La sinestesia es ese cruce de sentidos que permite a quien la percibe ver colores al escuchar un sonido o una música, rememorar una textura al sentir un olor, o representar con pigmento la figura de una persona al entornar los ojos. Yo no me considero una persona sinestésica, aunque me encantaría serlo, porque pienso que disfrutan el doble de la música o las artes plásticas. Pero sí que es cierto que cuando suena un Re aislado, tiendo a ver un cuadrado de color amarillo huevo y algunas veces asocio a las personas con colores determinados.
De la misma manera, creo que hay escritores que crean perfumes. Y cuando cae entre tus manos algún texto de autor desconocido, es posible que sospeches y comiences a frotarte la nariz hasta que dices ¿a qué huele?, Ah, claro, ¡es de fulanito!
Uno de los ejemplos que me viene a la memoria es Galdós: te atrapa en sus historias a base de hacerte sentir olores que parecen rescatados del desván. Sí que es verdad que los relatos de Don Benito están relativamente próximos en el tiempo y el espacio, en una etapa convulsa de nuestro país y de la que se ha hablado bastante, así que más de uno recuerda cuentos y anécdotas de sus abuelos, contadas al calor del brasero, con aroma a castañitas y volutas de chocolate caliente con porras y copita de anís.
Otro ejemplo sería García Márquez. Debe ser a causa de su estilo particular, pero, no puedo leer sus libros sin oler a guayaba, a flores caribeñas o a almendras amargas, e incluso acordarme de aquel que se embriagó con perfume y vomitó olor a jazmines. Porque para Márquez, la transición entre fantasía y realidad, entre palabra y fragancia, nunca fue discontinua.
Y el tercer ejemplo es Kazantzakis. No con todos los libros de Kazantzakis he disfrutado por igual, pero lo que sí comparten, es que entre sus páginas se ocultan flores de espliego y lavanda, tierra caliente, sales resecas y pestes a higos estallados, el café del briki sobre las brasas y de los vinos de las tabernas en las jarras de latón. Solo con eso me vale para pasar unos buenos días, con olor entre las manos.
Kazantzakis es uno de los escritores griegos más universales, llegando incluso a la idolatría para algunos seguidores. Fue propuesto al Nobel en tres ocasiones, sin conseguir el galardón. Sus libros son fruto de sus inquietudes metafísicas y existenciales, que le llevan a cuestionarse todo, incluso sus fundamentos religiosos. Y sus personajes andan siempre perdidos, buscando el límite entre su misión en la vida y las propias necesidades humanas; unas dudas que obsesionaban a Kazantzakis.
La Iglesia griega condenó su trabajo, por hacer partícipe de estas vacilaciones religiosas al mismísimo Jesucristo. Y también por sus coqueteos con el movimiento comunista, del que era defensor. Es a raíz de la publicación de su libro “La última tentación de Cristo” cuando la gota colma el vaso y la Iglesia Ortodoxa griega decide su excomunión. Kazantzakis reaccionó con el envío de un telegrama que decía: “Ad tuum, Domine, tribunal appello”, (Señor, a tu tribunal apelo).
Curiosamente, este libro consiguió poner de acuerdo a las siempre enfrentadas iglesias cristianas de oriente y occidente, pues fue incluido por los católicos de Roma en el Index Librorum Prohibitorum del Vaticano. E incluso, cuando salió a la venta en los Estados Unidos, movilizó a los fundamentalistas protestantes en California, para pedir que se retirase de las bibliotecas. La obra dio pie a un concilio ecuménico plurieclesiástico sin precedentes. Pero la prohibición fue un tiro en el pie que convirtió la obra Kazantzakis en un best seller. Algo parecido a lo sucedido con el conocido poema Epitafio de Yiannis Ritzos.
Kazantzakis respondió de nuevo a la jerarquía eclesiástica con la célebre frase:
“Me habéis dado una maldición, Santos Padres, yo os doy una bendición: que vuestras consciencias sean tan claras como la mía y que seáis tan morales y religiosos como yo”
Realmente, la historia de la excomunión nunca se llegó a materializar, pues se necesitaba la rúbrica del Patriarca de Constantinopla, y esté nunca firmó el documento, pues en el fondo era un lector declarado de Kazantzakis. La Iglesia Griega es autocéfala y está sujeta al Patriarcado Ecuménico de Constantinopla solo dogmáticamente. Pero la historia ocultó este detalle de la firma y los predicadores griegos se siguieron comportando en sus homilías como si la sentencia fuera válida y tildando de “anticristo” al escritor. La polémica del libro continuó, hasta el punto de que cuando Scorsese estrenó su película en 1988, muchos cines se negaron a exhibirla por temor a represalias. Pero este detalle de la falsa excomunión pocos lo conocían, hasta que una investigación periodística en 1972 de Eleni Katsoulakis publicó la verdad.
Nikos Kazantzakis murió en Alemania, en 1957, debido a una complicación de la leucemia que padecía. El cadáver del escritor fue trasladado a Atenas y los periódicos de la capital se hicieron eco de la noticia con gran discreción. Había titulares más importantes en aquellos días, como era la próxima visita de la explosiva estrella de Hollywood Jane Mansfield.
