haya, ya te quedas con los pelos de punta para todo el día.

Había una casa azul en la bahía. Era una extravagancia de color, una nota disonante en un paisaje verde, con árboles románticos que descendían con atropello por la montaña hasta pararse maravillados contemplándose en la orilla. Al fondo, las cumbres desnudas donde a penas despunta algún quemado matorral, recordaban que la isla toma una altura considerable en su centro y que en invierno no es infrecuente ver nevados sus picos. Entre montaña y montaña, un estrecho barranco de cipreses, olivos y lentisco que se movían al ritmo de la brisa vespertina. Las cabras balaban y buscaban algún tesoro escondido entre las piedras saladas de la playa. Y la casa azul, como letrero de neón, reclamando su protagonismo y haciendo imposible apartar los ojos de su fachada.

El color azul no ha tenido una palabra propia en muchas civilizaciones antiguas, como la griega, la hebrea o la china, y se ha especulado si la causa sería una incapacidad fisiológica de discriminar esa longitud de onda. Aquello que no nombramos no existe, solo toma cuerpo cuando inventamos un sonido, un sustantivo que lo haga tangible. Los griegos si que utilizaban la palabra Κυανός, azul oscuro, casi negro, para referirse al mar, para ellos tenebroso. Aunque no sea oscuro, de ella deriva nuestro “cian” ese color escandaloso y algo incómodo, considerado como uno de los componentes de la tríada básica en el mundo de la impresión. Homero, cuando quiere hablar de tonalidades marinas, se refiere al ponto vinoso o dorado, pero nunca hace referencia a un color semejante al del cielo. Pero Homero era ciego y solo hablaba de lo que oía y pensaba.

También existe la posibilidad de que el azul fuera un color tan evidente, tan omnipresente, como un dios ubicuo que estuviera en todas partes, y por tanto no habría necesidad de nombrarlo, él era todo. Porque, no hace falta recordar que Grecia es una sopa azul con tropezones.

Los actuales griegos sí que añaden más sustantivos: el “ble”, μπλε; un posible galicismo que viene a dar el blue tristón de los británicos; para referirse a un azul genérico; γλαυκή, el glauco, como los ojos del amado, y el γαλάζιο, el azul de las galaxias, el que tiene el mar en la orilla cuando lo miras desde el acantilado, vislumbrando el detalle de sus piedras, de sus peces, de sus vegetales cabelleras al compás de las olas y de tu sed, de tu deseo, del desespero por sumergirte y tragarlo hasta ahogarte. El más dulce tormento.

Cuando hay núcleos tormentosos importantes, lo mejor es buscar un buen abrigo donde echar el ancla, asegurar bien el fondeo y estar muy separado del resto de barcos. Las cumbres desaparecieron entre grises algodones y Zeus se acomodó en las alturas reuniendo nubes y truenos. Los rebaños se agruparon bajo un árbol juntando sus cabezas, asomando sus traseros y temblando.

Cuando aparece el viento, lo hace con furia inusitada y la cadena del fondeo da un seco tirón. Un síntoma inequívoco de que el ancla no trabaja bien es que el barco se atraviese al viento y se escuche la tan temida frase: estamos garreando. Pero, en una tormenta, sumidos en turbonadas y contrastes, no se puede distinguir bien si el problema es el fondeo o los roles bruscos de viento, a veces de 180 grados en segundos. La visibilidad se redujo a escasos metros y dejamos de ver la casa azul. El viento aulló y se abrieron los cielos, dejando caer toda el agua disponible en el universo. El mar se volvió Κυανός y miserablemente gris.

El barco se atravesó ¿Estamos garreando? Mira la costa. No se ve nada. Mira la sonda. Ha dejado de funcionar. Cuando el viento se acelera de tal forma que hace hervir al mar, las burbujas que quedan atrapadas en su superficie airean el transductor, que al no estar suficientemente profundo deja de poder leer el fondo.

