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Las bolas del tiempo y los barcos

¡Atrapad el tiempo envidioso! Aunque este no se deje pillar y se escabulla entre los dedos como un pez airado. Son los peces segundones y 60 de ellos dan un minutón. Perdonad la broma, pero fueron los romanos los que tuvieron la idea de llamar minutos a la pars minuta prima de una hora. Y segundos a la pars minuta secunda.

El esfuerzo del ser humano para medir el tiempo es una aventura larga y excitante sin la cual nunca habríamos logrado ser lo que somos. Representa algo más difícil que medir el perímetro del globo terráqueo, al que siempre imagino jocosamente perseguido por una modistilla, metro y tiza azul en mano, tratando de meterlo en cintura.

La cuestión de contar el paso del tiempo es una complejidad inherente a la propia esencia del fenómeno, puesto que el concepto de tiempo es difícil de precisar y ha sido objeto de estudio tanto de las religiones, como de la filosofía, o de la física, sin ponerse totalmente de acuerdo. Podríamos entrar en una espiral del tipo el huevo o la gallina como: “el tiempo es lo que miden los relojes” y los «relojes son los mecanismos para medir el tiempo».

Los primeros “relojes físicos” fueron probablemente huesos o palos sobre los que se hacían muescas a la salida del Sol o de la Luna llena. Como en el hueso de Ishango, descubierto en Uganda. Pero el ingenio humano hizo que los mecanismos de medida se sofisticaran más y más con el paso del susodicho.

Cualquier visitante del ágora ateniense se ha parado frente a la Torre de los Vientos, ese edificio de planta octogonal cuyas caras muestran a los dioses de los ocho principales vientos. Bajo ellos, unos relojes de sol permitían a los comerciantes y clientes saber la hora. De este modo, el monumento servía como estación meteorológica y como marcador de la hora. Cada reloj de sol llevaba grabadas tres curvas, una correspondiente a los equinoccios y las otras dos correspondientes a los solsticios. En el interior, una clepsidra medía el tiempo en los días nublados; mostraba sus datos en un disco metálico que tenía grabadas las constelaciones y que daba una vuelta completa en un período de 24 horas accionado por el agua de la clepsidra. Digo de paso que fabricar un reloj solar no es tan simple como parece y nada tiene que ver con clavar una barra en la pared. El tiempo que tarda la sombra en moverse no es uniforme si se utiliza una superficie plana para la proyección, y además todo cambia dependiendo de la latitud, la longitud y la estación del año. Así que para construir un reloj de sol preciso hace falta conocimientos de astronomía y geometría.

Actual reloj de sol de precisión

Las primeras clepsidras son probablemente no muy posteriores a los primeros relojes solares. Eran eficaces para la medición de tiempos cortos, ya que el flujo de agua no era constante, y requería de sapiencia en física e hidráulica para su construcción. Algunos lupanares atenienses, por ejemplo, empleaban clepsidras para medir el tiempo disponible para cada cliente. También se usaban para interrumpir discursos o intervenciones públicas, en juicios o asuntos oficiales.

De entre todas las clepsidras, e incluso de entre todos los relojes, es el artilugio de Ctesibio, allá por el 250 a.C. el que nos hace abrir la boca incluso hoy en día. Una obra maestra de la ingeniería humana; entendida esta como la ciencia del ingenio.

Un flujo de agua constante cae en un depósito cilíndrico en el que flota una figura que marca las horas con una vara sobre una escala. Según sube el nivel, la figura va ascendiendo con su fiel. Acoplado a este depósito, un fino tubo en forma de U invertida va llenándose de agua por vasos comunicantes, hasta que, una vez lleno el depósito principal, se produce un efecto sifón y el agua rebosa por el tubito haciendo girar una rueda con su goteo. La figura volverá a descender al vaciarse el depósito, hasta marcar la hora 1 con la vara. El depósito comenzará a llenarse de nuevo y se estrenará el nuevo día. El reloj se habrá ajustado por sí solo para seguir funcionando. Siempre y cuando el flujo del agua sea constante, claro.

También se inventaron relojes de llama, como el de Al-Jazari (1136-1206). Constaba de una vela cuya cera se iba derritiendo y caía a un depósito inferior. La vela estaba unida, mediante poleas y cables, a un contrapeso. Según la vela iba pesando menos, el contrapeso bajaba y la vela iba subiendo, elevando a su vez una figura que marcaba la hora.

No cabe duda de que ninguno de estos métodos era el idóneo para los barcos, por motivos obvios de estabilidad y escora, pero sí que se utilizaron durante mucho tiempo los relojes de arena para poder calcular de una forma aproximada la longitud en la que se hallaba la nave. Estos relojes solían ser de media hora y siempre había un marinero encargado de darle la vuelta, haciendo la correspondiente anotación; de esta forma y teniendo en cuenta la hora de partida, podían calcular por estima el lugar donde se hallaban. Pero en cada volteo de la ampolleta se cometía un error que se iba sumando al anterior. Si el viaje era largo las imprecisiones podían ser muy grandes y con fatales resultados. Dichas vaguedades en la medida de la longitud, o de la hora local, por decirlo de otra forma, fueron las que originaron las disputas por la posición de Tordesillas, punto que partía el mundo en dos mitades: la portuguesa y la española.