El arzobispo de Atenas aprovechó la oportunidad para exclamar: ¡Murió el anticristo! Y dio la orden de no permitir la entrada de los restos mortales en ningún templo, porque el féretro “profanaba a Atenas”. También se encargó de enviar un telegrama al alcalde de Creta exigiendo que se le negasen todos los misterios y servicios religiosos al “Anticristo muerto” y se impidiera el funeral en cualquier cementerio ortodoxo.
El magnate Aristóteles Onasis salvó aquel día a Grecia de la humillación de pasar a la posteridad de forma tan obtusa y vergonzosa. Durante la noche, trasladó el féretro hasta Creta con un avión de su aerolínea “Olympic Airlines”.
El funeral de Nikos Kazantzakis en Heraclio fue multitudinario. No solo se trataba de dar un último adiós al admirado escritor cretense, sino un manifiesto de la indignación por lo ocurrido en Atenas. El ataúd fue colocado en la Catedral de Agios Minás, con la aprobación del obispo de Creta, que desafió las amenazas de la Jerarquía eclesiástica y cantó un corto servicio fúnebre. Cientos de coronas de flores fueron depositadas sobre el ataúd por estamentos públicos u oficiales, por ciudadanos anónimos o famosos, y el sepelio se prolongó hasta la media noche. A pesar de ello, nunca fue enterrado en tierra santa, sino en el bastión veneciano de Martinango, donde luce su conocido epitafio que adorna hasta las camisetas de los turistas: No espero nada, no temo nada, soy libre.

Y de la tumba emana un olor a espigas abrasadas, a salitre cristalizado en los huecos de las rocas, a orégano y tomillo secos en los caminos, a lagartija vieja, a rebaño en la lejanía, a aceituna abandonada, a hoguera de Resurrección, a bocina de barco, a taberna del puerto y a pan cantando en horno de leña. Y seguro que a mil cosas más para quien tenga el olfato despejado.
¡Ah, patrón, si pudieras bailar todo eso que dices para que yo lo entendiera!
Zorba el griego. N. Kazantzakis
No sé si haces bien en desear tener esa cualidad.Puede ser perturbador.Vincent Van Gogt la tenía muy desarrollada y se cortó una oreja y luego se suicidó .
Yo creo que soy una persona PAS y no me trae nada más que problemas.Veo cosas que los demás no ven incluso con mucha antelación al ver una foto de alguien por ejemplo; no soporto los ruidos e incluso adiviné una cosa como si me dirigiera una mano oculta y desde entonces evito manifestarme en ese sentido.Lo que los demás ven como un privilegio yo lo vivo como un castigo porque te hace vivir con un sentido de aislamiento y soledad más intenso que la propia vida ya te regala al nacer.Tener «razón» antes de tiempo es como equivocarse.Amén.🫣
Todas las cosas con mesura están bien. La sinestesia musical es estupenda para los músicos, que visualizan mejor una partitura. Y si encima tienes oído absoluto, como Mozart, imagínate. El caso de Van Gogh, que dices, es muy extremo y además de sinestesia, debía tener otros problemas. Pero tomo nota de que a ti no te ha sido muy confortable el vivir con ella para no desearla con mucho ahínco.
Hay un libro que se llama Musicofilia de Oliver Sacks que habla precisamente de las patologías mentales y las sinestesias.
Gracias por pasar por aquí
Gracias Ana… Maravilloso…
Gracias, anónimo
Soy yo, Germán el Gaviero 😉
Hola Germán. Precisamente el otro día estuvimos hablando de ti. No fue una sinestesia, siento decepcionarte, sino unos amigos comunes. Creo que ya sabes a quién me refiero.
Un abrazo
Gracias por darnos a conocer tantas cosas que ignorábamos.
Tendré que leer a Nikos, me gusta lo que nos cuentas.
Respecto a la sinestesia tan solo la experimenté una vez, cuando era muy joven, por efecto de ciertas hierbas prohibidas. Y disfruté mucho de ver los colores de la música y de poder escuchar selectivamente cada instrumento pasando los demás al fondo. La experiencia me recordó un poco a la película «Fantasia» que vi de niño.
Un beso!
Hola, Eduardo:
Si no has leído nada de él, te recomiendo que empieces por Zorba. Es un libro duro, porque dura es la etapa de Grecia que describe, pero a la vez lleno de esperanza y alegría. Zorba es como Sancho para el Quijote, el bruto bonachón que encierra más sabiduría que muchas bibliotecas juntas. Y de todos sus conocimientos, el bailar es el más importante. Lo cual hila con la magistral escena de Anthony Quinn bailando en la playa. También te recomiendo la película, pero después del libro.
Un abrazo
Creo que este es uno de los textos más literarios tuyos que he leído, no sé si es un efecto buscado pero vaya mi enhorabuena.