Retumbaron los truenos y cayeron los rayos haciendo estremecer la tierra; destellos brillantes de relámpagos en un universo gris y sin volumen. No toques las partes metálicas. Arranca el motor y mantén avante. Hay que esperar para ver donde aparecemos, si encima de una roca o en medio del mar. Los minutos se hacen horas y el corazón no late, sino que salta con cada trueno como la piel de un tambor.  Cuando volvimos a ver la casa azul, los montes, los árboles, el rebaño y la costa, no nos habíamos movido ni un centímetro. Qué alivio dan las anclas fieles y trabajadoras.

En los cerros se oía un rumor sordo, un gorjeo de fuente que fue subiendo de volumen hasta convertirse en un rugido de bestia desbocada, una estampida de caballos locos corriendo por la cañada, para acabar en una arcada de la montaña y un regurgitado de agua, tierra y piedras sobre la playa, como la tormentosa catapulta de la que hablaba. La torrentera no daba abasto a vomitar y el barranco se desbordó anegando los campos y aliviándose en la costa.

El mar no fue azul, ni gris, ni verde, ni negro, sino rojo como la sangre, marrón como la arcilla, púrpura como un prelado. Pero, una vez más, ofreciendo el espectáculo más hermoso, la solución más sorprendente y la armonía más brillante: el mar de encendido bermellón tras la tormenta. Tampoco hemos inventado un vocablo para eso.

Aunque la casa azul continuó existiendo con insistencia.

21 comentarios en «Una tormenta y una casa azul»

  1. Llevame contigo, es todo lo que puedo decir. Demasiado evocador tu artículo, demasiados sueños, demasiado tener que aceptar que somos unos don nadie en este vasto y hermoso universo. Gracias otra vez, y si te acuerdas llevame contigo.

  2. Hola Álvaro. Te contesté en Facebook pero se borró la entrada. Últimamente me pasa mucho, no sé el porque . Te decía que aunque seamos insignificantes somos afortunados, siempre y cuando nos hagan felices las cosas simples, las más hermosas. Bienvenido seas siempre a esta casa y a estos periplos griegos.

    Un abrazo

    1. Hola, Eduardo. Me parece estupendo que viajes con el blog a cualquier sitio, pasando solanas y tormentas. No hay mayor gratificación para un escritor que el que los lectores sientan cosas al leer.

      Abrazos y buen verano

  3. Hola Anuska, después de leer tu entrada, he sacado la cabeza por la escotilla para ver si en los montes cercanos se acumulaba alguna nube con malas intenciones. También he mirado hacia la proa, allí donde se zambulle la cadena en el agua, preguntándole mentalmente a la Rocna, agazapada en el fondo, esa que compramos juntos en Lefkada, si estaba cómoda y segura, que yo quería pasar la noche tranquilo. A ver si después de leerte, me pasa como con Spielberg, que no me meto en el agua sin mirar a todos lados. Oye la casa azul preciosa, pero su vecina necesita una buena reforma. Sí, no me digas nada, a pesar de la jubilación uno se sigue fijando en esas cosas.
    Mogollón de besos para los dos
    VIRIATO

    1. Ya sabe lo que decía Conrad sobre las anclas, son una parte importantísima de un barco, la que los salva. Por eso no se dice ¡Tira el ancla!, sino ¡Larga el ancla!. Un ancla nunca se tira.
      Yo les daría rango de oficial 🙂
      Ya quisieras tu reformar esa casa. Igual te hacías okupa.
      Besitos a millones

  4. Buenas! Tú relato de la tormenta me ha transportado a las lecturas vibrantes y emocionantes de las aventuras de Sandokan de E. Salgari. Qué irrepetibles son las lecturas juveniles! Luego ya llegan otras lecturas…

    Gracias por tu blog y por tu tiempo!