Una forma de ajustar los relojes de los barcos era el descenso de las bolas del tiempo. Consiste en una gran bola pintada, de madera o metal, que se dejaba caer en un momento predeterminado, acompañado de algún sonido como campanadas o cañonazos. De manera parecida a como celebramos la Nochevieja en La Puerta del Sol o en Times Square (fijaos bien en sus nombres), la bola subía 5 minutos antes del medio día hasta la mitad del recorrido, completaba su ascenso 2 minutos antes y descendía sonoramente justo en la meridiana. Los marinos permanecían atentos en cubierta a la señal. Durante la época Helenística, los griegos disponían de sistemas parecidos en la plaza principal de una ciudad, como defiende Procopio en su libro sobre edificios. Las estaciones de bolas de tiempo ajustan sus relojes de acuerdo con las observaciones de tránsito de las posiciones del sol y las estrellas, ya que se encontraban en observatorios dedicados a la contemplación del firmamento.

A partir del siglo XV, en la época de los exploradores, los gobiernos de muchos países de Europa se interesaron por el cálculo de la longitud y, por ende, del dominio de los mares y la propiedad de las riquezas encontradas en ellos. Es por eso por lo que países como España, Portugal, Francia, Holanda o Inglaterra mostraron un vivo interés y ofrecieron jugosos premios a quien ofreciese algún avance significativo en ese sentido. No hay aventura de la humanidad que me parezca más heroica que la de los primeros navegantes transoceánicos. Las gestas de Colón o Magallanes, contempladas de esta forma, parecen sueños de locos. Hay un momento del viaje de Colón que me fascina: cuando descubren el meridiano agónico; aquel en el que la declinación magnética cambia de dirección y los deja a todos boquiabiertos. Qué fácil es contemplar la historia desde aquí.

No fue hasta 1735 cuando un relojero inglés, el Señor Harrison, construyó el primer cronómetro marino dotado de cierta precisión. Aunque se le debía dar cuerda, Harrison incorporó mecanismos para que siguiera midiendo el tiempo durante el proceso de carga y dispositivos de compensación por cambios en la temperatura durante el viaje. Como nota curiosa añadiré que el Capitán del Beagle, Robert FitzRoy, llevaba a bordo 20 cronómetros para poder compararlos y sustituirlos si dejaban de funcionar. Mientras tanto, Darwin, que viajaba a bordo del Beagle en su vuelta al mundo, ideaba su agitadora teoría de la evolución que supuso un salto de gigante para la biología y la Ciencia en general.

La medida del tiempo con exactitud con los relojes atómicos constituyó la explosión sideral del planeta, que dejó de esconder sus secretos defendidos durante eones por mares ignotos y procelosos, como el dragón de la Colquide, vencido por Jasón y dejando al descubierto el preciado Vellocino. Se exploraron sus confines, se cartografiaron sus contornos y hoy no hay un centímetro de planeta que sea desconocido, no pisado o no exprimido.

Es posible que, si afinamos más, con relojes cuánticos podamos llegar a viajar hasta las estrellas. Últimamente las veo titilar. O quizás solo tiritan de terror. Por la que se les viene encima.

Perdonad. Otra tarde más en la que me he pasado de rosca. Empecé con las bolas del tiempo y este último se ha esfumado.

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19 comentarios en «Las bolas del tiempo y los barcos»

    1. Lo de las esferas del tiempo es tan sencillo como el mecanismo del chupete. Simplemente, se izaba en un mástil una bola y se dejaba descender a las 12 en punto, de forma muy parecida a la entrada del año nuevo en la puerta del sol ( del reloj de sol) o Times square (plaza del tiempo). Así se sincronizaban los relojes. Cuando la esfera estaba en el puerto, sonaba un cañonazo, para que los barcos pudieran oírlo.
      No he intentado hacer una historia sobre el cálculo de la longitud, eso se lo dejo a la wikipedia, sino sobre los artilugios para medir el tiempo. Y, sobre todo, me intrigaron esas esferas que había en ciertos torreones.

      Un saludo

  1. Hola Anuska, qué interesante el artículo, no sé cuánto tiempo te ha llevado pero yo lo he gozado en minutos🤪, pasa como en la cocina que elaboración bien preparada hace de el disfrute grandes segundos de felicidad.
    Un beso muy gordo desde la isla de Barbuda😘😘😘😘

  2. Ana, como bien explicas medir el tiempo objetivo ha sido un desafío en todas las épocas.
    Aunque es un intento condenado al fracaso de antemamo, porque despues todos manejamos y experimentamos el tiempo de forma tan singular y subjetiva, unas percepciones tan personales, que no existará reloj atómico que lo pueda cuantificar.
    Gracias por tan documentadisimo articulo un placer siempre leerte y aprender contigo.

  3. Medir el tiempo subjetivo está condenado al fracaso, como tu bien dices, pero estas formas de intentar domesticarlo, por decirlo de alguna forma, son artificios matemáticos que nos han permitido ser lo que somos. Igual, dentro de 100 generaciones, alguien piensa: pero qué torpes eran nuestros ancestros¡utilizaban relojes atómicos! O quizás, si esto pega un estallido, volvemos a las clepsidras. En cualquier caso, es emocionante como los humanos nos estrujamos el cerebro para mantenernos a flote en este mundo. La aventura del conocimiento es lo único que nos mantiene jóvenes y coleando.
    Un placer el verte por aquí, Fernando. Abrazos

    1. No recordaba el poema. Te regalo otro de Benedetti

      Preciso tiempo, necesito ese tiempo
      que otros dejan abandonado
      porque les sobra o ya no saben
      que hacer con él
      tiempo
      en blanco
      en rojo
      en verde
      hasta en castaño oscuro
      no me importa el color
      cándido tiempo
      que yo no puedo abrir
      y cerrar
      como una puerta

      Buenas aguas bajo la quilla tengáis, ya sean dulces o saladas

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