Leer a Kazantzakis es muy estimulante y embriagador, tengo que hacerlo más en profundidad.
Respecto a la sinestesia, la intuyo cuando paladeo un buen vino, pero también podría ser efecto del queso parmesano o de las olivas negras arrugadas de Aragón con el que lo acompaño.
¡Muchas gracias Ana por este blog!
Creo yo que, las expresiones artísticas agitan nuestra sensibilidad y, como todos los nervios andan revueltos, cuando vibra el del sonido, puede disparar al de la visión y así sucesivamente. Es por eso que algunos ven colores en la música y otros, música en la sopa.
El caso es que un poco de sinestesia no está mal, sin ella se empobrecería la literatura.
Gracias, Narciso por tu comentario
Hola Ana, no he leído esa obra de Kazantzakis, pero voy a ver si me la consigo, que la iglesia le hubiera excomulgado ya es un buen comienzo.
No conocía esa historia de Kazantzakis, que mira por donde murió el mismo año que yo nací. Y puestos a hablar de sinestesia (no de nacimientos), a mi me pasa con los olores, me hacen viajar al primer sitio donde los reconocí cada vez que los vuelvo a oler. No se si será sinestesia, o telequinesia mental…
Mogollón de besos
VIRIATO
El olfato es el órgano más emocionante que tenemos, por eso nos hace viajar a tiempos pasados, cuando sentíamos ese mismo olor. Sobre eso hablo largo y tendido Proust y su madalena.
A mí el Kazantzakis que más me gusta es el de Zorba y el de Muerte o libertad, más que sus líos existenciales religiosos. Pero, de todas maneras, cuando tienes un libro suyo entre las manos, sabes que es de Kazantzakis, por el olor.
Un abrazo
Magnifico, Ana, logras con ese final de Kazantzakis despertar todo el interés por él. Y también por descubrir su olor y su luz. Esa luz que leyendo a ciertos autores de repente percibes y de forma espontánea.
Es igual que cuando visitas determinadas islas griegas y hay alguna que, aparte de las experiencias posteriores, de repente sobresale a las demás. Y es por la luz, por una luz distinta que la diferencia de otras.
De Kazantzakis, aparte de su obra, también me viene a la mente más de una isla griega donde descubrí en la fachada de alguna casa frases suyas sobre el blanco.
Un abrazo.
Bueno, se ha publicado. El anterior se fue con los duendes
Hola, Mario: Tienes, razón, las tabernas griegas estan llenas de frases de Kazantzakis., en las paredes, en los manteles, en la carta. Hay tantas citas que yo me pregunto si le dio tiempo a tanto; como a Churchill. Pero la pasión que levanta Kazantzakis en Grecia es tremenda. Es posible que también se deba a sus inquietudes espirituales.
Igual subo pronto por Coruña. Ya aviso y nos vemos
Bueno, se ha publicado. El anterior se fue con los duendes
A veces tarda un rato el servidor en publicar el comentario. Es lentito el pobre.
Ana,
De Kazantzakis únicamente he leido Zorba, pero lo tengo por uno de mis libros de cabecera. Esa vitalidad arrolladora del personaje, un auténtico espíritu libre, es un referente cuando la vida nos da golpes bajos.
En cuanto a la sinestesia, yo ando muy lejos de ver colores en la música, ahí no he llegado nunca, pero te doy la razon que por ejemplo leyendo a Conrad me parece oler a la brea del calafateafo, a cáñamo húmedo de las escotas y estachas, a madera o al sudor de la marinería faenando a mar siempre.
También con Josep Pla, aquí el aroma a pinedas y garbí en sus relatos magistrales de l’Empordà.
Y a mi padre le pasaba cuando leía a Blasco Ibañez, valenciano como él, que retornaba a los aromas de la huerta y la Albulfera de comienzos del s XX.
Perdona por el rollo…
Excelente tu relato, como siempre, una delicia leerte.
Sí, Zorba es Grecia pura, esencia en frasco pequeño, como un perfume que sale de la página donde aparece Zorba y se cierra con el baile de Creta. Luego se queda dando vueltas en tu cabeza para siempre.
Los buenos escritores, como los que nombras, tienen siempre olor. Un estilo propio y particular que, además despierta tus sentidos mientras lo lees. Algo así pasa también con los directores de cine que tienen un sello particular. A mí me sucede con Bertolucci.
Un abrazo, Fernando
Ummm precioso Ana y aunque nada se al leerte he disfrutado de no saber y me ha parecido que el texto está escrito de manera preciosa y accesible.
Un disfrute que tengo que agradecer a Facebook que es donde, en una línea fina como el horizonte de un comentario perdido en un mar de opiniones, te encontré.
Gracias y enhorabuena.
Borja Rufino Manene García-Borreguero
Muchas gracias, Borja. Eso que me dices es un piropo en toda regla: cuando alguien te suscita bienestar leyendo un texto del que no sabías nada de antemano. Para mi, eso es la literatura, el esfuerzo por hacer la vida agradable.
Un abrazo y espero seguir viéndote por aquí