    1. ¡Caramba! Emilio Salgari, nada menos. Muchas gracias. A mí, de relatos marinos, creo que el que más me ha gustado es el de London describiendo un huracán, casi lo viví en mis carnes. Desde luego, las lecturas juveniles nunca se olvidan, se quedaron grabadas en la memoria.

      Un abrzo, Narciso

  5. Ana, pienso lo mismo de fb cuando subes un enlace. El algoritmo nos reduce de acuerdo con lo que él considera su eficiencia.
    Me encanta la documentada sabiduría con que vas cimentando tu relato: esa mezcla de mitología y etimología a la que añades la ciencia de navegar junto a la visión poética de la naturaleza. Novedosa y potente combinación que además salpicas con la rotundidad de genialidades como esta: Grecia es una sopa azul con tropezones.
    ¡Qué privilegio navegar contigo en ese paraíso cada vez más transitado!

    1. Hola, Salvador. Nunca esperé que FB fuera una hermanita de la caridad, es un negocio, pero a veces es desesperante pelear con un algoritmo.
      Me complace mucho que te haya hecho pasar un buen rato la lectura de esta entrada. A mí me encanta escarbar entre dioses y humanos para construir los relatos. Tiene su magia: primero el terrible papel en blanco, luego empiezas a moldearlo, poniendo esto quitando lo otro, descubriendo nuevas cosas y así, como quien trabaja una escultura, va naciendo el cuento.
      Felices y azules navegaciones te deseo.

  6. Hola Ana,
    Brutal, he tenido que acabar tu relato con el traje de agua puesto porque me estaba calando hasta los huesos, para asombro de la familia.
    Enhorabuena, incluyes mitología, filología, náutica, aventura, imagenes poéticas …y todo ensamblado en buena armonía a son de mar.
    Digno de Joseph Conrad

    1. Buenos días, Fernando. Me imagino a tu familia buscando el teléfono del manicomio y tú con el traje de aguas por la casa. Gracias por la comparación con el maestro Conrad, pero, sin falsa humildad, no hay nadie como él o London describiendo tifones y huracanes.
      El mar es siempre armonioso, tome el aspecto que tome, todo lo hace con gracia y hermosura.

      Un saludo

  7. Este miedo al garreo… Y lo agradecidos que podemos llegar a estarle a un ancla.
    Y esta casa azul. Es un secreto saber en qué isla está?
    Gracias Ana, un abrazo

    1. Hola, Paul. Una buena ancla es como llevar un buen amigo en el barco.
      Las casas azules son bastante comunes por aquí, quizás de un azul menos subido. También tenían costumbre, como en España, de añadirle azulete a la cal, le llaman λουλακί.
      Un abrazo

  8. «…una nota disonante en un paisaje verde, con árboles románticos que descendían con atropello por la montaña hasta pararse maravillados contemplándose en la orilla. Al fondo, las cumbres desnudas donde a penas despunta algún quemado matorral, recordaban que la isla toma una altura considerable en su centro y que en invierno no es infrecuente ver nevados sus picos. Entre montaña y montaña, un estrecho barranco de cipreses, olivos y lentisco que se movían al ritmo de la brisa vespertina. Las cabras balaban y buscaban algún tesoro escondido entre las piedras saladas de la playa. Y la casa azul, como letrero de neón, reclamando su protagonismo y haciendo imposible apartar los ojos de su fachada.»

    Unas cuantas palabras, bien elegidas, bien dispuestas, valen mucho más que una imagen: como me pasa con frecuencia con tus relatos… me han llevado allí.

    Gracias.

  9. Hola, Carlos. Se envió el comentario sin poderlo acabar. Decía que escoger palabras es divertido y a veces miro en el diccionario buscando más que se adapten a lo que quiero decir o que suenen mejor.
    Cuando leía los Episodios nacionales, me iba apuntado en una libretita, que llevaba en el bolso, vocablos nuevos para mí que se utilizaban en época de Galdós . Me parecían tesoros. Pero, un día me robaron el bolso.

    Un saludo

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